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lunes, 16 de febrero de 2015

46 horas contando dinero en un zulo de Vilagarcía de Arousa

'El diario de mi padre'

46 horas contando dinero en un zulo de Vilagarcía de Arousa

  • En exclusiva, dos capítulos del libro que ha publicado el hijo de Ricardo Portalbes

  • Se publicarán dos entregas más

Ricardo Portabales, de joven.
Ricardo Portabales, de joven. CRÓNICA ILDEFONSO OLMEDO

Carballo está contento, pues es una de las noches en que en un lugar de la comarca de Vilagarcía se hace recuento de dinero para el pago de los beneficios a todos los participantes en la producción y venta de drogas realizada en el mes. Después del recuento del dinero, se hará el apartado para pagar a los suministradores, y a continuación se calcularán los beneficios a repartir entre todos los que han participado en las operaciones.
Le pregunto a Carballo por qué bebe tanto, si aún no ha empezado la noche. Él me contesta que es uno de los días más indicados para beber, ya que "mañana, después del recuento que se está haciendo desde las 10 o las 11 de esta noche, tendré y tendrás que contar las partes que nos corresponden".
-Explícame qué es eso del recuento que dices -le respondí, ya que hasta ese momento yo no sabía nada del asunto.
Me puso al corriente de lo que se hacía más o menos cada mes y de lo que, en el tiempo que llevaba trabajando con ellos, no había oído hablar nunca. Como en el interior de la discoteca no se podía hablar ni entenderse, salimos a tomar algo al bar del Chino, un chico que trabajaba en el bingo y que había cogido el traspaso de un pub un poco apartado, sólo frecuentado por los que lo conocían.
Una vez sentados y con las bebidas en la mesa, nos pusimos a hablar del tema sacado por Carballo a relucir. Me preguntó si me interesaba.
-Ya que lanzaste la piedra - dije- ahora sigue contando.
Con una carcajada, por las dos copas que ya tenía en el cuerpo, empezó a soltar todo sobre el tema y cómo se hacía.
-Bueno, carajo. Ya va siendo hora de que sepas cómo trabajamos. Los recuentos se hacen aproximadamente una vez al mes, para mandar el dinero a los proveedores que nos envían la mercancía. Sólo muy pocos tienen crédito en este negocio, pero si ellos lo admiten, es por tener a sus colaboradores sin agobios y con un campo de trabajo más fácil. Así que, como te he dicho, se hace un recuento al mes y, después de contar todo el dinero, se saca la cuenta de nuestra parte en los beneficios. Es en un lugar en el que tú ya has estado encima, sin saberlo, cerca de Vilagarcía. A veces se tiran hasta 20 o más horas, porque no cuadra al contarlo.
¡Pero vamos a hacer una cosa, coño! ¡Hoy lo vas a ver directamente, a ver si en tu vida has visto tanto dinero junto. Salimos del local con dirección a Vilagarcía. Anduvimos por unos caminos que, al principio, me parecía conocer, pero, según iba el coche andando, perdí la orientación, hasta que llegamos a un sitio casi sin casas, sólo una que divisé conforme nos íbamos acercando. Allí paramos. Carballo nos mandó esperar en el coche, se acercó a la puerta de la finca y llamó. Una mujer le salió a abrir. Yo no la conocía, pero el lugar sí creí reconocerlo de alguna otra vez haber pasado por allí con Carballo o con otro de la organización.
Entonces Carballo, alzando la mano, nos hizo señas de que bajásemos del coche y le siguiésemos. Pasamos a un cobertizo o pajar, donde la mujer apartó unas pacas de paja y golpeó dos veces con el pie sobre algo que sonaba a hueco en el suelo. No tardó en alzarse una trampilla quedando al descubierto un sótano.
El que se asomaba no era otro que Albino, el primo de Carballo.
-Carajo, José, ¡qué milagro, tú por aquí a estas horas...! ¡Coño, pero no vienes solo!
-No, vengo con un amigacho que todos conocemos. Ya iba siendo hora de que mire y vaya aprendiendo cómo se trabaja en casa. Está bien. Pues ya está: pasar -contestó Albino, no muy convencido de lo que Carballo había hecho en llevarme hasta la madriguera-. Pero no molestar demasiado, que estamos demasiado ocupado y ya estoy hasta arriba de contar papeles y, además, si no tenéis prisa y ya que habéis venido, podéis echar una mano.
