“Dignidad” o “Libertad”: ¡un debate absurdo!
Me da la sensación de que somos muy pocos los que creemos que sólo una política que emane de la perspectiva de Max Weber puede sacar a España de la postración en la que yace; no porque consideremos la visión de Max Weber como palabra revelada sino porque si analizamos las consecuencias de nuestras acciones (¡piedra angular de su visión política!) vemos a dónde nos llevan unas posturas u otras.
En España, como en otros países de nuestro entorno democrático, se está planteando, o mejor, se continúa, con el viejo debate entre “libertad” y “dignidad” como si fueran incompatibles, o como si optando por una de ellas, a la otra la dejásemos en segundo lugar para utilizarla como “comodín”, pero igualmente considerándola como incompatible o como “mal menor”.
Además, en España, al estar tan ideologizados, las identificamos con una de las ideologías reinantes que desde hace siglo y medio vienen destruyendo nuestro bienestar: la dignidad la identificamos con la “izquierda” y la libertad con la “derecha”, ambas políticas.
Pero, tanto la libertad como la dignidad no son categorías políticas sino que son valores que emanan directamente de la persona, es decir, que están íntimamente unidas a los “Derechos Humanos”; toda categorización ha traído como consecuencia el que se inserten en un “lugar” que no es el suyo, haciéndose ideología y, como he dicho antes, adscribiéndose a una u otra postura.
Pienso en nuestra vecina Francia cómo, con motivo de un humorista que se ríe de la “shoá” se ha abierto el debate entre “dignidad” y “libertad”: parece que se ha optado por la “dignidad” en detrimento de la “libertad”. En nuestra España la palabra “dignidad” está impresa en las cabeceras de las múltiples manifestaciones que, de cualquier signo, recorren nuestra geografía. Como “colofón” se les pone la palabra “libertad”, pero si no se la pusiera, tampoco pasaba nada. Apelando a la dignidad, no apelan a las personas concretas: tengamos en cuenta que hay millones de parados y millones de personas que están viviendo mal; pero eso parece no importar. Los grandes partidos dilapidan el dinero y sus esfuerzos en defender una “dignidad” etérea, y contraria a la libertad: pero eso parece no importar. Sino que lo que importa es la ideología a la que se sirve.
La palabra libertad también se ha hecho categoría; fundamentalmente categoría económica, de forma que la libertad la identificamos con cualquiera de los aspectos del sistema económico al cual, por supuesto, han de estar sometidas las personas. De forma que si atacamos dicho aspecto de libertad económica parece que estamos atacando la “libertad”.
Otra de las categorías de la “libertad” es reducirla a una categoría “sexual” (¡la sombra de Wilhem Reich es alargada!); ahí está todo el debate, por ejemplo, en torno al aborto y a la educación sexual, que es interpretado como parte de la “dignidad”. La libertad sigue siendo algo secundario tanto en el aspecto sexual como económico.
Pero no olvidemos que hace más de un siglo hemos desterrado en España el discurso de los “Derechos Humanos”; ya cité aquí el texto de Donoso Cortés según el cual tenemos que ser considerados no como “hombres” y, en cuanto tal, lo que emane de los hombres como tales no cuenta sino como algo secundario, es decir, que no cuenta.
Recuperar nuestro ser humano, en cuanto tal, es recuperar todo lo que “nace” del hombre; y, sin duda, la libertad y la dignidad forman parte del ser del hombre; no son nada añadido. Cualquier debate en el que se separe un valor de otro es artificial y carece de sentido, y las consecuencias son negativas para las personas concretas.
La libertad y la dignidad van unidas y son consustanciales: no se las puede separar; ambas emanan de la propia persona y no son ningún añadido; por ser personas tenemos libertad y dignidad, y si no tenemos libertad y dignidad no somos personas: pero ambas cosas a la vez.
Todos los debates sociales y políticos que se han planteado, o que se están planteando, separando ambos valores como si fueran independientes están llevando a situaciones donde no solucionan los problemas reales de las personas y carentes de sentido. Hacer manifestaciones en torno a algo que carece de sentido es no sólo no solucionar ningún problema sino agrandar los que ya existen. Quizás por eso en España toda política carece de sentido pues algo que debería ir unido se presenta como separado. La dignidad de las personas va unida a su libertad, pero no emanan de ideas abstractas como las de “pueblo” o las de “nación”, sino que surgen de algo muy real: las personas concretas.
Antonio Fidalgo
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