EL ARPONERO INGENUO
Susana y los viejos
por PEDRO J. RAMÍREZ
Susana
o la carnalidad, Susana o el deseo, Susana o la fertilidad. La práctica
totalidad de los grandes pintores que se enfrentaron al más famoso de los
relatos añadidos en la versión griega del Libro de Daniel centraron su
mirada, y la nuestra, en la exuberante desnudez de su protagonista.
Tintoretto la muestra de cuarto y mitad al
borde del baño, tapando los senos con sus brazos y el pubis con sus muslos pero
desparramando la sensualidad imponente de todas sus curvas, rodeada de joyas y
vasijas, para deleite propio ante un espejo y tortura de los viejos voyeurs,
escondidos tras un seto.
Rubens la retrata de espaldas, mostrando un
dorso magnífico, sugerentemente sentada en cuclillas sobre una banqueta, con
las piernas abiertas y la mano escondida, mientras ella gira la cabeza ante la
irrupción lasciva de los viejos, como si hubiera sido interrumpida en una tarea
íntima.
En
el cuadro de Van Dyck los crapulosos asaltantes ya están
pegados a su espalda, Susana ya siente su aliento, uno de ellos ya le ha puesto
la mano encima, ¿qué sucederá ahora?, pero el único propósito de esos rostros
cetrinos y de esos oscuros ropajes es destacar la reluciente piel de nácar en
las mejillas, los brazos, las piernas y el pecho de la esposa de Joaquín,
itinerario luminoso que brilla entre las tinieblas de la condición humana.
La
gran excepción a la regla y mi versión favorita del lance, por muy atractivas,
magnéticas y voluptuosas que parezcan las demás, es la de la pintora romana Artemisia Gentileschi en la que los dos viejos
fundidos en un inquietante abrazo ocupan la mitad superior del cuadro y el foco
central está puesto en la proposición infame que susurran al oído de una
espantada, desvalida y mucho menos formidable Susana. Es el retrato de la
perfidia, la radiografía del momento en que le plantean que se entregue a ellos
o de lo contrario denunciarán que la han sorprendido yaciendo con un joven
desconocido.
Artemisia
estaba no se sabe si contando o anticipando su propia historia pues en la época
en que pintó el cuadro, su preceptor Agostino Tassi la violó aviesamente, dando
pie a un proceso inquisitorial en el que la víctima y denunciante -icono del
feminismo contemporáneo- fue torturada, lacerando con bramantes sus dedos de
pintora, para saber si decía la verdad. Sussana e i vecchioni, Artemisia e
i vecchio. Si hubiera que volver a titular su fascinante lienzo como base de
una producción cinematográfica yo no escogería, por demasiado obvio, Una
proposición indecente sino El secreto inconfesable.
Artemisia
nos incita a olvidarnos de ese pobre cuerpo, en el que la desnudez ya no es
convite carnal sino mera fragilidad física, y a fijarnos en la tortura
psicológica que supone para Susana una maquinación tan bien urdida. El menos
viejo de los dos viejos da las instrucciones en el oído del otro y este las
transmite en forma de susurro a la joven, reforzando el secreto con la pantalla
de la mano. Susana sabe que los dos ancianos son jueces y que su prestigio es
tal que nadie la creerá si los denuncia. Por eso agita los brazos con espanto e
impotencia, no para defenderse de la agresión física sino para intentar zafarse
de la trampa sin salida a la que se ve abocada.
Ilustración: Javier Muñoz
Supongo
que desde la promoción de Susana Díaz a la presidencia de la Junta de Andalucía
se habrán publicado unos cuantos artículos inspirados en este pasaje del Libro de
Daniel. Pero hasta ahora los viejos que la incomodaban eran Chaves
y Griñán, prestos a mancillar su pureza política con el rijoso chantaje de un
pasado compartido. Era una variante del tema bíblico: o nos proteges para que
nuestras culpas queden impunes o diremos que estabas con nosotros cuando
sucedió todo lo de los ERE, Mercasevilla, las subvenciones a UGT, Imprecaria y
demás vacas asadas. Con el matiz nada trivial, claro, de que probablemente era
cierto.
En
la encrucijada electoral yo veo sin embargo que los dos viejos que deslizan una
propuesta sonrojante en los oídos de la lideresa andaluza son Mariano Rajoy y
Felipe González, una pareja tan sorprendente como para casi todos desconocida
que se ha autoerigido en guardiana del bipartidismo y el status quo, al
servicio de los poderes fácticos que confluyen en el accionariado, equipo
directivo y entorno del grupo Prisa.
La
sintonía entre estos dos personajes, unidos por una común falta de escrúpulos,
quedó patente para quienes conocen los turbios manejos que desembocaron en la
brusca abdicación del rey Juan Carlos. Un año después el monarca dimisionario
mantiene un constante trajín alrededor del mundo, bastante equiparable a su
anterior actividad como Jefe del Estado, refutando así que fueran problemas de
salud los que le impedían seguir reinando. Sólo queda la hipótesis de que se
precipitó la sucesión como forma de apuntalar el bipartidismo coronado, cambiando
a un septuagenario bajo sospecha por un joven monarca impoluto como elemento
decorativo.
Se
trataba de garantizar que el poder quedara en manos del mismo conglomerado
político-económico-mediático de siempre a pesar del elevado coste que su
egoísmo e incompetencia ha tenido para los españoles durante los duros años de
la crisis. Empezaron reparando el tejado y ahora pretenden volver a encofrar
las paredes para atrincherarse en ellas. Su objetivo es aguantar el vendaval de
este año que la calle presiente y anhela como el de la sustitución de la vieja
política por la nueva política para que a su término todo quede en nada y
continúen siendo el PP y el PSOE quienes monopolicen las poltronas.
