Los socialistas españoles han perdido una buena
ocasión para remendar los rotos que les ha dejado Rodríguez Zapatero en su paso
por la Secretaria General del partido y, sobre todo con su desastrosa gestión al
frente del Gobierno. En la pasada cita de Sevilla, se olvidaron por completo de
las severas derrotas cosechadas, tanto en las elecciones locales de mayo como en
las generales de noviembre. Ambos candidatos nos prometieron reiteradamente,
durante la preparación del Congreso, que en el mismo habría un interesante
debate ideológico. Dieron a entender que, cada aspirante a secretario general,
expondría a la consideración de los delegados el modelo de partido que quería, y
que analizarían, por supuesto, los motivos del desastre electoral y el
monumental fracaso cosechado al frente del Ejecutivo.
Pero nada de esto ocurrió. Ni hubo “debate sobre
ideas”, ni nada por el estilo. Todo se redujo a un enfrentamiento personal entre
Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, buscando cada uno de ellos el apoyo del
mayor número posible de delegados. En semejante lucha, Chacón llevaba las de
perder. Su contendiente partía con la ventaja de disponer de cartas marcadas
para la partida. Desde sus tiempos como todopoderoso vicepresidente del
Gobierno, Rubalcaba se convirtió en la cabeza visible del clan que maneja a su
antojo todo el aparato del partido socialista.
Es cierto que Carme Chacón supo calentar el
ambiente mejor que Rubalcaba. Su discurso carecía de contenido, pero su tono
mitinero y excesivamente repetitivo, siguiendo quizás pautas marcadas por el
publicista Miguel Barroso, cosechó bastantes más aplausos que el de su oponente.
Contaba además, según todos los indicios, con el apoyo de las dos principales
agrupaciones socialistas, la andaluza con José Antonio Griñán a la cabeza y la
catalana por pura lógica. Así que, en vista del aparente entusiasmo manifestado
por los delegados en cada una de las intervenciones de la ex ministra de Defensa
y las promesas previas de andaluces y catalanes, se vio ya investida Secretaria
General del PSOE.
Tan segura estaba Carme Chacón de su victoria,
que se la vino el mundo encima con los resultados de la votación. Se sintió
inmisericordemente traicionada y vejada por muchos de los que habían prometido
su apoyo. Su conmoción fue tal que, llena de rabia, tuvo que retirarse a su
habitación para llorar desconsoladamente su fracaso. Pecó de incauta al
presentarse por su cuenta y minusvalorar el extraordinario poder de los clanes
que luchan para hacerse con el aparato que corta y raja en el partido. Y por si
fuera poco el no contar con el paraguas protector de alguno de los grupos
dominantes, va y proclama en su discurso que hay “mucho PSOE por hacer”, dando
así a entender que proyecta emprender algo nuevo y diferente.
No es de extrañar que, ante tal proclama, muchos
delegados hayan reconsiderado su promesa inicial, sobre todo los de la vieja
guardia. Como quieren seguir saliendo en la foto, procuran estar siempre con el
aparato que, como si fuera un lobby poderoso, hace y deshace en el partido a su
antojo. De ahí que la mayor parte de los aplausos fueran para Carme Chacón y los
votos se los llevara mayoritariamente Alfredo Pérez Rubalcaba. Los Congresos de
cualquier partido, al final, los gana siempre el que quiere el aparato. Y por lo
que parece, el aparato está con Rubalcaba. En este caso concreto, si se hubiera
elegido secretario general en unas Primarias, probablemente la ganadora hubiera
sido Chacón. Pero aquí se utilizó un Congreso.
Es por eso que Rubalcaba, sabedor de que Carme
Chacón le hubiera ganado muy posiblemente en las Primarias previstas para
designar candidato a la Presidencia del Gobierno, la apartara de las mismas sin
el menor recato para quedar él como “único” aspirante, que es tanto como ser
elegido a dedo. Los partidos políticos en España huyen todos de las Primarias
como de la peste, y más si estas son totalmente abiertas. Tienen un terrible
miedo a la libertad. Por eso prefieren la vieja práctica de los Congresos, ya
que es más fácil controlar el proceso desde el aparato con los tradicionales
delegados o compromisarios.
Y aunque el miedo guarda la viña, ha habido algún
que otro osado que se atrevió a apoyar a Carme Chacón, más que por beneficiar a
esta, para evitar la elección de Rubalcaba, ya que no comulgaban plenamente con
él. Su audacia ya tuvo consecuencias. Como el que manda, manda, a excepción de
Griñán, los demás ya han sido relegados y confinados en el frio invierno de una
dura oposición interna en el seno del partido. Y no valen ni los servicios
prestados anteriormente. Quien se equivoca de candidato en el PSOE, puede darse
por perdido. Igual da que sea el inoportuno Tomás Gómez, que casi nunca
acierta, o la planetaria y polivalente Leire Pajín, o cualquier otro. Por su
audacia, serán enviados inapelablemente a las tinieblas exteriores.
Quien echa un pulso a uno de estos grupos
dominantes que operan en los partidos políticos, lleva siempre las de perder,
sobre todo si se trata del clan que se ha impuesto a los demás y maneja el
aparato. Y no te digo nada si el que está al frente del mismo es Alfredo Pérez
Rubalcaba. La existencia de semejantes clanes ha impedido la democratización
interna de los partidos, ya que toda su labor se centra en el debate por el
poder, sin que quede tiempo para otras discusiones. Semejante lucha por el poder
termina siendo una trampa saducea que conduce inevitablemente a que los partidos
políticos acaben siendo casi siempre dirigidos por los intereses particulares
de unas pocas personas y no por todos los afiliados del mismo.
Y este no es un pecado que afecte exclusivamente
al PSOE. Adolecen todos ellos del mismo mal, los partidos políticos grandes y
hasta los más pequeños. Son lacras manifiestas que enturbian lamentablemente el
devenir diario de las distintas formaciones políticas. Son tres o cuatro los
que, a través de un clan, manejan a su antojo el partido. Se rodean siempre,
eso sí, de personas afines, no precisamente las más válidas, sino más bien las
obedientes, las que adulan continuamente al líder y exaltan de manera
desmedida sus virtudes. Completan ese grupo afortunado con viejas glorias del
pasado, que se han vuelto extremadamente dóciles para seguir ocupando puestos de
salida en las listas electorales, aunque no sean ya más que antiguos figurones
hoy perfectamente inútiles.
Todo esto indica que los partidos políticos aún
no han sido capaces de democratizarse, puesto que son siempre los mismos los que
acceden a los puestos disponibles. No hay sitio en esas listas para gente nueva
que aporte ideas. Es muy difícil hacerse un hueco en ese grupo de elegidos si no
hay de por medio una auténtica catástrofe electoral, o una rendición
incondicional al clan que maneja a su antojo los distintos resortes del partido.
Aunque, por lo que vemos, en el PSOE no es suficiente la debacle electoral. Hace
falta algo más para barrer de la escena a los responsables de la mayor derrota
de su historia. Rubalcaba es extraordinariamente duro y, de momento, ni un
terremoto es capaz de apartarlo del poder. Carme Chacón por lo menos, no;
demostró estar aún demasiado verde.
Gijón, 11 de febrero de 2012
José Luis Valladares Fernández
Criterio
Liberal. Diario de opinión Libre.
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