Cuando llegué al nivel inferior, donde se hallaba toda la movida que allí se estaba llevando a cabo, me quedé pasmado al ver tanto dinero junto y de tan diferentes tipos, pues allí había de todo: dólares, pesetas, marcos, francos, libras... todo tipo de dinero, metido en cajas de cartón y sacos y encima de la mesa donde contaban, que estaba repleta de fajos.
En el sótano, aparte de Albino, había dos personas y, en un rincón, de espaldas a nosotros (¡nunca me lo hubiera imaginado!) estaba Manolo Catalán. ¿Cómo era posible, si no pertenecía a la banda de Carballo y él tenía su propia organización? ¿Cómo estaba allí?
-Pero tú -le dije- ¿desde cuándo trabajas con nosotros?
-Esta vez el reparto es de las dos bandas -Albino y Carballo se echaron a reír- Fue un mes de colaboración mutua.
Ahora me daba cuenta de que durante aquel mes veía a Catalán demasiado frecuentemente con Carballo y Albino. Era que tenían montado un consorcio entre las dos organizaciones para trabajar más y repartir los trabajos que salían a mayores. Carballo le preguntó a Albino:
-¿Pero dónde está Ramón? ¿No tenía que estar aquí ayudándoos?
-¿Y quién vigila la puerta de afuera? -le contestó Catalán.
-Si cuando llegamos no hemos visto a nadie...-repuso Carballo.
-Pues claro que no le has visto -dijo Albino-. Le hemos dicho que no se deje ver, aunque fuera alguien como tú. Así puede controlar y avisar si algún hijo de puta descubriese que nos encontramos aquí, haciendo esto, y quisiera darnos una sorpresa, como por ejemplo, quedarse con todo esto.
Efectivamente, Ramón se encontraba en el exterior, escondido y armado con una escopeta y un walkie-talkie, por lo que pudiese pasar a la entrada y en los alrededores de la casa.
-Bueno ¿y os falta mucho para terminar? -preguntó Carballo.
-Pero ¿qué dices? -contestó Catalán sonriendo. Somos cuatro y lo que tenemos aquí es más de lo que hemos tenido nunca para contar. A ver si agilizamos lo que tenemos delante, si no, creo que ni para Navidades del año que viene acabamos.
-¿Cuánto lleváis contado hasta ahora? -pregunté yo.
-Unos 640 millones de pesetas, más o menos, sin contar la moneda extranjera.
Me quedé de piedra. ¡640 millones, y no tenían ni la mitad encima de las tarimas! Serían las tres y media de la madrugada cuando me quité la chaqueta de cuero y me puse a colaborar con ellos y, conmigo, todos los que estábamos allí, los otros dos eran colaboradores de Carballo y de Manolo.
Uno de los que trajo Manolo era su contable, que trabajaba en una agencia de la aseguradora Mapfre y el otro que ayudaba a Carballo trabajaba de cajero en un banco, no supe en cuál, aunque algo entendí del de Santander o el de Bilbao.
Entre los seis que allí nos encontrábamos, estuvimos más de 46 horas contando dinero, hasta que terminamos, al cabo de dos días sin salir del agujero más que para hacer alguna llamada a casa o tomar algo.
Lo que nos mantuvo fueron algunas rayas de cocaína que tomamos, para aguantar el ritmo de contar y contar. Lo tuvimos que recontar tres o cuatro veces, ya que no coincidían las cantidades que se suponía que debería haber... Hubo momentos en los que la tensión llegaba al límite, porque alguien se equivocaba. A veces tanto sobraban 10 o 15 millones, como al siguiente recuento faltaban y se montaba el follón.
Aún contando con una máquina de contar billetes que habían llevado, no bastaba para todo aquel dinero y, claro, al ser contado por varias manos no expertas, tenían que engañarse y haber fallos. Y, cuando se decía, hartos ya, que se dejase así y se mandase como estaba, a la hora de ver quién ponía lo que faltaba, ninguno quería ponerlo de su bolsillo y, si iba de más, no era de esperar que los que lo recibieran lo fueran a devolver.
Cuando terminamos, cada uno salió para su casa bufando. Esto fue un domingo por la mañana y creo que dormí 18 horas seguidas y los demás, lo mismo. En total se contaron más de 1.800 millones de pesetas.

