Desde que empezó el caso Urdangarín, todos pensamos lo mismo, ¡el que
faltaba!, ha coronado el pastel, nunca mejor dicho.
Como el tema hace diana en el inseguro mundo de la monarquía, el Rey decide
intervenir. La primera medida es mandar a la reina a Washington, para que de un
paseo con Cristina e Iñaki en un intento de convencernos a todos, de que los
considera inocentes y los apoya. ¿Alguien puede creer que Doña Sofía tomó la
decisión en solitario y que salió en portada de la revista Hola sin permiso de
la Casa Real?.
Consiguió el resultado opuesto. Las críticas arrecian y las informaciones dan
terror, se toma la segunda medida, apartar al duque de Palma de los actos
oficiales, insistiendo en que no es miembro de la familia real. A la vez, se
anuncia que la institución hará público el desglose de las cuentas, una
concesión a los súbditos que llega demasiado tarde.
Pero, aún manteniendo la presunción de inocencia, falta Cristina, una
licenciada en Ciencias Políticas y Máster en Relaciones Internacionales con la
suficiente capacidad para saber lo que significa firmar documentos y disfrutar
de un nivel de vida que, presuntamente, no corresponde a sus ingresos. Luego
están todos los demás, el Rey, el Principe, los servicios de información de la
Zarzuela, y los políticos que sin ninguna responsabilidad, contrataron unos
servicios demasiado caros y después ni se molestaron en controlar
su ejecución.
Y se ha generado desconfianza y la Reina ya no parece profesional y el Rey se
ha vuelto humano y por encubrir a un hija, ha perdido la parte divina que le
otorga como prioridad el servicio a los españoles.
Y pronto, Su Majestad nos felicitará la Navidad y entretanto me parece que
debe pedir a los Reyes Magos: oro pulido que deslumbre con la verdad, incienso
con aroma de justicia transparente y mirra con vapores a referéndum ¿O
Noos?.
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