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miércoles, 25 de julio de 2012

Espacios libres de niños, colaboración de El caparazón en El País de hoy



Dejo columna de opinión al artículo Espacios libres de niños, que aportaba Gabriela Fretes, colaboradora habitual en El caparazón, en El País de hoy:

Normalidad

La proliferación de establecimientos turísticos en los que no se admiten menores parece responder a la especialización de la oferta turística, para cubrir necesidades e intereses particulares. Estando o no de acuerdo, podemos preguntarnos: ¿qué particularidades tienen nuestros ciudadanos más pequeños que molestan a los mayores? ¿Somos intolerantes los adultos ante los niños? La prohibición de fumar en establecimientos cerrados responde a la protección de la salud, pero en el caso de la no admisión de niños, ¿cómo se justifica? Los establecimientos arguyen que así promueven el descanso y la tranquilidad de los huéspedes.

Un niño no es un adulto en 
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pequeño formato, sino un ser en construcción que difiere del adulto en características, intereses y necesidades. Lo más visible y potencialmente molesto para los adultos es el comportamiento de los niños cuando este se aleja de la etiqueta social (adulta, claro). No estoy hablando de problemas graves de conducta, sino de la normalidad. El bebé se expresará mediante el llanto para reclamar alimento, afecto… a cualquier hora, lo que puede molestar a un padre o madre, pero desesperar al huésped de la habitación colindante. O el preescolar podrá expresar su descontento con la comida con una rabieta monumental. No es de extrañar que la convivencia en un mismo espacio conlleve fricciones, y más entre adultos sin vínculo afectivo con los menores. Posiblemente, en épocas anteriores la educación restrictiva aplacaba estas reacciones emocionales naturales.

Algo a tener en cuenta también es la inadecuación de los espacios para los pequeños. Por ejemplo, si el hotel no dispone de un lugar de juegos será más probable que el niño de aburra y moleste, por su capacidad limitada de canalizar su disconfort. Adecuando el contexto se evitarían conflictos.
Por otro lado, el hecho de que parejas de padres deseen “desconectar de los niños” parece una necesidad cada vez mayor que puede ser cubierta en un hotel solo para adultos y que quizás esté alimentada por la estresante vida cotidiana, aunque también por la menor tolerancia a la dependencia que muestra el niño.
Hay que conocer más las peculiaridades de los niños, de sus ritmos, para poder acompañarlos en su crecimiento y respetarlos, a quienes les interese y en los espacios adecuados.
Gabriela Fretes Torruella es psicóloga y psicopedagoga.
 
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