Estas dos últimas semanas hemos visto en televisión, aquí en España, como un barrio entero de una ciudad se movilizaba contra la decisión del Ayuntamiento de gastarse 8 millones de euros para remodelar una avenida.
La gente estaba indignada ya que además de eliminar 400 plazas de aparcamiento gratuito (quedarían sólo 200 y de pago) resulta que luego no hay suficiente presupuesto para las cosas realmente urgentes (becas escolares, ayuda a la gente sin recursos, creación de empleo, mantenimiento del barrio, etc.).
Es cierto que algunas personas se han sobrepasado y ha habido incendio de contenedores de basuras, vandalismo sobre el mobiliario urbano, bancos y comercios pero, también es cierto, que la mayoría se han comportado cívicamente. La gente hacía turnos, día y noche, para que no se reanudaran las obras.
En fin, es un ejemplo de que si los políticos no ven las prioridades de la gente y malgastan el dinero en hacer obras (a menudo faraónicas) para su lucimiento personal la gente tenemos la obligación de unirnos para luchar y cambiar las cosas.
La violencia es lo único que sobra ya que, a menudo, sirve de excusa para que las autoridades digan que los que se manifiestan sólo son gente que busca crear destrozos y que no tienen ningún objetivo concreto.
Gandhi nos dio una lección de cómo cambiar el mundo, sin violencia pero con firmeza. Por ejemplo, a ver quien puede contra miles de personas acampadas y sentadas en medio de la calle. El caso es que el barrio ha conseguido su objetivo y las autoridades han dado marcha atrás y han accedido a hablar con las asociaciones vecinales.
Ojalá empecemos a exigir a las autoridades que se dediquen a administrar pensando en lo que los ciudadanos queremos realmente y es que lo hagan para que todos podamos vivir en pueblos y ciudades con mayor calidad de vida, con menos contaminación, y donde todo el mundo tenga las mismas oportunidades de acceder a una buena sanidad y cultura.
Así como nosotros buscamos el bienestar de nuestra familia ellos deberían de tener esa misma inquietud.
Eso sí, recordemos que para poder exigir algo a los demás hemos de comenzar por exigírnoslo también a nosotros mismos.
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