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martes, 20 de diciembre de 2011



Desde que empezó el caso Urdangarín, todos pensamos lo mismo, ¡el que faltaba!,  ha coronado el pastel, nunca mejor dicho.
Como el tema hace diana en el inseguro mundo de la monarquía, el Rey decide intervenir. La primera medida es mandar  a la reina a Washington, para que de un paseo con Cristina e Iñaki en un intento de convencernos a todos, de que los considera inocentes y los apoya. ¿Alguien puede creer que Doña Sofía tomó la decisión en solitario y que salió en portada de la revista Hola sin permiso de la Casa Real?.
Consiguió el resultado opuesto. Las críticas arrecian y las informaciones dan terror, se toma la segunda medida, apartar al duque de Palma de los actos oficiales, insistiendo en que no es miembro de la familia real. A la vez, se anuncia que la institución hará público el desglose de  las cuentas, una concesión a los súbditos que llega demasiado tarde.
Pero, aún manteniendo la presunción de inocencia, falta Cristina, una licenciada en Ciencias Políticas y Máster en Relaciones Internacionales con la suficiente capacidad para saber lo que significa firmar documentos y disfrutar de un nivel  de vida que, presuntamente, no corresponde a sus ingresos. Luego están todos los demás, el Rey, el Principe, los servicios de información de la Zarzuela, y los políticos que sin ninguna responsabilidad, contrataron unos servicios demasiado caros y después ni se molestaron en controlar su ejecución.
Y se ha generado desconfianza y la Reina ya no parece profesional y el Rey se ha vuelto humano y por encubrir a un hija, ha perdido la parte divina que le otorga como prioridad el servicio a los españoles.
Y pronto, Su Majestad nos felicitará la Navidad  y entretanto me parece que debe pedir a los Reyes Magos: oro pulido que deslumbre con la verdad, incienso con aroma de justicia transparente y mirra  con vapores a referéndum ¿O Noos?.
 
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