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lunes, 13 de junio de 2016

Lo que no va a pasar

Lo que no va a pasar




En los últimos días, leemos y escuchamos noticias que anuncian la solución de lo que llaman la ecuación política de nuestro país. Y esa solución, que se nos comunica como si ya hubiera sucedido, es que el PSOE, por acción u omisión, permita un gobierno del PP. Normalmente esas noticias aparecen en medios, y dichas por personas, que no tienen mucho crédito para los socialistas. Pero hace unos días le escuché decir a mi admirado Iñaki Gabilondo lo siguiente: “Pasará que después de un par de fintas de Ciudadanos y del PSOE pidiendo la dimisión de Rajoy se tragarán sin problemas su continuidad con la limosna de un par de reformitas de juguete”. Creí interpretar en su tono esa mezcla de tristeza y desprecio de quien en un tiempo creyó en ti y te quiso, pero ya no. Y decidí escribir.

Obviamente no soy nadie para hablar en nombre del PSOE. Y no lo pretendo hacer aquí. He sido diputado desde 2004, y lo fui después de ser militante de base durante 27 años. Ahora soy, de nuevo, candidato al Congreso. No pertenezco a ningún órgano de dirección política de mi partido, ni federal, ni regional, ni provincial, ni local. Desde el punto de vista orgánico soy un socialista del montón, y como tal hablo, lo que no es baladí, por cierto. Después de 39 años de militancia en el Partido Socialista, y habiendo tanta gente que opina libremente sobre lo que va a hacer mi partido, me gustaría, también a mí, dar mi opinión. Una libertad que, por cierto, siempre he ejercido y ejerzo con lealtad a los órganos y procedimientos democráticos del PSOE

Es verdad que nuestro país se encuentra en una situación política preocupante. Por primera vez desde la Transición, después de unas elecciones generales, ningún partido ha logrado constituir una mayoría parlamentaria que le permita formar gobierno. No es una situación inimaginable, los padres de la Constitución la previeron. Pero, desde luego, no es una situación normal. ¿Debería estar obligado el PSOE a facilitar un gobierno del PP por el sólo hecho de que se han vuelto a celebrar unas elecciones? Lo cierto es que, si lo hiciéramos por esa razón, mucha gente se preguntaría por qué el PSOE no lo hizo en abril y nos ahorró estas nuevas elecciones. De modo que la acusación injusta que algunos hacen ahora al partido que más ha hecho por evitarlas, aunque no haya tenido éxito, terminaría siendo una acusación justa. 

Sin una nueva razón, no nos queda otro remedio que examinar las ya conocidas. La primera que se nos suele dar para que mantengamos en el gobierno al PP ofende a la inteligencia, por más que muchos la utilicen. Pero lo cierto es que la idea de que ha de gobernar el partido que saque más escaños se da de bruces con la lógica de una democracia parlamentaria y, lo que es más doloroso, con la realidad. Si, como parece probable, ningún partido va a tener un apoyo electoral que le permita obtener una mayoría parlamentaria suficiente para formar gobierno, nos va a tocar a todos ser muy respetuosos con la inteligencia de los demás. Y el argumento de que deberíamos dejar gobernar al PP porque hipotéticamente tenga más diputados no lo es. 

El siguiente argumento para que los socialistas facilitemos el gobierno al PP, en el caso de que este gane las elecciones, es el que apela a nuestra responsabilidad y nuestro patriotismo. Muchos socialistas no sabemos qué pensar cuando escuchamos o leemos este argumento en los mismos medios que actúan como meros órganos de propaganda de la derecha, y desde los que se nos golpea de manera gratuita y sin mesura desde hace décadas. No sabemos ni desde cuándo nos hemos vuelto responsables y patriotas para esos medios de comunicación, ni hasta cuándo se lo pareceremos. Aunque todo apunta que semejante cambio durará lo que dure su necesidad de nuestros votos, y ni un minuto más.

Se nos dice que quienes defendemos la Constitución del 78 estamos obligados a evitar que el sistema político entre en crisis. Este es un argumento fuerte, al menos para mí. Conforme pasa el tiempo me siento más afortunado de que, por mi edad, la primera vez que voté lo hice, antes que por mi partido, a favor de un extenso y profundo acuerdo: el que se plasmó en nuestra Constitución. Guardo memoria de los errores y los sufrimientos de la generación de mis abuelos, y de los sacrificios y la generosidad de la generación de mis padres, y soy consciente de la importancia de estos casi cuarenta años de convivencia que la Constitución ha hecho posibles. 

