Tal
y como marca la agenda, hacemos de una fecha, evento mundial. Los medios de
comunicación se entregan a la causa. Y recordamos que los japoneses están hechos
de otra pasta, pues han logrado recobrarse pese a la crisis y la radiación.
La resiliencia -es decir, la capacidad de los
individuos o de los grupos para superar y reaccionar positivamente frente a
circunstancias especialmente difíciles y adversas- parece aplicable de forma muy
especial al pueblo japonés, dice
Antonio
Garrigues en la columna de ayer de ABC. Las impresionantes imágenes
de The Big Picture, donde
con un solo click puede contrastarse el antes y el ahora de la ciudad, así
lo atestiguan.
Fukushima significa la
isla de la felicidad, los dioses han debido equivocarse, escribe Daniel de Roulet en 'Fukushima mon amour', una carta de un novelista
suizo a una amiga japonesa que bebe del clásico de Alain Resnais. En ella expone las dudas y los
temores de un occidental frente a algo que no termina de entender y sobre lo que
no tiene control: La ciencia que ya no es Gaia, y que nadie quiere celebrar; la
arrogante presencia de la tecnociencia fruto de la derrota ecologista; el cambio
climático como excusa para invertir en energía nuclear y el miedo, siempre el
medio, como arma.
La respuesta de su querida Kayoko se hace esperar, pero finalmente recibe
un correo electrónico donde ella le recuerda que no es para tanto, que todo está
bien. Todavía es 18 de marzo (del 2011). Ha pasado una semana desde el tsunami y
el accidente nuclear. Un mes después, el 11 de abril del 2011, el gobierno
japonés eleva a 7 el nivel de la escala INES, el mismo que tuvo el accidente de
Chernóbil y el más alto que existe. La
zona de exclusión pasa a ser de un radio de 40 km.
*Imagen: Central Nuclear de Fukushima en 2011 y en 2012
(The Big Picture)
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