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miércoles, 29 de febrero de 2012

La izquierda pierde los papeles



Son muy significativos los sucesos violentos que alteran gravemente la paz social en Valencia. Todo comenzó con unas concentraciones de naturaleza aparentemente espontanea y pacífica, de los alumnos del instituto valenciano Luis Vives que protestaban ruidosamente por la supuesta falta de calefacción en las aulas y por los recortes en educación. El carácter pacífico de estas manifestaciones se rompió muy pronto por la actuación de grupos radicales de izquierda, que nada tienen que ver con los estudiantes. Los alborotadores profesionales calientan sin el menor rubor a los estudiantes hasta que consiguen “reventar” la calle.
Cuando esos grupos violentos logran cortar el tráfico y tiene lugar el enfrentamiento violento con la policía, si pueden, se quitan de en medio para que sean los incautos alumnos los que reciban los golpes y así tener una disculpa más para organizar nuevas algaradas callejeras, como en realidad sucedió. Aprovecharon esta circunstancia para contagiar a otras ciudades, principalmente a Madrid y a Barcelona, y para ampliar el objeto de la protesta. Ahora se manifiestan  airadamente contra los recortes, la corrupción y la violencia policial. Piden además la dimisión de Paula Sánchez de León, delegada del Gobierno en Valencia.
Las protestas estudiantiles valencianas no son en absoluto espontaneas, como quieren hacernos ver. Responden a una verdadera estrategia, urdida intencionadamente por fuerzas radicales y violentas de extrema izquierda, entre las que tienen un papel muy destacado Compromis, los anti sistema, perroflautas, ocupas y demás ralea  que en su día integraron el Movimiento del 15M y la colaboración de algún profesor desaprensivo. Y a esta alteración del orden público lo llaman “primavera valenciana”. Queda muy claro que, con estos altercados callejeros, buscan directamente provocar a la policía para que ésta responda, para acusarla después de violenta. Hay que hostigar al nuevo Gobierno y no darle el más mínimo respiro. Y  para eso, nada mejor que airear la brutalidad policial, sea ésta real o simulada.
Toda esa patulea perroflautera aprovecha unas protestas estudiantiles para subvertir el orden y la convivencia pacífica de la sociedad. Siguiendo al pie de la letra consignas dadas por internet, provocan a la policía y, a la vez, tratan de pasar por ciudadanos corrientes. Se trata de una especie de manual de guerrilla urbana, para aparentar ser víctimas en el enfrentamiento con los agentes del orden, y granjearse así la simpatía de la opinión pública. “Como Grecia arderá Valencia” repetían desaforadamente una y otra vez, y se entusiasmaban ante las soflamas del impresentable Alberto Ordoñez, que les animaba a mantener la lucha con frases tan torpes como esta: “hay que arrasar Valencia a sangre y fuego”.
Esta caterva de impresentables, debidamente adiestrada, ha salido de aquellos grupos de gentes que se decían “indignados”. Entonces ocupaban impunemente las plazas más importantes de las ciudades de España con la aquiescencia malévola de Alfredo Pérez Rubalcaba, a la sazón vicepresidente primero del Gobierno y Ministro del Interior. Disimulaban su verdadera intención, protestando simplemente contra el sistema político en general. Lo que en realidad hacían de aquella estas falanges de Rubalcaba, aparece hoy muy claro: ensayaban ya entonces futuras actuaciones contra el Partido Popular por si, como se esperaba, ganaba abrumadoramente las elecciones generales. Se trata de una tropa despreciable, manejada a placer por los socialistas y dispuesta a formar comandos de agitación permanente en la calle, para obstaculizar la labor del Gobierno de Rajoy y provocar su desgaste prematuro.
También cuentan  los socialistas con la inestimable ayuda de los sindicatos de clase. La segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero resultó ser extremadamente complicada. El enorme despilfarro de dinero durante los años de las vacas gordas y la tremenda crisis económica surgida posteriormente, ponían en peligro  la estabilidad de su Gobierno. Para hacer frente a semejante problema, necesitaba ante todo asegurar la paz social. De ahí que el Gobierno socialista intentara ganarse la confianza de los sindicatos obreros, comprando obviamente su silencio y su renuncia a las manifestaciones y, sobre todo,  a las huelgas  y a cualquier tipo  de revueltas.
Y esto lo hizo el Gobierno socialista a base de cuantiosas subvenciones. Desde el año 2008 hasta el año 2011, CC.OO y la UGT se llevaron más de mil millones de euros de los Presupuestos Generales del Estado. Como ahora el Gobierno es de derechas, los sindicatos de clase se sienten obligados  a devolver al PSOE sus antiguos y generosos favores. Y la mejor manera de hacerlo es ocupando la calle, o incendiándola, o arrasándola a “sangre y fuego”. No importa que para esto tengan que seguir dando la espalda a los trabajadores y, sobre todo, a los parados. Y los socialistas aprovechan, sin el menor reparo, la incendiaria disponibilidad de los  sindicatos.
La izquierda es así y no tiene arreglo posible. Es incapaz de digerir sus derrotas y, cuando pierde, traslada inmediatamente a las calles lo que no puede ganar en las urnas. Considera que son ellos los que deben gobernar y cada vez que la sociedad les aparta del Poder es porque se equivoca gravemente. Cuando sucede esto, la izquierda se ve perdida y, sin pensárselo dos veces, se lanza a la calle para  protestar airadamente por tan tremenda injusticia. Consideran descabellado que gobierne la derecha aunque, como en esta ocasión,  obtenga en las elecciones una mayoría aplastante.
Lo malo, lo verdaderamente preocupante es que la derecha participa de ese mismo sentimiento y se siente inferior a la izquierda. Cuando la derecha  gana las elecciones, se acompleja y gobierna con prevención y miedo, pidiendo prácticamente perdón por las decisiones que pueda adoptar.
Gijón, 26 de febrero de 2012
José Luis Valladares Fernández
 
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