El honor del Rey
José Antonio Zarzalejos -
El 12 de marzo de 1981, a menos de un mes de acaecida la intentona golpista protagonizada por Tejero y Armada en complicidad con otros más, el ex presidente de la Generalitat de Cataluña en el exilio y el primero que reinstauró la institución en los albores de la democracia, Josep Tarradellas, remitió una carta al Rey. El texto es poco conocido y lo ha desempolvado con oportunidad Jesús Conte en su reciente libro Tarradellas, testigo de España (editorial Destino, febrero de 2011). Lo que le refiere el líder catalán al Jefe del Estado en una misiva que ocupa veinte folios, valorada treinta años después -el próximo miércoles se cumplirá el 30º aniversario del frustrado golpe de Estado-, implica una enorme clarificación de la situación difícil de la España de entonces, revela la advertencia al monarca de nuevos peligros y reivindica el comportamiento de Don Juan Carlos cuando ya serpenteaba el rumor -que no ha cesado pese a la enorme bibliografía de distinta factura al respecto- sobre su verdadero papel en aquella noche aciaga.
Relata Conte cómo Tarradellas se había movido mucho por Madrid tanto en enero como en febrero de ese año y auscultado con preocupación el ambiente social y político del país. El que fuera presidente de la Generalitat fue siempre una personalidad inquieta, vivaz y sensata, por la experiencia acumulada, y también moderada para aplacar así la fuerte emotividad que rodeaba -y sigue haciéndolo- la tensión entre Cataluña y el resto de España. Tarradellas era, en consecuencia, un hombre informado que venía de un largo exilio y que por aquellas fechas -hace tres décadas- amonestaba sobre la necesidad de un “golpe de timón” en la política española. El golpismo de aquel 23-F le dio la razón.
La misiva de Tarradellas iba más allá porque, en un gesto que le honraba, denunciaba al Rey que el grave problema de España era el autonómico, arremetiendo contra los gobiernos de Pujol en Cataluña y de Garaikoetxea en el País Vasco con palabras muy duras
Traer hoy a colación la carta de Tarradellas al Rey, datada días después de la intentona, tiene el sentido de reivindicar el honor del Jefe del Estado sobre cuya implicación en los prolegómenos de la asonada se ha especulado mucho y con escaso rigor. Siguen saliendo a la palestra, con medias palabras y sugerencias apenas embozadas, protagonistas culpables de aquel delito que pretenden ampararse en la figura del Rey. El político catalán escribe a Don Juan Carlos en términos inequívocos: “Vuestra lucidez y elevado sentido de la responsabilidad, que mucho os honran, merecen mi más profunda admiración y estima(…) con vuestra autoridad moral, puesta al servicio del país, lograsteis detener una situación que hubiera podido producir una auténtica catástrofe”. Con pesimismo, Tarradellas confiesa a Don Juan Carlos que “vos sois la única esperanza que nos queda. Ya sabéis que lo he dicho a menudo, y si hoy insisto es porque me doy cuenta que los partidos políticos no lo tienen demasiado presente y continúan divagando y hundiéndose cada vez más en problemas ideológicos o personales, sin ver que estos problemas no suscitan actualmente el interés del país, y así -y quiero creer que inconscientemente- no se aperciben de que pueden socavar los cimientos de la monarquía”. Tarradellas, buen conocedor de la Carta Magna, afirma: “Conozco vuestros derechos y limitaciones, bien definidos por la Constitución, y, por lo tanto, lo que acabo de manifestar no quisiera lo considerarais un reproche o una incitación a adoptar actitudes que escapan a vuestras prerrogativas”.
“Se busca un responsable”
La intuición del viejo luchador catalán detectaba ya que el Jefe del Estado estaba siendo víctima de insidias a propósito del 23-F y por eso le apostilla: “Existe el peligro de que a la larga algunos puedan creer que el único responsable es quien justamente puso lo mejor de su inteligencia al servicio del país para resolver problemas que él ni directa ni indirectamente provocó. Hoy se tiene la sensación de que por parte de estas personas se busca un responsable que justifique los propios errores y desfallecimientos y esto es inadmisible y a la vez peligroso, muy peligroso”. ¡Cómo acertaba Tarradellas a diagnosticar lo que comenzó a urdirse en contra de la honorabilidad democrática del Rey! Y con qué palabras tan ajustadas se lo hacía ver a Don Juan Carlos.
Pero la misiva de Tarradellas iba más allá porque, en un gesto que le honraba, denunciaba al Rey que el grave problema de España era el autonómico, arremetiendo contra los gobiernos de Pujol en Cataluña y de Garaikoetxea en el País Vasco con palabras muy duras: “Han constituido gobiernos monocolor, es decir, minoritarios o de un solo partido y, como era de esperar, hacen una política sectaria, discriminatoria, que hasta divide interiormente las dos comunidades de una manera cada vez más profunda. El resultado de esa política creo que es y será muy arriesgado y decepcionante”. Tarradellas, después de sugerir al Rey el perdón para etarras y golpistas, se refiere al papel de Don Juan Carlos para el futuro de España en estos términos: “Esto significa que ya no podéis estar ausente de desempeñar el papel de pacificador y de hacer lo posible para que nuestra democracia sea duradera y se estructure de manera que sea válida para todos (…) quisiera equivocarme, pero creo que tarde o temprano llegará un día en que España os pedirá la intervención que me permito sugeriros, ya que de otra manera nuestro país corre el riesgo de retroceder a tiempos y situaciones inestables. Me permito solicitaros una larga reflexión”.
La carta de Tarradellas mereció la reflexión que reclamaba aunque fue contestada con discreción por el Jefe del Estado. Pero algo de lo que el anciano catalán, campeón de las libertades y de la concordia entre los españoles, anunciaba en su carta al Rey ha sucedido. En particular, que Don Juan Carlos -soportando tantos infundios en silencio- ha sido vapuleado por elucubraciones insidiosas a propósito del 23-F. Un republicano catalán, miembro y dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya, presidente de la Generalitat en el exilio y coautor en muy buena medida del éxito de la Transición, reivindicó el honor del Rey, su papel decisivo, su comportamiento patriótico, en la defensa de la democracia aquella madrugada del 24 de febrero, con el Congreso tomado por los golpistas, los tanques en las calles de Valencia, la TV pública intervenida y con una legión de políticos callados o corriendo a esconderse más allá de nuestras fronteras.
El honor del Rey, tantas veces puesto en entredicho, requiere que se traigan a la actualidad, treinta años después y cuando no corren buenos tiempos para la Monarquía, testimonios como el de Tarradellas que ofrecen la auténtica dimensión de Don Juan Carlos, que alcanzó durante aquellos lúgubres acontecimientos de febrero de 1981 una plena y total legitimación democrática a través del ejercicio de sus facultades constitucionales en una tesitura excepcional. Jesús Conte ha escrito, por eso y por más y esclarecedoras aportaciones, el libro adecuado en el momento oportuno.
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