Nuestra Constitución, y el sistema político que funda, es el fruto de un acuerdo de dos grandes partidos, la UCD y el PSOE. Un acuerdo al que contribuyeron de manera muy relevante otras fuerzas políticas como el PCE y los nacionalistas catalanes. Recuerdo bien que entonces había un pequeño partido, que se llamaba AP, formado por media docena de ministros de Franco, la mitad de cuyos diputados se abstuvo a la hora de votar la Constitución. A ese partido, y no a la UCD, se afiliaron José María Aznar y Mariano Rajoy. Se afiliaron a ese partido y se afiliaron a sus reticencias a la Constitución del 78. No es un asunto menor el partido al que uno se afilia en su juventud. En aquel momento podían haberlo hecho al gran partido de centro derecha, a la UCD, pero tanto el señor Aznar como el señor Rajoy se afiliaron al partido de la derecha más ligado al régimen de Franco. La suya fue una elección consciente y significativa. Tan consciente y significativa como lo fue la mía, unos años antes, de afiliarme al PSOE y no a la Liga Comunista Revolucionaria o a la Organización Revolucionaria de los Trabajadores.

Con los cascotes de la explosión de la UCD, AP aumentó considerablemente su tamaño y se cambió el nombre para llamarse PP, pero no cambió su órbita excéntrica respecto al pacto que fundó el sistema del 78. Es difícil entender el nivel de crispación de la derecha en el gobierno y en la oposición durante toda la democracia, su inquina hacia los socialistas, si no se tiene en cuenta que la cúpula del PP no ha hecho su Bad Godesberg. Y no va a ser fácil que encuentren aliados, socios, si no lo hacen. 

Los actuales dirigentes del PP nunca se sintieron concernidos por el pacto entre la UCD y el PSOE. Nunca demostraron que hubiera asuntos que estuvieran por encima de los intereses de su partido. Cuando los socialistas nos vimos ante el referéndum de la OTAN, la derecha, tan atlantista ella, nos dejó solos. Se suponía que estábamos de acuerdo en lo esencial, pero no quisieron desaprovechar la oportunidad de arrasarnos, aunque eso pudiera haber supuesto para España un importante desgaste internacional. Los socialistas, una vez más, hicimos lo que creímos que era lo mejor para el país, nos gustara poco o nada, y apechugamos solos con nuestras contradicciones. ¿Fueron responsables los líderes de la derecha? ¿Se echaron sobre sus espaldas los intereses del sistema político? No, evidentemente. 

La lucha contra el terrorismo es algo que las democracias avanzadas dejan fuera de las disputas entre los partidos del sistema. ¿Lo hizo el PP? No, no lo hizo. Recuerdo bien, porque lo escuché desde mi escaño, al entonces líder de la oposición, y hoy presidente en funciones, acusando al presidente Rodríguez Zapatero de traicionar a los muertos. Y eso se lo dijo al mismo hombre, a Rodríguez Zapatero, que, cuando era líder de la oposición, ofreció un pacto para sacar el asunto del terrorismo de la competencia entre los partidos. Eso es lo que uno hace cuando se echa sobre sus espaldas la defensa del sistema, es decir, ponerlo por encima de los intereses de partido. 

Somos muchos los socialistas que estamos convencidos de que la campaña del PP recabando firmas “contra Cataluña”, que acabó en un recurso contra el Estatut en el Constitucional, no ayudaba a resolver el problema del independentismo catalán, pero sí favorecía electoralmente al PP. Y después de lo que ha pasado estamos convencidos de que los lodos de ahora tienen su origen en aquellos polvos. Por cierto, ¿qué haría en Cataluña un hipotético gobierno del PP permitido o sostenido con los votos del PSOE? ¿Actuaría con la misma inteligencia política con la que actuó en el asunto de la estelada en la final de la Copa? ¿Por qué será que hasta los propios dirigentes del PP de Cataluña no están de acuerdo con la actuación del gobierno del presidente Rajoy?

Durante casi cuatro décadas hemos tenido que oír el profundo descontento de los dirigentes del PP con el intercambio de los socialistas con los nacionalistas periféricos de políticas sociales y derechos civiles por competencias del gobierno central. Ese ha sido el juego de todos. También del presidente Aznar cuando necesitó los votos del nacionalismo para su investidura en 1996. Si tan importantes son las competencias del gobierno central para el PP, por qué no nos dijeron a los socialistas: no hace falta que pactéis con los nacionalistas para sacar adelante vuestras políticas sociales, contad con nuestros votos. Es esta hipocresía la que da mala fama al patriotismo, que es un sentimiento bien noble y que nada tiene que ver con el nacionalismo que practica el PP.

