CHANTAJES Y COMPLICIDADES HACIA EL REY
"El negocio de la Libertad", Jesús Cacho (Capít. 9, subcap. 2)
[...] "El Rey ha sido víctima del humano deseo de romper el aislamiento implícito en el cargo -asegura uno de sus preceptores juveniles-, no ha sabido callar, y ahora es rehén de las confidencias realizadas al oído de mucha gente." El Monarca creyó que, confiándose a sus numerosos amigos, incluso a simples conocidos, rompía el círculo de su soledad construyendo un abanico de fidelidades, de complicidades incluso, que su condición de Rey haría sólido y duradero, inalterable al paso del tiempo. No reparó en que esa gente no hablaría, en efecto, a menos que tuviera que defenderse de imputaciones tan graves como las del caso GAL.
Felipe podría callar todo lo que sabe, que es mucho, en torno a las finanzas del Monarca y los escandalosos negocios de Manuel Prado y Colón de Carvajal, el "amiguísimo". En realidad lleva muchos años haciéndolo. Así se puso de manifiesto un día en la antecámara regia, donde el entonces presidente del Gobierno estaba esperando a ser recibido por el Monarca para uno de sus habituales despachos. Era una de las cosas que peor llevaba, aquella espera protocolaria que entendía como un lamentable despilfarro de tiempo, esperar sin necesidad, para marcar rango y distancias, hasta el punto de que a veces se ponía nervioso." Pero si no está haciendo nada, ¡coño!, ¿por qué me hará esperar?" Hasta que un día en que la prórroga se hizo particularmente enojosa se destapó, muy enfadado, con un comentario que dejó helada a la persona con la que compartía antesala:
- ¡Y dile a Manolo Prado que se conforme con el 2 por 100, porque eso de cobrar el 20 es una barbaridad!...
- Oye, oye, presidente -replicó el interlocutor-, ni le puedo decir nada a Manolo Prado, ni sé de qué me estás hablando.
Estaba hablando, al parecer, de las comisiones del petróleo importado por España de determinado país árabe. Aquello era mucho dinero, pero sólo eso, dinero. Lo del GAL, por el contrario, era harina de otro costal. El GAL era el riesgo de cerrar una larga carrera política con el baldón de una condena por asesinato múltiple. Y Felipe no estaba dispuesto a cargar con el mochuelo.
BÁRBARA REY, en el libro "El Desquite" de Pedro J. Ramírez - Año 2004
(Capítulo III, Sección 3)
[...] Hacía meses que diversos medios de comunicación habían recibido un primer anónimo en el que se denunciaba que la actriz Bárbara Rey estaba siendo coaccionada para evitar que trascendieran unas presuntas pruebas -entre ellas algún vídeo- de su supuesta relación con el rey Juan Carlos. [...]
El periodista Pedro J. Ramírez, autor de "El Desquite" - Portada de "El Desquite" - Bárbara Rey, artista y amiga especial del Rey de España
(Capítulo VI, Sección 2)
[...] "En la primavera de 1996 se distribuyó por todos los medios de comunicación de este país un panfleto en el que se hablaba de una relación que había existido durante varios años entre Su majestad el Rey y Bárbara Rey, dando incluso detalles de la misma y acusando a Bárbara de intento de chantaje a Su Majestad ya que, como prueba de tal relación, Bárbara había grabado un vídeo a cambio del cual pedía 400 millones, consiguiendo al final un contrato multimillonario en televisión..." [...]
LIBRO "LA SOLEDAD DEL REY", DE JOSÉ GARCÍA ABAD (Capítulo I - 1ª Parte)
Capítulo I: "Un Rey en un país sin monárquicos".
