Rosa Diéz UpYD
Un conocido mío, cinéfilo empedernido, suele interrogarse cada vez que vuelve
a ver “El Padrino” sobre la necesidad de seguir haciendo cine una vez que está
hecha esa película.
Eso siento yo cuando leo algunos artículos sobre el totalitarismo en general
o sobre ETA en particular: que todo está ya dicho y solo cabe repetirlo.
La historia de las víctimas no ejecutadas, como pedía hace unos días Antonio
Muñoz Molina, pide paso para ser escuchada. Ellas han venido haciendo su duelo e
interpelando a la sociedad desde el mismo día en el que los enemigos de la
democracia les hicieron víctimas a su pesar. Ellas, las madres y padres,
huérfanos, las hermanas, los hermanos, los hijos, las esposas de los muertos… no
esperan nada de los que les asesinaron; ellas nos cuentan su drama a nosotros, a
los ciudadanos que salvamos nuestras vidas gracias a que ETA eligió a otros
ciudadanos para arrebatarles la suya.
Hoy vivimos momentos turbios en los que algunos gobernantes parecen confundir
el bien y el mal; tiempos en los que los terroristas son demandados por un
gobierno legítimo para participar como invitados especiales en conferencias
sobre la convivencia y la paz; tiempos en los que un gobierno legítimo muestra
tal preocupación por la vuelta a casa de los terroristas que hasta elaboran un
plan integral para acogerlos; tiempos duros en los que los testaferros de ETA
copan las instituciones con la aquiescencia de gobernantes democráticos que
apelan a nuestra cooperación hablándonos de “valor”, “tiempo nuevo” y
“comprensión” en vez de verdad, justicia y dignidad.
Y todo esto era para decirles que encontré hoy un artículo escrito por Pilar
Ruiz Albizu, nuestra madre coraje, la madre viuda de Joxeba Pagazaurtundúa, el
amigo de todos, ese joven agente de la policía municipal de Andoain que nos
acompañaba a manifestaciones y funerales; ese joven padre, hijo, hermano, que
nos hacía mejores con su amistad.
Todo esto era para regalarles las palabras que Pilar dejó escritas el cuatro
de diciembre de 2005 en El Diario Vasco. Todo era para pedirles que no
olviden.
No ofender a los asesinos
Patxi, leo que contestando a María San Gil en EL DIARIO VASCO dices: «tenemos
demasiados muertos a nuestras espaldas como para aguantar sus mentiras».
Yo digo: «Yo sí tengo un muerto en mi alma como para aguantar tanto
fingimiento».
Tú me mentiste en el aniversario del asesinato de Joxeba. No ibais a tratar
con el PNV, menos con Batasuna -decías- Me parece que entonces ya veía lo que
estabais pensando o quizás teníais ya en marcha. Os duelen mucho los muertos,
eso me decías el 8 de febrero de este año que va terminando. Creo que sí, que os
duele, pero con un dolor como cuando te das un golpe en el codo. Duele muchísimo
pero enseguida se pasa, y eso es lo triste. A vosotros se os pasa todo porque os
falta el poso de nuestros mayores, de los viejos socialistas, y ya no cuenta
nada lo suficiente para vuestras políticas que caducan enseguida. Se os pasa
enseguida el dolor, pero en nosotros cada día la falta es mayor.
Cada vez que veo a mis nietos se me rompe el alma, pues primero al
lehendakari le importó muy poco el peligro de mi hijo Joxeba porque había
firmado el Pacto de Estella y ahora os veo a vosotros con esta pantomima tan
triste de ni tan siquiera saber que los asesinos y sus amigos no se sentirán
culpables si todos nosotros disimulamos. Y deben sentirse culpables por haber
matado, Patxi. Esto es lo primero para seguir hablando y sobre todo para hablar
de generosidad del Estado. ¿O es que crees que también hay que dar parte de la
razón a los asesinos?
¿Por qué no tienes la valentía de ser franco? Ten la valentía de decir de una
vez que nos habéis amortizado, que vais a enterrar la memoria, poco a poco,
porque creéis que así aceptarán dejar de matar. Y que no queréis ofender a los
verdugos para que no se echen atrás. Decidnos de una vez y sin tapujos lo único
que no ofenderá a los verdugos: que somos víctimas del conflicto vasco y que los
verdugos han sufrido mucho matándonos.
Yo, desde luego, tengo derecho a decir lo que creo que os merecéis. No digas
que os duelen los muertos porque eso lo guardas para un día al año, y eso, por
haceros la foto de grupo. Por la imagen, por la apariencia de lo que no sois, ni
hacéis. ¡Qué desgraciada me siento y qué engañada! No sólo por ti, Patxi, no te
creas, también por otros que se decían amigos de mi hijo y observo cómo se
portan por un trozo de pan que cogen de vuestras manos.
Llevo escribiendo cartas que me guardo desde el 14 de mayo de este año porque
mi médico me lo aconsejó, porque pensaba que me iba a reventar el corazón al
escucharos a ti, a Buen, a Odón, a Pastor. He pensado más de tres veces, como me
decía mi padre, si debía o no publicar ésta página después de tu entrevista en
Gara y después de hacerte el ofendido en el Parlamento Vasco ayer. Creo que sí
debo. Con toda la humildad.
Lo repito, ¡qué solos y qué tristes se quedan nuestros muertos! y también los
vivos que quedamos cual cadáveres vivientes porque con vuestras palabras abrís y
hurgáis en nuestras heridas que no dejan de sangrar. Y no os enteráis, Patxi,
porque vuestra mente política funciona al ritmo de los telediarios, al día. Y
eso es lo grave, la falta de memoria cuando hay que derrotar a los asesinos.
Vosotros llamáis a las cosas ya por los nombres que no son y ni sabéis que eso
es lo primero que buscan nuestros verdugos. Seguramente éste será mi último
consejo Patxi: nunca hay que escupir al cielo porque luego te cae el escupitajo
en la cara.
P.D. Pierdan la esperanza aquellos que piensen que insisto demasiado sobre un
tema que parece no preocupar a los ciudadanos. Mantener la memoria y luchar
contra la impunidad, el fanatismo y el totalitarismo criminal de ETA, es el lema
de mi vida. Ninguna de las demás cosas que hago y por las que trabajo merecen un
esfuerzo mayor.
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