Desde que gobierna el Partido Popular, tanto los
sindicatos llamados mayoritarios como Alfredo Pérez Rubalcaba no hacen más que
soltar proclamas incendiarias contra las medidas económicas del nuevo Gobierno.
Las peroratas que sueltan unos y otro, son terriblemente irresponsables. Las
continuas salidas de tono de Rubalcaba, nos producen ese sentimiento de profundo
asco, que asaltó a Antoine Roquentin mientras investigaba la vida M. Rollebon,
asco que Paul Sartre llamó Nausea, en la novela filosófica que da vida a estos
personajes y que tituló precisamente con ese nombre. Con esa insípida obscenidad
que le caracteriza, Rubalcaba insiste una y otra vez que la reforma laboral
dictada por el Gobierno de Mariano Rajoy perjudica gravemente a los
trabajadores, ya que con ella pierden buena parte de sus derechos.
Dice Rubalcaba, con machacona insistencia, que
esta ley, además de abaratar el despido, comporta para el trabajador una pérdida
notable de derechos, y aumenta peligrosamente la inseguridad de estos, al dar
sin más todo el poder a los empresarios. Según manifiesta el máximo responsable
del PSOE, semejante reforma apuesta descaradamente por el despido como única
fórmula para ganar competitividad. En vez de resolver la crisis que padecemos,
la agravará de manera considerable al degradar las condiciones de trabajo y
generalizar el despido. Con la rebaja de sueldos, habrá un empobrecimiento
generalizado de la población y, en consecuencia, un deterioro importante del
Estado de bienestar.
Pero Rubalcaba no se queda ahí. Repite por activa
y por pasiva, que la reforma impuesta por el Partido Popular facilitará
enormemente los despidos colectivos, tanto en el sector público como privado,
tanto en las empresas de titularidad pública como en la administración. Con su
habitual cara de póker denuncia que esta reforma “abre la puerta a una rebaja
general de los sueldos sin necesidad de acuerdo, a la vez que impide ente a los
sindicatos defender los derechos de los trabajadores. Y acusa intencionadamente
al Gobierno de suprime, sin contemplación alguna, la autorización previa de los
expedientes de regulación de empleo (ERE).
Según dice Pérez Rubalcaba, el Gobierno del
Partido Popular no tiene en absoluto “agenda de reformas para impulsar el
crecimiento”. Se dedica exclusivamente a realizar un ajuste presupuestario y a
conseguir un ajuste contraproducente de las rentas, elevando de manera
sibilina el IRPF. Y todo esto, truena Rubalcaba, ahondará el problema
económico, con lo que el desastre laboral será absoluto y el daño causado al
Estado de bienestar será prácticamente irreversible. Y claro, el máximo
dirigente del PSOE, el vice todo del Gobierno de José Luis
Rodríguez Zapatero, no está por la labor y quiere impedir a toda costa ese
desastre.
Para evitarnos semejante calvario, el secretario
general del PSOE se permite aleccionar a Mariano Rajoy, actual presidente del
Gobierno y le señala el camino a seguir para salir airosos de esta crisis. Y
para obligarle a tener en cuenta sus sabias recomendaciones, nada mejor que
llamar descaradamente a las revueltas y a las algaradas callejeras. Con la
ocupación vandálica de la calle, se obliga a reflexionar a Rajoy para ver si así
retira su reforma laboral y se aviene a consensuar una salida más racional con
los sindicatos. Olvida Rubalcaba que el verdadero motivo causante del deterioro
manifiesto del Estado de bienestar, es debido a los casi seis millones de
parados que se originaron como consecuencia del cierre de nada menos que casi un
millón de empresas durante la anterior legislatura.
Somos muchos los que pensamos que, en semejante
desastre, algo tendrán que ver Rodríguez Zapatero y ese fósil político viviente
que es Alfredo Pérez Rubalcaba. Pero, al parecer, no fueron culpables de nada.
Para encontrar a los auténticos responsables de tamaño desaguisado quizás
tengamos que remontarnos hasta la época de los visigodos, no se si al reinado de
Recesvinto o al de Witiza. Bueno, algo tendría que ver también Francisco Franco
y, sobre todo, José María Aznar. Pues la crisis económica mundial, por sí sola,
no justifica este descalabro y menos los casi seis millones de parados. Una
prueba de ello es que nuestro Producto Interior Bruto cayó en los mismos
porcentajes que en los demás países europeos. Pero, eso sí, todos esos países
mantienen, a pesar de todo, cotas de paro mucho más razonables que la
nuestra.
Como no podía ser de otra manera, el Gobierno del
Partido Popular pretende ajustar los presupuestos heredados del PSOE y nuestra
deuda pública, unos y otra tremendamente desajustados. Y trata de hacerlo de la
única manera que es posible, con unas reformas extremadamente duras, pero
valientes y absolutamente necesarias. Los presupuestos del Gobierno anterior
estaban inflados de una manera muy exagerada, contando con unos ingresos poco
menos que imposibles. Fueron tan irresponsables que, durante el año de 2011, se
gastaron, nada más y nada menos, que 91.000 millones más de euros de lo que
ingresaron.