El verano pasado el primer ministro griego Alexis Tsipras se vio en dificultades parlamentarias para sacar adelante las reformas que le exigía Bruselas. Tuvo el apoyo de Nueva Democracia. ¿Nos ayudó a los socialistas españoles el PP en mayo de 2010? No, no nos ayudó. El hoy ministro Montoro llamó a la diputada Ana Oramas y le pidió que dejara caer a España, que ya ellos la levantarían. El riesgo de perder aquella votación era que intervinieran nuestro país, pero el PP tenía algo en mente: si nos intervenían, el PSOE desaparecería para siempre de la política española. ¿Actuó el PP con responsabilidad? No. ¿Con patriotismo? Tampoco. 

No quiero ser injusto, es verdad que el PP ha respetado muchos de los logros del PSOE, sin duda porque esos logros, como la sanidad pública, tienen un gran apoyo social incluso en su electorado. Y también es cierto que en el PP hay militantes y dirigentes cuya forma de pensar es muy distinta a la de la cúpula de su partido, pero es la cúpula la que define las políticas y da carácter ideológico a su partido. Estoy convencido de que las palabras anteriores no les gustarán a los dirigentes del PP y a otras personas poderosas que fantasean con la idea de la Gran Coalición, pero eso no es lo preocupante, lo verdaderamente preocupante es que las palabras anteriores les sorprendan. Que nunca se hayan parado a pensar qué pensábamos los socialistas de su comportamiento. Claro, que eso les daba igual. Como no nos necesitaban, tampoco necesitaban escucharnos.

La dirección del PP y sus aliados mediáticos han radicalizado la vida política hasta que han terminado contagiando a una sociedad en dificultades. De tal modo que ya es imposible cerrar la división política sin cerrar la división social. Cuando se les pregunta a las personas que votaron al PSOE en las pasadas elecciones qué probabilidad, del 0 al 10, hay de que en alguna ocasión voten al PP, el 53% dicen que 0, y el 22% dicen que 1. Es decir, que el 75% de los votantes socialistas dan uno o menos de uno, sobre diez, a la probabilidad de votar al PP. Prácticamente el 90% de los votantes del PSOE, en esa tesitura, dan un valor inferior al 5. ¿Es posible que los votantes socialistas retengan en su memoria política el comportamiento de un partido que ha estado dándole puntapiés al sistema cada vez que ha tenido la menor oportunidad? ¿Qué debería ocurrir para que el PSOE actuara de una manera tan contraria a lo que piensan sus votantes? ¿Por qué los militantes, los cuadros y los dirigentes del PSOE iban a hacer eso? La verdad es que cuesta imaginarlo.

Hace unos meses, desde un medio de comunicación, se nos decía que teníamos que llegar a un acuerdo con el PP a cambio de varios miles de millones para actuar ante los casos de necesidades sociales más perentorias. Recientemente Cáritas afirmaba que bastaban 2.600 millones de euros para acabar con la pobreza severa. Una limosna en comparación con nuestro PIB. Sería absurdo entregar el gobierno a unas personas que deberían haber actuado hace ya tres o cuatro años frente a la pobreza severa, en lugar de esperar a usar esa ayuda como moneda de cambio para conseguir los votos de los diputados socialistas. Pero es que, además de la poca sensibilidad social que demuestra ese comportamiento, también es una prueba de falta de prudencia política. Sobre todo porque la inacción del gobierno ante esos graves problemas sociales ha puesto en riesgo la legitimidad del sistema que ahora nos piden a los socialistas que salvemos inmolándonos.

Lo curioso es que, llegados a este punto, algunas personas se preguntan: ¿entonces qué hacemos? ¿Cuál es la solución? Es curioso, y hasta casi indignante, que esas personas no se hayan planteado otra opción que la destrucción del PSOE para que quienes no quieren al sistema político de la Constitución del 78 sigan polarizando a la sociedad española para ver cuánto da de sí. Mientras tanto, la convivencia se deteriora y España se vuelve un país inhóspito. 