Juan Carlos I, el rey de España, se lo dice a todo el mundo con su desenfado característico: «Aquí hay que ganarse el sueldo todos los días, si no te botan». Una lección sabia, la de la profesionalidad, en el libro no escrito sobre el oficio de un monarca moderno, sobre todo cuando el país en el que reina no ha sido dotado por Dios con monárquicos. Aquí, en España, hay juancarlistas por seducción, pero accidentalistas en cuestiones de forma de Estado; monárquicos por devoción o cálculo; juancarlistas republicanos; juancarlistas porque Franco así lo quiso; monárquicos de la Reina como reacción, mayormente femenina, ante el donjuanismo de don Juan Carlos, que en realidad se llama don Juan. Lo de Juan Carlos se lo impuso Franco para poderle hacer «primero», cabeza de la monarquía del 18 de julio. Aquí proliferan los adictos, incluso los devotos a la figura del titular de la Corona, pero muy pocos son monárquicos tout court, que dirían los franceses, monárquicos de doctrina, monárquicos de pura raza como Dios manda, como Luis María Anson.
Qué difícil es ser Rey con esta tropa, qué complicado es conducirse como un Soberano moderno que no cuenta con leales súbditos, sino con ciudadanos quisquillosos, y que ni siquiera es Soberano, porque en este reino, como en toda monarquía parlamentaria, la soberanía reside en el pueblo. Santiago Carrillo, que se ha convertido en el más esforzado defensor de la institución, me confiaba lo que a su vez le había confiado don Juan Carlos: sus serias dudas sobre la existencia de monárquicos en España. Yo me permití contestarle: «Hombre, Santiago, eso lo sabe todo el mundo.» Y Carrillo me replicó con toda razón: «Eso es verdad, pero hombre, que lo diga el Rey...».
La preocupación de don Juan Carlos por la amplitud del juancarlismo y la escasez de auténticos monárquicos es reconocida abiertamente por él en sus conversaciones con José Luis de Vilallonga, que se proclama monárquico de don Juan Carlos y socialista: «No, José Luis, no es que la existencia del “juancarlismo” me disguste; íntimamente me siento muy halagado, pero me preocupa. Me preocupa porque un hombre, un rey, puede hacerse querer muy rápidamente. A veces basta poca cosa, un gesto que impresiona, una palabra pronunciada en el momento justo… Qué sé yo... Pero una monarquía no arraiga en el corazón de un país de la noche a la mañana. Se necesita tiempo. Y el tiempo pasa tan rápido...
Mi tarea consiste en obrar de forma que los españoles vuelvan a reanudar la tradición monárquica [...]. Y yo tengo que llegar a demostrar a los españoles que la monarquía puede ser útil al país [...]. Si Dios me da vida, continuaré trabajando para que los españoles acepten que esa persona a la que llaman familiarmente “Juan Carlos” encarna una institución, y que es esa institución la que cuenta. De momento hago todo lo que puedo para que mi hijo, el Príncipe de Asturias, siga el consejo que me dio el general Franco: “Alteza, haced que los españoles os conozcan.” Y espero que don Felipe se haga querer por los españoles tanto como al parecer me quieren a mí. Eso es todo lo que pido.»
Portad de "La Soledad del Rey", de José García Abad - Jose Luis de Vilallonga, escritor y amigo de Juan Carlos I
No hay que olvidar que estas palabras, por las que don Juan Carlos expresa su fehaciente deseo de transformar el juancarlismo en monarquismo, y sus esperanzas, que no seguridades, puestas en don Felipe, están publicadas en 1993, casi veinte años después de su proclamación como Rey y en el inicio de una década que no puede calificarse como prodigiosa para la monarquía.
Su hijo, el Príncipe de Asturias, no parece haber asimilado plenamente esta lección a pesar de que pasa por ser el heredero mejor preparado de Europa, afirmación, por cierto, bastante exagerada; tampoco parece muy dispuesta su esposa, la reina Sofía, a plantearse su función en términos de profesionalidad, a pesar de que ha sido definida de forma un tanto tópica como «una gran profesional». La «profesionalidad» es una categoría que también el Rey atribuye a su mayestática esposa como mérito superlativo y que a ella le rechina un tanto, pues está convencida de que es reina por naturaleza, una soberana entroncada en milenios de realeza. Desde semejante concepción purista de derecho divino, los reyes no son unos profesionales, sino raros especímenes de sangre azul, una extraña deriva mutante de humanos que sólo en apariencia son tales. La Reina siente circular por sus venas la sangre centenaria de los reyes de Alemania, Bélgica, Bulgaria, Inglaterra, Rumanía, Yugoslavia, Rusia, Luxemburgo, Suecia, Dinamarca, Noruega, Holanda y hasta alguna gota de los griegos. Muy pocas, pues los soberanos de este país fueron germanos por los cuatro costados.