Es sabido que los socialistas, si pierden el
poder, se echan al monte y tratan de ocupar la calle lo más ruidosamente
posible. Es, en realidad, lo que están haciendo ahora. Y es normal que hagan
esto, los que han sido ganados por la extrema izquierda revolucionaria, los
que no han desempeñado jamás un puesto oficial importante en la administración
del Estado, pero no Alfredo Pérez Rubalcaba, que ha ocupado distintas carteras
ministeriales y que ha sido vicepresidente todo poderoso del anterior Gobierno.
No es de recibo que, en circunstancias críticas como ésta, Rubalcaba toque a
rebato y lance a sus huestes a ocupar la calle. Es una desfachatez. Su
desfachatez no tiene nombre ya que él, por los puestos que ha ocupado, sabe
perfectamente que su postura contumaz e intransigente causa un enorme daño a
nuestra economía.
Lo que España necesita en estos momentos tan
críticos es credibilidad, que el mundo entero tenga fe en nosotros porque
cumplimos escrupulosamente los compromisos adquiridos. Nuestra imagen se
deterioró enormemente con la actitud miserable del PSOE queriendo hacer trampas
en Bruselas. Y tanto la huelga, como la ocupación salvaje de la calle que pide
Rubalcaba, lejos de servir para recuperar esa credibilidad perdida, servirán
para que los inversores sigan desconfiando de nosotros. Lo ocurrido hasta ahora
en Barcelona y Valencia, no nos favorece absolutamente. Para salir de la crisis
y recuperar el camino perdido, tenemos que ser tremendamente austeros y
responsables y estar dispuestos a soportar de manera estoica los ajustes y los
sacrificios que nos pida el Gobierno.
Es normal que los recortes y los sacrificios que
exige la reforma laboral encrespen los ánimos y crezca el malestar social. A
nadie le gusta, digo yo, perder derechos y dinero, aunque sea en aras del bien
común. Para calentar aún más el ambiente, culpa a la reforma laboral de los
parados que se produjeron en febrero. Dadas las circunstancias que atravesamos,
no es normal que Rubalcaba se de por ofendido y quiera, además, aprovechar ese
malestar para hacer daño al Partido Popular. El sabe perfectamente que a quien
de verdad hace daño es a la imagen de España, imagen que él tanto contribuyó a
dilapidar.
Su enorme disgusto por el gigantesco fracaso
electoral cosechado en noviembre pasado, no le deja recapacitar serenamente y,
sin atenerse a razones, se lanza a la arena y pide a los suyos que ocupen la
calle sin contemplación alguna. No respeta ni los 100 días de cortesía que se
suelen dar a los nuevos Gobiernos y, a pesar de los desmanes de Valencia y
Barcelona, quiere más guerra. Con voz avinagrada por el odio, dice que, pese a
las protestas del Partido Popular, mantendrán sus protestas callejeras, que
protestan ante todo por los seis millones de parados que son “seis millones de
dramas, producto de su reforma laboral.
No hay nada que pare a Rubalcaba. Con gestos cada
vez más desabridos, dice que ellos se limitan a ejercer su derecho de
manifestación. Cada uno, agrega, se manifiesta con quien quiere. Los del Partido
Popular “se manifiestan con los obispos y nosotros con los sindicatos. Cada
oveja con su pareja”. Al secretario general del PSOE le importa muy poco la
tremenda violencia mostrada por los revoltosos callejeros de Valencia y, sobre
todo, de los de Barcelona. Por eso dice que el problema no es la violencia
desatada en las calles. El problema es que se acuse al PSOE de estar detrás de
esa violencia.
Y al final, como no podía ser menos, salió la
Iglesia, su jerarquía. Olvida Rubalcaba que esa iglesia, a la que él critica
habitualmente con tanta acritud, cumple una función social bastante más
meritoria que la de los sindicatos de clase y del propio partido socialista.
Quien de verdad atiende a los pobres y a los desheredaos de la tierra no son los
socialistas que dicen ser el partido de los pobres. Quien de verdad da de comer
a los que se han quedado sin trabajo y tienen hambre, es la denostada Iglesia a
través de Cáritas.
Y sí, la Iglesia se manifestó en Madrid entre los
días 16 y 21 de agosto del pasado año de 2011. Fue en el marco del encuentro
internacional de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, reuniendo en el evento
a más de medio millón de jóvenes de todo el mundo. Y fue todo un ejemplo de
orden, tremendamente alegre y pacífica, de la que debieran aprender los
indignados, los perroflautas y antisistema que dirige y manipula Rubalcaba
desde la sombra.
Gijón, 5 de marzo de 2012José Luis Valladares Fernández
Criterio Liberal. Diario de opinión Libre.
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