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lunes, 23 de marzo de 2015

Susana y los viejos

EL ARPONERO INGENUO

Susana y los viejos

por PEDRO J. RAMÍREZ
Susana o la carnalidad, Susana o el deseo, Susana o la fertilidad. La práctica totalidad de los grandes pintores que se enfrentaron al más famoso de los relatos añadidos en la versión griega del Libro de Daniel centraron su mirada, y la nuestra, en la exuberante desnudez de su protagonista.
Tintoretto la muestra de cuarto y mitad al borde del baño, tapando los senos con sus brazos y el pubis con sus muslos pero desparramando la sensualidad imponente de todas sus curvas, rodeada de joyas y vasijas, para deleite propio ante un espejo y tortura de los viejos voyeurs, escondidos tras un seto.
Rubens la retrata de espaldas, mostrando un dorso magnífico, sugerentemente sentada en cuclillas sobre una banqueta, con las piernas abiertas y la mano escondida, mientras ella gira la cabeza ante la irrupción lasciva de los viejos, como si hubiera sido interrumpida en una tarea íntima.
En el cuadro de Van Dyck los crapulosos asaltantes ya están pegados a su espalda, Susana ya siente su aliento, uno de ellos ya le ha puesto la mano encima, ¿qué sucederá ahora?, pero el único propósito de esos rostros cetrinos y de esos oscuros ropajes es destacar la reluciente piel de nácar en las mejillas, los brazos, las piernas y el pecho de la esposa de Joaquín, itinerario luminoso que brilla entre las tinieblas de la condición humana.
La gran excepción a la regla y mi versión favorita del lance, por muy atractivas, magnéticas y voluptuosas que parezcan las demás, es la de la pintora romana Artemisia Gentileschi en la que los dos viejos fundidos en un inquietante abrazo ocupan la mitad superior del cuadro y el foco central está puesto en la proposición infame que susurran al oído de una espantada, desvalida y mucho menos formidable Susana. Es el retrato de la perfidia, la radiografía del momento en que le plantean que se entregue a ellos o de lo contrario denunciarán que la han sorprendido yaciendo con un joven desconocido.
Artemisia estaba no se sabe si contando o anticipando su propia historia pues en la época en que pintó el cuadro, su preceptor Agostino Tassi la violó aviesamente, dando pie a un proceso inquisitorial en el que la víctima y denunciante -icono del feminismo contemporáneo- fue torturada, lacerando con bramantes sus dedos de pintora, para saber si decía la verdad. Sussana e i vecchioni, Artemisia e i vecchio. Si hubiera que volver a titular su fascinante lienzo como base de una producción cinematográfica yo no escogería, por demasiado obvio, Una proposición indecente sino El secreto inconfesable.
Artemisia nos incita a olvidarnos de ese pobre cuerpo, en el que la desnudez ya no es convite carnal sino mera fragilidad física, y a fijarnos en la tortura psicológica que supone para Susana una maquinación tan bien urdida. El menos viejo de los dos viejos da las instrucciones en el oído del otro y este las transmite en forma de susurro a la joven, reforzando el secreto con la pantalla de la mano. Susana sabe que los dos ancianos son jueces y que su prestigio es tal que nadie la creerá si los denuncia. Por eso agita los brazos con espanto e impotencia, no para defenderse de la agresión física sino para intentar zafarse de la trampa sin salida a la que se ve abocada.
Ilustración: Javier Muñoz
Ilustración: Javier Muñoz
Supongo que desde la promoción de Susana Díaz a la presidencia de la Junta de Andalucía se habrán publicado unos cuantos artículos inspirados en este pasaje del Libro de Daniel. Pero hasta ahora los viejos que la incomodaban eran Chaves y Griñán, prestos a mancillar su pureza política con el rijoso chantaje de un pasado compartido. Era una variante del tema bíblico: o nos proteges para que nuestras culpas queden impunes o diremos que estabas con nosotros cuando sucedió todo lo de los ERE, Mercasevilla, las subvenciones a UGT, Imprecaria y demás vacas asadas. Con el matiz nada trivial, claro, de que probablemente era cierto.
En la encrucijada electoral yo veo sin embargo que los dos viejos que deslizan una propuesta sonrojante en los oídos de la lideresa andaluza son Mariano Rajoy y Felipe González, una pareja tan sorprendente como para casi todos desconocida que se ha autoerigido en guardiana del bipartidismo y el status quo, al servicio de los poderes fácticos que confluyen en el accionariado, equipo directivo y entorno del grupo Prisa.
La sintonía entre estos dos personajes, unidos por una común falta de escrúpulos, quedó patente para quienes conocen los turbios manejos que desembocaron en la brusca abdicación del rey Juan Carlos. Un año después el monarca dimisionario mantiene un constante trajín alrededor del mundo, bastante equiparable a su anterior actividad como Jefe del Estado, refutando así que fueran problemas de salud los que le impedían seguir reinando. Sólo queda la hipótesis de que se precipitó la sucesión como forma de apuntalar el bipartidismo coronado, cambiando a un septuagenario bajo sospecha por un joven monarca impoluto como elemento decorativo.
Se trataba de garantizar que el poder quedara en manos del mismo conglomerado político-económico-mediático de siempre a pesar del elevado coste que su egoísmo e incompetencia ha tenido para los españoles durante los duros años de la crisis. Empezaron reparando el tejado y ahora pretenden volver a encofrar las paredes para atrincherarse en ellas. Su objetivo es aguantar el vendaval de este año que la calle presiente y anhela como el de la sustitución de la vieja política por la nueva política para que a su término todo quede en nada y continúen siendo el PP y el PSOE quienes monopolicen las poltronas.