Ella se considera una reina para siempre, dotada de una naturaleza perenne a prueba de cualquier circunstancia que pudiera depararle el destino: como la muy previsible de que su hijo sea llamado al trono o la más imprevisible, pero no totalmente descartable, de la proclamación de la República. Aun destronada ella seguiría siendo reina. La monarquía griega no fue, precisamente, un ejemplo de pulcritud democrática: aliada de las castas más privilegiadas, de la derecha dura y del predominio militar sobre el poder civil, marchó de golpe en golpe institucional hasta caer víctima de un enfrentamiento con los golpistas militares, los coroneles a los que se había aliado. Su castigo fue implacable: la instauración por medio de un limpio referéndum popular de una república democrática.
El Rey es, sin embargo, otra cosa. Tiene más pedigrí que su regia esposa y, aunque a veces lo reivindica -«Hombre, sí, yo sucedo a Franco, pero de quien soy heredero es de diecisiete reyes de mi familia»-, sabe distanciarse del fundamentalismo de su esposa con una expresión muy castiza: «Yo en cambio soy producto de mil leches.» Sin embargo, don Juan Carlos, a quien nadie le discute su profesionalidad, incluso su arte, empieza a ser cuestionado aunque todavía soto voce. Precisamente ahora, cuando tras veintiocho años de antigüedad en el cargo ha superado con éxito los peligros más aparentes: las fuerzas residuales del antiguo régimen que se resistían a desaparecer -las ataduras de Franco-, el golpe de Estado del 23-F y la alternancia pacífica en el gobierno de la derecha, la izquierda y de nuevo la derecha.
El Rey, todavía en la cumbre de su popularidad, empieza a sufrir algún desgaste en su caché, un deterioro de su imagen que se ha venido produciendo en la opinión pública informada a lo largo de la última década, durante la que parece que se ha relajado en exceso. Las causas están a la vista de quien quiera verlas y tienen nombres y apellidos: Mario Conde, Javier de la Rosa y Manuel Prado y Colón de Carvajal, entre otros que mencionaremos más adelante. También hay logotipos de empresas: Banesto, Kio y un amplio número de patrocinadores que tienen que ver con la obsesión freudiana del Monarca de hacerse con un capitalito, el síndrome Escarlata O´Hara en Lo que el viento se llevó: «Juro por Dios, que nunca más volveré a pasar hambre».
A las imprudencias financieras del Monarca, a la deficiente elección de sus amigos, muchos de los cuales han terminado en la cárcel o están en camino (entre ellos José María Ruiz Mateos, Manuel Prado y Colón de Carvajal, Javier de la Rosa, Mario Conde, los Albertos, Zourab Tchkotoua y últimamente Mario Caprile), hay que añadir otras relajaciones que han trocado la imagen de sobriedad con la que inició su reinado en una apariencia de lujo y frivolidad. La acertada decisión inicial de prescindir de una corte de nobles -«Ya sé que hay gente que nos reprocha que llevemos un tren de vida poco ostentoso, pero prefiero un tren de vida quizás demasiado sencillo a ver brotar a mi alrededor un embrión de corte impropio de nuestra época»- se ha desvanecido. El «embrión de corte impropio de nuestra época» se ha sustituido por otra corte de amigotes de la jet set, propia de nuestra época pero aún menos edificante que la que rodeara a su abuelo y de la que huía virtuosamente el rey Juan Carlos.
