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viernes, 21 de octubre de 2016

Si las palabras mataran estaríamos todos muertos

Si las palabras mataran estaríamos todos muertos

Si las palabras mataran estaríamos todos muertos; esa es una reflexión que me he hecho muchas veces cada vez que pienso en la libertad de expresión y en el hecho de que le damos demasiada importancia a las palabras. Es cierto que está muy feo decirle a nadie (o siquiera pensarlo) cosas como «Ojalá te mueras», «Si te vuelvo a ver por aquí te mato» y cosas por el estilo, pero si recapacitamos y hacemos memoria veremos como todos en algún momento de nuestras vidas (quizá incluso siendo niños) hemos dicho (o nos han dicho) cosas parecidas. Hasta nuestra madre es posible que nos haya dicho algo parecido alguna vez con la zapatilla en la mano. De ahí que crea sinceramente que…

Si las palabras mataran estaríamos todos muertos…

#Si las palabras mataran estaríamos todos muertos
Si las palabras mataran estaríamos todos muertos. ¿No estamos exagerando?
… Pero las palabras no tienen tanto poder como a veces les queremos otorgar. Y muchas veces tampoco decimos lo que pensamos o cómo lo pensamos, sino otra cosa. En definitiva, tampoco se puede juzgar a nadie por lo que, en un momento de, llamémosle irracionalidad, dice o escribe. Y ni siquiera hablo de perdonar, porque creo que no se trata de que nos perdonen por decir esas cosas o que nosotros perdonemos a los demás si alguna vez nos las han dicho, sino más bien que, directamente, no hay que darle tanta importancia, ni siquiera el perdón es necesario. A veces pecamos de sensibleros y megadelicados y nos ofende más una palabra que la miseria del mundo.
Eso nos lleva a la otra parte, a prohibir, a vetar lo que uno puede decir en un momento dado, algo muy típico ahora con lo de las redes sociales, porque claro, antes decíamos algo y, como siempre ha dicho el refranero: «Las palabras de las lleva el viento», pero ahora no ocurre así, ni siquiera entre las parejas. Antes nos decíamos todas las lindezas a la cara y hasta nos quedaba el recurso de negarlas en un momento dado, pero ahora todo queda reflejado de una manera u otra. ¿Para qué está el wasap si no? Para echar en cara a nuestra pareja lo que nos dijo el 21 de abril de hace tres años cuando nos enfadamos con la suegra… por ejemplo. O el Facebook y el Twitter, del que siempre hay alguien (con poco positivo que hacer) desenterrando viejas frases sin venir a cuento. Algo que en su momento pasó desapercibido, ahora resulta que es «nuevamente» ofensivo.
Sinceramente, poner la línea entre lo que podemos decir y lo que no, es algo que no debieran dirimir los tribunales, ni los legisladores ni nuestros políticos.
Hace muy poco han condenado a una persona por un comentario en Facebook. Un comentario, he de decir, muy desagradable y muy desafortunado, pero palabras al fin y al cabo, la expresión de un sentimiento que, por muy deleznable que sea, no tiene más consecuencias que las que quien lo lee quiera que tenga. Personalmente, si alguien hace ese tipo de comentarios en el muro de mi Facebook, automáticamente lo bloqueo y ya está, problema solucionado. No tengo por qué hacerle caso, ni tengo por qué denunciarlo, ni debo alegrarme de que lo sancionen. ¿Por qué? Que cada cual diga lo que quiera mientras no pase a los hechos y mate o hiera a alguien (y no hablo de herir sentimentalmente).
El desafortunado comentario:
[box type="warning"]«Qué pena de bomba para que saldrían por los aires y ellos con ellos»[/box]
Además, la frase está horripilantemente construida; ni siquiera se entiende. Los que, de alguna manera amamos el lenguaje, nos podemos sentir también ofendidos, ya no por el contenido, sino por lo mal escrito que está, pero bueno, eso es otra historia, otra tontería más. Con bloquear al energúmeno, todo solucionado. Sancionarlo es victimizarlo y no le corta las alas sino que se las hace más grandes, lo hemos convertido en víctima, incluso en héroe entre los de su entorno. Como cuando Mas dijo el otro día la gilipollez de que se sentía orgulloso de estar imputado por lo del referéndum.
Ha sido el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número UNO de Reinosa quien ha condenado al pago de novecientos sesenta euros (no sé si hay un baremo por palabra o algo así porque la cifra es un tanto extraña) a quien escribió el anterior comentario. Motivo: considerarlo como «injurias graves a los ejércitos, clases o Cuerpos de Seguridad del Estado».
Igual la Real Academia de la lengua se anima y lo sanciona también por daños irreparables al lenguaje.
Mi opinión personal: La sanción me parece improcedente, innecesaria y contraproducente.
Fue la Guardia Civil la que presentó un atestado por estos hechos y el Ministerio Fiscal quien formuló la acusación. Estos señores (Los de la GC) están demostrando también últimamente que son mucho más sensibles y delicados de lo que se les presupone para el cargo que ocupan. Creo que deberían tener más presencia de ánimo y estas cosas las debían de resbalar. O quizá no tengan otra cosa mejor que perder el tiempo en tribunales.
Creo que hay cosas más importantes para dirimirlas en los juzgados. Tengamos en cuenta, entre otras cosas, que los gastos producidos en el sistema y la inevitable falta de atención a otros casos más importantes, a buen seguro nos sale más caro que los novecientos sesenta euros que se recaudan por la sanción, que por cierto, no sé quién se los va a quedar ni en qué se van a utilizar. Sería interesante saberlo.
Recordemos una vez más: Si las palabras mataran estaríamos todos muertos.

Ramón Cerdá
 
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