... y un soplón devorado por las pirañas

Señores, el señor Gacha no puede venir a recibirlos. Me dio órdenes de que les acompañe a dónde está. El viaje será un poquito movido y más largo de lo normal. Nos dirigimos por una carretera hacia el Sur, en un coche tipo furgoneta todoterreno. Llevaríamos recorridos unos 200 kilómetros largos cuando Luis Miguel se salió de la carretera y, torciendo a la izquierda, se introdujo en un sendero lleno de maleza selvática. Nos dijo que teníamos que esperar a que nos recogieran en este punto. Alfonso [el narco gallego al que acompañaba Portabales] le preguntó: "¿Cuánto tiempo tendremos que esperar?". Luis Miguel le contestó: "Todo el que sea necesario. Pero no se preocupen, señores. En unos instantes me lo dirán". Luis Miguel sacó del coche un walkie-talkie y se comunicó con alguien, se acercó a nosotros y nos dijo: "Bueno, recojan sus bolsas, que ya nos vamos". Un hombre se acercó entre aquella maleza, cortando con un machete a su paso y tirando de unas mulas. Luis Miguel se volvió a nosotros diciéndonos: "Cojan la mula que les apetezca, desde ahora será nuestro transporte, tendremos que caminar un largo rato". El calor era agobiante y la humedad del interior de la jungla se notaba en los huesos... Lo único que hacíamos era mirar a nuestro alrededor. No sabíamos si saldríamos con vida de aquella selva inhóspita. -Oye, Luis, ¿nos podrías decir si falta mucho para llegar? -Lo único que puedo decirles es que esta noche la pasaremos por aquí, y mañana cambiaremos de transporte. Alfonso respondió:"«Pues sí que es una putada, Ricardo [Portabales], yo no sabía que tuviese que andar tanto por una mierda de selva para poder hablar con un hombre [Gacha]". A media mañana [del día siguiente], Luis Miguel nos mandó parar y descansar, y se apartó del grupo llevando un walkie-talkie. "Esperen, que ahora vengo". A los pocos minutos regresó: -Bueno, señores, ya falta poco para que cambiemos de transporte... Esta vez iremos en la panza de un mosquito. En el helicóptero que nos recogió había dos hombres, el piloto y un muchacho de unos 16 años armado con una ametralladora. El vuelo duró 40 minutos. Llegamos a una cabaña grande o cháchara de campo, donde se veía a más hombres montando guardia. Gacha salió con los brazos extendidos hacia Alfonso, sonriendo y abrazándolo. -¿Cómo estás, viejo amigo? Cuando pasamos al interior de la cabaña lo que vimos era impresionante. Imposible imaginar un gusto tan extravagante en plena selva. Tenía cuadros abstractos, esculturas, pieles de diferentes animales..., cristalería tallada a mano, cuchillos, tenedores y cucharas de plata con incrustaciones de piedras finas en las empuñaduras... Gacha no iba con aquel ambiente. Yo me fijaba en mi compañero Alfonso, que quería hablar con Gacha, ya que ir hasta allí era por los problemas que tenía con la mercancía, o sea, la cocaína que le había remitido en los últimos envíos, pues los clientes no estaban contentos con el grado de pureza que presentaba. -Si no te parece mal, Gacha, ¿por qué me has hecho venir hasta aquí, ya que el problema era sólo cuestión de unos minutos? -Mi querido Alfonso, ¿tú crees que a mí no me gustaría estar en cualquier otro sitio, antes que aquí? Si estoy aquí es por los hijos de perra de la DEA que me quieren chingar... Ahora dime qué es lo que ocurre al otro lado del mar, tiene que haber prueba de que tu mercancía no dé el porcentaje de calidad que tú dices. Alfonso, con voz temblorosa, contestó que él no lo dijo nunca. Que eran los clientes los que estaban protestando. Cuando terminó, Gacha habló con una sonrisa: -La mercancía que sirvo es tan buena que estoy dispuesto a pelearme por ella... También me dices que si no me vales, que te despida. Pues te diré algo que tú no sabes: ni tú me dejas ni yo te despido. Porque