Rajoy sigue cosechando las mayores cotas de impopularidad de un gobernante democrático y esto no habrá coyuntura económica que lo enmiende pues la pertinaz noluntad que ha caracterizado su estéril legislatura decepciona a los unos e indigna a los otros. Esa es la única división de opiniones que galvaniza a los tendidos. Pero él y los suyos tienen tanta basura acumulada en la sentina de Génova y en los cementerios de residuos autonómicos que no pueden arriesgarse a que las excavadoras de la regeneración la desentierren.
Por eso han buscado una original forma de blanquear a los imputados que puedan ir en sus listas, cambiando su denominación por la de “investigados”. Como si pintado de cebra el perro, se acabara la rabia. Eso es lo que hacían algunos castellanos viejos cuando, según recordaba el otro día Luis del Pino, echaban a los cerdos al río durante la cuaresma para pescarlos a continuación y zampárselos sin remordimiento alguno. Ya se sabe: del monte, el mero; y del río, el cordero.
Admitamos que lo de “imputados” supone una incitación permanente a cerrar el plano, como hicimos con aquella pancarta que incluía las letras “ETA” precediendo a una marcha de simpatizantes de la banda, y a recordar todos los días que la política española es la casa de putas con mayor overbooking de la historia. Pero lo correcto hubiera sido trocar el vocablo por el de “encausados” para distinguir a aquellos en cuyas conductas un juez ve indicios de delito, de aquellos que, suscitando sospechas en la policía, son investigados dentro de la estricta legalidad, como Villarejo hizo con Ignacio González, en pos de los elementos que permitan judicializar el caso.
Hecha esta precisión queda el debate de la presencia en las listas de quienes a esos efectos igual da que lleven etiqueta de carne o de pescado. Y estando contra el automatismo que dejaría en manos de los jueces la confección de las candidaturas por la simple vía de admitir a trámite una querella y citar a declarar a los incluidos en ella, más aún lo estoy contra la reiterada praxis de la cupolocracia consistente en eludir la depuración de responsabilidades políticas amparándose en el carácter meramente indagatorio que tiene la fase de instrucción sumarial.
“González y Rajoy dicen lo mismo porque están juntos en el barco de los intereses creados y los encubrimientos recíprocos”.
Todo está perfectamente resumido en la perorata que el letrado Felipe González, que ya se embutió la toga -y de qué manera- para defender a Barrionuevo, acaba de dirigir al tribunal de la opinión pública en pro de Manuel Chaves, imputado por el Supremo en el sumario de los ERE. Sostiene Antonio que Bruto es un hombre honrado. Incluso que es “una persona absolutamente íntegra”. Y lo presenta como víctima de una “causa general” porque “en el caso de que hubiera tenido responsabilidad política, que también lo dudo, es impresionante que se transforme en responsabilidad penal”. Y eso “lo tiene que corregir la propia Justicia”. Caramba, si es lo mismo que masculló el día del entierro de Tomás y Valiente: “¿Es que no hay nadie que les diga a los jueces lo que tienen que hacer?”.
El razonamiento pertinente es el inverso: sea cual sea su responsabilidad penal y al margen de en qué fase se encuentre el proceso, un partido con un mínimo sentido del pudor y la vergüenza ajena debería haber retirado hace ya tiempo de la vida pública a quien presidía la Junta de Andalucía cuando se malversaron miles de millones -el desvío del dinero no es presunto- a bolsillos afines. Pero, claro, ese cuento debería habérselo aplicado a sí mismo el señor X en los tiempos de los GAL y serviría también de rasero para el fariseo Rajoy que nos dice que seguirá “mandando SMS” porque “confía en la gente” como si Bárcenas hubiera conseguido bloquear informativamente la Moncloa durante los dos días que transcurrieron entre la divulgación del hallazgo de su fortuna en Suiza y el “Luis, sé fuerte” tecleado por su jefe, amigo y protector.
González y Rajoy dicen lo mismo porque están juntos en el barco de los intereses creados y los encubrimientos recíprocos. Lo ideal para ellos, además de domeñar a la justicia, sería domesticar a los piratas que preparan el abordaje por sus respectivos flancos. Pero ni Pablo Iglesias ni Albert Rivera van a ser tan estúpidos de prestarse a servir de comparsas para apuntalar el poder territorial del PSOE o el PP cuando quedan unos meses para la madre de todas las batallas en la que el premio es la Moncloa.
Sea cual sea el margen de su victoria y por muy variable que resulte la geometría del parlamento andaluz Susana Díaz va a necesitar que el PP le permita gobernar a base de abstenciones y otro tanto lleva camino de ocurrirles a la inversa a Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes. Al servicio de ese do ut des han sido sacrificados los dos listos del tranvía que pasaba por el ático. Y el remate de todo sería la gran coalición que dejaría a la nueva política con dos palmos de narices y mantendría a Rajoy en el Trono de Hierro hasta que dentro de esos “tres, cuatro o cinco años”, señalados por el padre padrone, llegara la lideresa andaluza a relevarle.
Ese es el plan. Ese es el guión que un viejo le ha soplado al otro viejo y que este a su vez ha chichisbeado a la casta Susana. En el Libro de Daniel el busilis consistía en inventar a un joven seductor como socio de la imaginaria coyunda. En esta reedición felipista de la Biblia el pretendiente existe pero lleva camino de quedarse al pie del altar, con las flores en la mano, repitiendo compulsivamente eso de “tu a San Telmo, yo a la Moncloa”, hasta que un día la ambiciosa Susana emerja cual ballena Turandot para engullirle en uno de sus acertijos.

 
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