"UN REY GOLPE A GOLPE", DE PATRICIA SVERLO. Capít. 13: El Rey de los Socialistas.
"GOLPES QUE NO FUERON DE ESTADO"
[...] A lo largo del "reinado" del PSOE, mientras el rey se divertía en Mallorca, en Baqueira, en Suiza o donde fuera, su valoración en las encuestas registraba las cotas más elevadas de popularidad, por encima del 80 por ciento, creciendo imparable. Y los únicos inconvenientes eran los golpes que con real torpeza se llevaba de vez en cuando, mientras jugaba a alguno de sus juegos favoritos, que le obligaron a pasarse de baja largos períodos. Aunque esto nadie se lo podría achacar a los socialistas. Ya antes, en julio de 1981, había tropezado con una puerta de cristal cuando se dirigía a la piscina de La Zarzuela, teniendo que escayolarle un brazo. Pero luego vinieron muchos accidentes más, que nunca pillaban al monarca trabajando.
Portada en español de "Un Rey Golpe a Golpe" - El Rey de España, practicando el esquí - Portada en catalán de "Un Rey Golpe a Golpe"
En enero de 1983, durante las vacaciones navideñas en Gstaad, tuvo uno de los accidentes más graves. Resbaló sobre una placa de hielo, lo que le produjo una fisura en la pelvis. Fue un susto importante que casi le cuesta un testículo. Después de ser atendido en Suiza, fue trasladado rápidamente a Madrid. Cuando Sabino Fernández Campo, el Secretario de la Casa Real, fue a recibirle y le vio postrado en la camilla en que lo bajaban del avión, pálido, demacrado, con el pelo revuelto... vamos, hecho un asco, no pudo menos que exclamar: "Señor, con todo respeto, he de decirle que un rey sólo puede tener ese lamentable aspecto si viene de las Cruzadas". La recuperación de Don Juan Carlos duró dos meses, pero dejó como secuela un hematoma interno que originó una fibrosis reactiva, que hubo que operar dos años después. En la intervención se extirpó la fibrosis y parte del testículo izquierdo. Los médicos le recomendaron entonces que pusiera sus partes al sol para favorecer la cicatrización, y fue cuando tuvo la mala suerte de que un paparazzi le fotografiase desnudo sobre la cubierta del yate Fortuna en aguas de Mallorca, como si fuera un "naturista", cuando sólo lo hacía por prescripción facultativa.
En 1988 se dio un empellón cazando en Suecia. Perseguía arrebatado una pieza, cuando una rama le golpeó el ojo a traición. en diciembre de 1989, durantre unas vacaciones en la estación de Courchevel (Alpes Franceses), otro batacazo le produjo magulladuras y heridas en la cara. El 28 de septiembre de 1991, esquiando en Baqueira, se dio un topetazo más, mientras descendía por una pendiente muy empinada, que le produjo el hundimiento del platillo tibial de la rodilla derecha y obligó a una nueva intervención quirúrgica. Tuvo que llevar muletas hasta el mes de abril. La Casa Real, preocupada con que los españoles pudieran comenzar a pensar que tanto golpe no era normal, difundió la versión de que el accidente había sido contra otro esquiador que se había cruzado en su camino. El misterioso obstáculo nunca fue identificado, aunque las redacciones de algunas revistas se llenaron de espontáneos que querían arrogarse el honor.
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COMENTARIO:
A la edad que Vd. tiene, Rey Juan Carlos, hay que tener más cuidado del que tenía en su juventud y madurez. Ahora en la vejez, hay que ser más cauto a la hora de mantenerse en pie. El deporte tiene esas cosas... De todas formas, no sé por qué me da a mí que es Vd. un pelín torpe.
Un consejo: Pruebe Vd. a leer algún libro de vez en cuando, aunque no tenga ninguna aficióna la lectura, que lo sé. O pruebe a escuchar algo de música clásica, que eso no hace daño, aunque su preferencia sean las rancheras (y si son cantadas por alguna artista concreta, pongamos por caso Paloma San Basilio, mucho mejor).
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