Rajoy
sigue cosechando las mayores cotas de impopularidad de un gobernante
democrático y esto no habrá coyuntura económica que lo enmiende pues la
pertinaz noluntad que ha caracterizado su estéril legislatura decepciona a los
unos e indigna a los otros. Esa es la única división de opiniones que galvaniza
a los tendidos. Pero él y los suyos tienen tanta basura acumulada en la sentina
de Génova y en los cementerios de residuos autonómicos que no pueden
arriesgarse a que las excavadoras de la regeneración la desentierren.
Por
eso han buscado una original forma de blanquear a los imputados que puedan ir
en sus listas, cambiando su denominación por la de “investigados”. Como si
pintado de cebra el perro, se acabara la rabia. Eso es lo que hacían algunos
castellanos viejos cuando, según recordaba el otro día Luis del Pino, echaban a
los cerdos al río durante la cuaresma para pescarlos a continuación y
zampárselos sin remordimiento alguno. Ya se sabe: del monte, el mero; y del
río, el cordero.
Admitamos
que lo de “imputados” supone una incitación permanente a cerrar el plano, como
hicimos con aquella pancarta que incluía las letras “ETA” precediendo a una
marcha de simpatizantes de la banda, y a recordar todos los días que la
política española es la casa de putas con mayor overbooking de la
historia. Pero lo correcto hubiera sido trocar el vocablo por el de
“encausados” para distinguir a aquellos en cuyas conductas un juez ve indicios
de delito, de aquellos que, suscitando sospechas en la policía, son
investigados dentro de la estricta legalidad, como Villarejo hizo con Ignacio González,
en pos de los elementos que permitan judicializar el caso.
Hecha
esta precisión queda el debate de la presencia en las listas de quienes a esos
efectos igual da que lleven etiqueta de carne o de pescado. Y estando contra el
automatismo que dejaría en manos de los jueces la confección de las
candidaturas por la simple vía de admitir a trámite una querella y citar a
declarar a los incluidos en ella, más aún lo estoy contra la reiterada praxis
de la cupolocracia consistente en eludir la depuración de responsabilidades
políticas amparándose en el carácter meramente indagatorio que tiene la fase de
instrucción sumarial.
“González
y Rajoy dicen lo mismo porque están juntos en el barco de los intereses creados
y los encubrimientos recíprocos”.
Todo
está perfectamente resumido en la perorata que el letrado Felipe González, que
ya se embutió la toga -y de qué manera- para defender a Barrionuevo, acaba de
dirigir al tribunal de la opinión pública en pro de Manuel Chaves, imputado por
el Supremo en el sumario de los ERE. Sostiene Antonio que Bruto es un hombre
honrado. Incluso que es “una persona absolutamente íntegra”. Y lo presenta como
víctima de una “causa general” porque “en el caso de que hubiera tenido
responsabilidad política, que también lo dudo, es impresionante que se
transforme en responsabilidad penal”. Y eso “lo tiene que corregir la propia
Justicia”. Caramba, si es lo mismo que masculló el día del entierro de Tomás y
Valiente: “¿Es que no hay nadie que les diga a los jueces lo que tienen que
hacer?”.
El
razonamiento pertinente es el inverso: sea cual sea su responsabilidad penal y
al margen de en qué fase se encuentre el proceso, un partido con un mínimo
sentido del pudor y la vergüenza ajena debería haber retirado hace ya tiempo de
la vida pública a quien presidía la Junta de Andalucía cuando se malversaron
miles de millones -el desvío del dinero no es presunto- a bolsillos afines.
Pero, claro, ese cuento debería habérselo aplicado a sí mismo el señor X en
los tiempos de los GAL y serviría también de rasero para el fariseo Rajoy que
nos dice que seguirá “mandando SMS” porque “confía en la gente” como si
Bárcenas hubiera conseguido bloquear informativamente la Moncloa durante los
dos días que transcurrieron entre la divulgación del hallazgo de su fortuna en
Suiza y el “Luis, sé fuerte” tecleado por su jefe, amigo y protector.
González
y Rajoy dicen lo mismo porque están juntos en el barco de los intereses creados
y los encubrimientos recíprocos. Lo ideal para ellos, además de domeñar a la
justicia, sería domesticar a los piratas que preparan el abordaje por sus
respectivos flancos. Pero ni Pablo Iglesias ni Albert Rivera van a ser tan
estúpidos de prestarse a servir de comparsas para apuntalar el poder
territorial del PSOE o el PP cuando quedan unos meses para la madre de todas
las batallas en la que el premio es la Moncloa.
Sea
cual sea el margen de su victoria y por muy variable que resulte la geometría
del parlamento andaluz Susana Díaz va a necesitar que el PP le permita gobernar
a base de abstenciones y otro tanto lleva camino de ocurrirles a la inversa a
Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes. Al servicio de ese do ut des
han sido sacrificados los dos listos del tranvía que pasaba por el ático. Y el
remate de todo sería la gran coalición que dejaría a la nueva política con dos
palmos de narices y mantendría a Rajoy en el Trono de Hierro hasta que dentro
de esos “tres, cuatro o cinco años”, señalados por el padre padrone, llegara la
lideresa andaluza a relevarle.
Ese
es el plan. Ese es el guión que un viejo le ha soplado al otro viejo y que este
a su vez ha chichisbeado a la casta Susana. En el Libro de Daniel el busilis
consistía en inventar a un joven seductor como socio de la imaginaria coyunda.
En esta reedición felipista de la Biblia el pretendiente existe pero lleva
camino de quedarse al pie del altar, con las flores en la mano, repitiendo
compulsivamente eso de “tu a San Telmo, yo a la Moncloa”, hasta que un día la
ambiciosa Susana emerja cual ballena Turandot para engullirle en uno de sus
acertijos.
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