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martes, 22 de mayo de 2012

Transparencia... ¿Para qué? ¿Para quién?





El Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Transparencia con la premisa de que no hay democracia si el ciudadano no tiene acceso a la información que sustenta las decisiones sobre cómo se gasta el dinero público o cuál es el nivel de eficiencia de los servicios. El Gobierno Rajoy hacía este 18 de mayo de 2012 un canto al derecho a la información de todos los ciudadanos tras aprobar el anteproyecto de Ley de Transparencia a la que van a quedar sujetos todos los cargos de las Administraciones Públicas, quedando exentos la monarquía, los partidos políticos y los sindicatos.  El anteproyecto aprobado ayer sufre de una carencia esencial que hace dudar de que vaya a servir para algo: que no incluye mecanismos coercitivos ni punitivos en caso de incumplimiento de esas obligaciones de suministrar información.

La lectura literal de la reseña divulgada por el Gobierno sobre este anteproyecto suscita las ganas de aplaudir porque estamos ante la enumeración de unos bellos principios. Pero al final todo queda en manos de la voluntad de los funcionarios, a los que se les proporciona la coartada «del perjuicio al interés público» para no proporcionar una información a los ciudadanos.

Si no se logra ser transparente en lo grande, difícilmente se será en lo pequeño porque el acceso a la información forma parte de una cultura política y de una forma de ejercer el poder que es habitual en los países nórdicos, pero que brilla por su ausencia en España, Italia y otros países latinos.

La transparencia es mucho más que una simple ley que luego se incumple y tiene que demostrarse en el día a día. Porque hay mucho que explicar sobre el desplome del valor de Bankia en Bolsa y su repentino subidón, que han permitido a unos cuantos listos hacer una fortuna a cuenta de los incautos y de miles de familias ahorradoras, mientras al mismo tiempo y en el mismo lugar el Partido Popular rechazaba las comparecencias en el Congreso de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, de Rodrigo Rato y de su predecesor Miguel Blesa para dar explicaciones sobre la crisis de Bankia.

La contradicción del Gobierno en este asunto es evidente: se aprueba una norma en la que se obliga a las Administraciones Públicas a facilitar información sobre contratos, cuentas y procedimientos, pero a la vez el Gobierno veta tres comparecencias solicitadas por el PSOE para esclarecer los motivos de la nacionalización del cuarto banco del país y el coste que va a tener para las arcas públicas.

¿Por qué no van al Congreso a explicar la pifia de Bankia como pide el PSOE Fernández Ordóñez, Rato, Blesa y Olivas tal como había pedido anteriormente el propio PP en el caso de Fernandez Ordoñez? ¿No será que el PP tiene mucho que contarnos sobre este asunto?


Rajoy ha tenido la oportunidad de acabar de una vez por todas con esas zonas opacas, impropias de las democracias maduras en las que resulta imperativo la información constante a todos los ciudadanos de la manera en que otros gastan su dinero. Por desgracia para todos,  ha decidido desaprovecharla. Que nadie se queje si el prestigio y la imagen de esos privilegiados continúa derrumbándose al preocupante ritmo actual.

La transparencia no reside en crear un portal en internet, sino en esa permanente rendición de cuentas de las instituciones del Estado a los ciudadanos y en la correspondiente asunción de responsabilidades. Si no se da ni lo uno ni lo otro, el texto aprobado ayer servirá para muy poca cosa
 
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