Son muy significativos los sucesos violentos que
alteran gravemente la paz social en Valencia. Todo comenzó con unas
concentraciones de naturaleza aparentemente espontanea y pacífica, de los
alumnos del instituto valenciano Luis Vives que protestaban ruidosamente por la
supuesta falta de calefacción en las aulas y por los recortes en educación. El
carácter pacífico de estas manifestaciones se rompió muy pronto por la actuación
de grupos radicales de izquierda, que nada tienen que ver con los estudiantes.
Los alborotadores profesionales calientan sin el menor rubor a los estudiantes
hasta que consiguen “reventar” la calle.
Cuando esos grupos violentos logran cortar el
tráfico y tiene lugar el enfrentamiento violento con la policía, si pueden, se
quitan de en medio para que sean los incautos alumnos los que reciban los golpes
y así tener una disculpa más para organizar nuevas algaradas callejeras, como en
realidad sucedió. Aprovecharon esta circunstancia para contagiar a otras
ciudades, principalmente a Madrid y a Barcelona, y para ampliar el objeto de la
protesta. Ahora se manifiestan airadamente contra los recortes, la corrupción y
la violencia policial. Piden además la dimisión de Paula Sánchez de León,
delegada del Gobierno en Valencia.
Las protestas estudiantiles valencianas no son en
absoluto espontaneas, como quieren hacernos ver. Responden a una verdadera
estrategia, urdida intencionadamente por fuerzas radicales y violentas de
extrema izquierda, entre las que tienen un papel muy destacado
Compromis, los anti sistema, perroflautas, ocupas y demás ralea
que en su día integraron el Movimiento del 15M y la colaboración de algún
profesor desaprensivo. Y a esta alteración del orden público lo llaman
“primavera valenciana”. Queda muy claro que, con estos altercados callejeros,
buscan directamente provocar a la policía para que ésta responda, para acusarla
después de violenta. Hay que hostigar al nuevo Gobierno y no darle el más mínimo
respiro. Y para eso, nada mejor que airear la brutalidad policial, sea ésta
real o simulada.
Toda esa patulea perroflautera aprovecha unas
protestas estudiantiles para subvertir el orden y la convivencia pacífica de la
sociedad. Siguiendo al pie de la letra consignas dadas por internet, provocan a
la policía y, a la vez, tratan de pasar por ciudadanos corrientes. Se trata de
una especie de manual de guerrilla urbana, para aparentar ser víctimas en el
enfrentamiento con los agentes del orden, y granjearse así la simpatía de la
opinión pública. “Como Grecia arderá Valencia” repetían desaforadamente una y
otra vez, y se entusiasmaban ante las soflamas del impresentable Alberto
Ordoñez, que les animaba a mantener la lucha con frases tan torpes como esta:
“hay que arrasar Valencia a sangre y fuego”.
Esta caterva de impresentables, debidamente
adiestrada, ha salido de aquellos grupos de gentes que se decían “indignados”.
Entonces ocupaban impunemente las plazas más importantes de las ciudades de
España con la aquiescencia malévola de Alfredo Pérez Rubalcaba, a la sazón
vicepresidente primero del Gobierno y Ministro del Interior. Disimulaban su
verdadera intención, protestando simplemente contra el sistema político en
general. Lo que en realidad hacían de aquella estas falanges de Rubalcaba,
aparece hoy muy claro: ensayaban ya entonces futuras actuaciones contra el
Partido Popular por si, como se esperaba, ganaba abrumadoramente las elecciones
generales. Se trata de una tropa despreciable, manejada a placer por los
socialistas y dispuesta a formar comandos de agitación permanente en la calle,
para obstaculizar la labor del Gobierno de Rajoy y provocar su desgaste
prematuro.
También cuentan los socialistas con la
inestimable ayuda de los sindicatos de clase. La segunda legislatura de José
Luis Rodríguez Zapatero resultó ser extremadamente complicada. El enorme
despilfarro de dinero durante los años de las vacas gordas y la tremenda crisis
económica surgida posteriormente, ponían en peligro la estabilidad de su
Gobierno. Para hacer frente a semejante problema, necesitaba ante todo asegurar
la paz social. De ahí que el Gobierno socialista intentara ganarse la confianza
de los sindicatos obreros, comprando obviamente su silencio y su renuncia a las
manifestaciones y, sobre todo, a las huelgas y a cualquier tipo de
revueltas.
Y esto lo hizo el Gobierno socialista a base de
cuantiosas subvenciones. Desde el año 2008 hasta el año 2011, CC.OO y la UGT se
llevaron más de mil millones de euros de los Presupuestos Generales del Estado.
Como ahora el Gobierno es de derechas, los sindicatos de clase se sienten
obligados a devolver al PSOE sus antiguos y generosos favores. Y la mejor
manera de hacerlo es ocupando la calle, o incendiándola, o arrasándola a “sangre
y fuego”. No importa que para esto tengan que seguir dando la espalda a los
trabajadores y, sobre todo, a los parados. Y los socialistas aprovechan, sin el
menor reparo, la incendiaria disponibilidad de los sindicatos.
La izquierda es así y no tiene arreglo posible.
Es incapaz de digerir sus derrotas y, cuando pierde, traslada inmediatamente a
las calles lo que no puede ganar en las urnas. Considera que son ellos los que
deben gobernar y cada vez que la sociedad les aparta del Poder es porque se
equivoca gravemente. Cuando sucede esto, la izquierda se ve perdida y, sin
pensárselo dos veces, se lanza a la calle para protestar airadamente por tan
tremenda injusticia. Consideran descabellado que gobierne la derecha aunque,
como en esta ocasión, obtenga en las elecciones una mayoría aplastante.
Lo malo, lo verdaderamente preocupante es que la
derecha participa de ese mismo sentimiento y se siente inferior a la izquierda.
Cuando la derecha gana las elecciones, se acompleja y gobierna con prevención y
miedo, pidiendo prácticamente perdón por las decisiones que pueda adoptar.
Gijón, 26 de febrero de 2012
José Luis Valladares Fernández
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