Hay algo profundamente enigmático en esa facilidad con la que se nos culpa solo a nosotros de que no haya habido gobierno o no lo haya después del 26 de junio. Y la única explicación que se me ocurre es que siempre hemos sido los socialistas los que nos hemos responsabilizado del sistema político del 78. Por eso, los socialistas no vamos a desaparecer para dejar España en manos de dos partidos que apuestan por la polarización. Precisamente porque nos sentimos orgullosos y responsables de estas cuatro décadas de nuestra historia. Sin duda nuestro país necesita un gran acuerdo, que atraviese ideologías, clases, territorios y generaciones, pero ese acuerdo no puede descansar exclusivamente sobre las espaldas del PSOE, primero porque no es suficiente, y además porque no duraría. Es verdad que hay una parte de los españoles que está deseando hacer lo mismo que hizo el PP con la LOMCE, pero al revés. No sé quién quiere ser el Wert de la izquierda, pero su proyecto durará poco. Esa España, enfrentada, partida en dos, incapaz de convivir no está olvidada. Ninguna conquista es para siempre.

Nuestro país tiene problemas que no pueden resolverse salvo con un gran acuerdo, que no puede dejar a ninguno de los grandes partidos fuera, incluidos los nacionalistas periféricos, pero ese acuerdo no es la Gran Coalición. Quienes, desde la derecha, trabajan para que el PSOE sea la tercera fuerza, con la esperanza de que el PSOE apoye un gobierno del PP, están cometiendo un error fatal. Porque el PSOE no les va a dar el gobierno, pero están dinamitando la posibilidad de que un gobierno socialista pueda reparar el daño que el PP ha hecho al sistema político. Después de las elecciones del 26 de junio España seguirá teniendo un serio problema de cohesión territorial, mucho más serio si se traduce a los efectos que una secesión podría tener en la vida de millones de personas. Al día siguiente de las elecciones millones de españolas y españoles seguirán padeciendo las consecuencias de una estructura económica que no produce ni buenos empleos, ni suficientes empleos. Nuestra estructura de edades amenaza nuestro sistema de pensiones. Todos esos problemas seguirán ahí desafiando al país entero.

Como dije al principio he sido diputado socialista desde 2004. En este tiempo he tenido muy pocas veces la oportunidad de sentarme con uno de esos hombres poderosos, ricos y sensatos, muy sensatos, que se reúnen con otros hombres iguales que ellos, siempre son hombres, para decidir lo que nos conviene a todos. Cuando esos poderes desean tener contacto con un diputado nos mandan a un intermediario. O un recado en algún medio de comunicación que se preste

Nuestra democracia padece más de impotencia que de prepotencia. No es fácil para un diputado conseguir que esos hombres le escuchen, por eso escribo aquí mi respuesta: conozco bien a mi partido, casi cuatro décadas de militancia dan para ello. Conozco bien al Grupo Parlamentario Socialista y, si las urnas nos son favorables, conozco bien a los diputados socialistas que estarán en el Congreso a partir del 26 de junio. Se equivocan quienes fantasean con la idea de que cada uno de nosotros, que somos personas de carne y hueso, con familias, amigos, vecinos, compañeros de trabajo y de sindicato, que pertenecemos a agrupaciones de nuestro partido, y no una casta ajena a nuestra sociedad, vamos a levantarnos uno a uno para sostener, con nuestro voto o nuestra abstención, un gobierno del PP. Todos nosotros hemos demostrado ser responsables con España, por eso la gente nos mira a nosotros, y sólo a nosotros, como si nosotros solos pudiéramos resolver esta ecuación, pero esta vez, los que vienen golpeando al sistema del 78, por un lado y otro, deberán asumir sus responsabilidades. Si quieren preservarlo y mejorarlo, podrán contar con nosotros. Y si quieren cambiarlo, están en su derecho, pero deberán alcanzar un acuerdo, al menos, tan extenso en sus apoyos como el acuerdo del 78. Y para eso también podrán contar con nosotros. 

Para lo que no pueden contar con nosotros es para polarizar la sociedad española, ni para enfrentarla civilmente, ni para degradar nuestra democracia, con tal de ganar un poco más de poder, o de audiencia mediática. Tampoco podrán contar con nosotros para destruir al PSOE, porque el PSOE no sólo pertenece a los socialistas de hoy, es el legado que nos dejaron los socialistas que ya no están en este mundo para los socialistas que todavía están por nacer. Nosotros, los socialistas de este tiempo, cederemos a los que están por venir el testigo de un proyecto vivo y pujante al servicio de nuestra sociedad y de sus mejores valores. Eso es lo que va a pasar, y no otra cosa, los socialistas no vamos a rendirnos, aunque sólo sea porque perder una causa como la nuestra es inmoral. 

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José Andrés Torres Mora fue diputado del PSOE en el Congreso en las últimas legislaturas y es candidato por Málaga para el próximo 26
 
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