sé que tú no me engañas, ¿verdad, Alfonso? Y Gacha terminó diciendo: -Mira, Alfonso, yo sé que hay personal de la competencia intentando quitarme clientes y sé que te fueron ofreciendo material de otros campos que no eran de Colombia, sino del Perú y Bolivia. También que la mercancía era más barata y tu comisión en los transportes, más elevada. Pero esos cabrones ya no volverán a meterse en el campo de trabajo de los demás. Y continuó diciendo: -Mañana, queridos amigos, veréis un pequeño espectáculo dedicado a toda mi gente y a vuestro deleite. [Al día siguiente] Cuando salimos de la gran cabaña había preparados unos caballos. Pasarían unos 10 minutos hasta que llegamos a un lugar donde parecía ser que Gacha tenía uno de los sitios de producción de la pasta de coca. Fue la primera vez que vi la cocaína verde claro, rosa y blanca. Gacha respondió que el color se le podía dar según el demandante que la pidiese. Cerca del pequeño campamento pasaba un río de no demasiado caudal. Gacha habló con el capataz del campamento aparte. -Amigos, ahora vais a saber lo que yo regalo a los que no se enteran de que esto es una familia y no un nido de colaboración con los enemigos que nos quieren chingar. Cuando pasamos las cabañas del campamento y estuvimos al lado del río, me pareció que se me helaba la sangre dentro de mi cuerpo. Miré a Alfonso y vi que a él le pasaba lo mismo. El cuerpo de un hombre, atado de pies y manos en forma de equis, colgaba del tronco de un gran árbol. Su único apoyo eran las cuerdas que sujetaban sus muñecas y sus tobillos. Su cara estaba destrozada por los golpes y su cuerpo se veía como si le hubiesen golpeado con un látigo. El capataz se acercó con un cubo de agua y se la echó por encima. -Despierta, hijo de una sanguijuela. Entonces Gacha se acercó al centro del corro que formábamos los presentes y se dirigió a todos: -Esto sólo le pasa a los que juegan con las vidas de sus compañeros. Este desgraciado estaba a punto de chingarnos a todos, porque los gringos de la DEA le prometieron un montón de cosas, y aquí todo se sabe... El que crea que puede escapar vendiéndonos, juro por mis muertos que tarde o temprano lo cogeremos y no habrá sitio en el que se pueda ocultar. El capataz se acercó con dos hombres que traían una especie de puerta, hecha de cañas de bambú, para transportar al desgraciado que colgaba del árbol. Luego, al echarlo encima de una especie de puerta, lo pusieron boca abajo y lo ataron a ella. El hombre, que apenas podía hablar, decía que lo matasen, que no lo echasen al río: -Por Dios, Gacha, mátame, mátame; pero eso no, eso no. Destrozado como estaba, aún se movía y suplicaba que le matasen. Luego pusieron la tabla en pie y por un agujero que tenía sacaron sus genitales y, dándole un pequeño corte en el pene, lo arrojaron al río encima de la plataforma que sujetaban con una cuerda desde la orilla. Alfonso se dirigió a Gacha y le preguntó si se había terminado el espectáculo. Y él, riéndose, dijo: -Qué va, hombre. Espera y verás lo más interesante. Pasaron unos minutos, cuando el condenado empezó a chillar. Como si debajo de la tabla hirviese el agua, pero nos dimos cuenta de que lo que salía con el movimiento del agua era sangre, la sangre del desdichado. Cuando sacaron la plataforma del río, lo colgaron en el árbol y Gacha mandó que no lo descolgasen hasta el día siguiente. Las pirañas del río habían devorado al pobre desgraciado por el agujero. Aunque el capataz le dijo a Gacha que parecía todavía vivo, Gacha no hizo caso y nos invitó a seguirle hasta la cabaña grande... -Bueno, Ricardo, nos despedimos aquí... Nos dimos las manos y salimos rumbo a Bogotá. Salir de allí era para mí lo más satisfactorio... Salir y poder escaparme de toda aquella mierda...
 
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