EL CLUB DE LOS EMPERADORES.
El PSOE, desesperado y ante un rumbo desconocido
busca en los magos de la sinverguenzería su salvación.
Una
banda en descomposición busca impunidad por la corrupción que treinta años de
bipartitos y amaños han causado a España. Temen por sus privilegios y
chanchullos.
Felipe
González Márquez, el panas apodado como el Rey Sol, por su poder y abuso del
mismo sin importarle el derecho y la democracia es homenajeado; antes de ser
enterrado definitivamente.Fue un autor privilegiado de la Operación Columna,
bajo su reinado se llevaron a cabo los actos más viles y abyectos que dentro de
una democracia se han podido cometer. GAL, ROLDAN, FONDOS RESERVADOS, SECUESTROS
COMO EL DE SEGUNDO MAREY Etc, CORCUERA, VERA, HEMANO GUERRA, BANCO DE ESPAÑA,
FILESA etc....etc. Fue condenado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
por los delitos más repudiables que puede cometer cualquier estado y cualquier
persona.
La banda del PSOE busca en
sus cadáveres la salvación Nacional, bajo el espíritu de un Expresidente que
encarceló y persiguió a todo aquel que discrepara, como dijo su enterrador
Alfonso Guerra: "El que se mueve no sale en la foto". Una reunión
homenaje para recordar a los que bajo la corrupción enterraron..
Alfonso Guerra explicó el
protocolo de actuación del nuevo Gobierno: sus miembros debían llamarse de usted
y con tratamiento de ministro
Dos semanas después de la abrumadora victoria
electoral, buena parte de quienes serían ministros en el primer Gabinete
socialista de la historia de España fueron convocados a una reunión que se
calificó como secreta. Cada cual desconocía qué otras personas acudirían dado
que, del próximo Gobierno, la única información de que disponían era la propia:
que Felipe González le había llamado días atrás para comunicarle que sería
ministro. Algunos, incluso, fueron convocados por gente que no era del partido.
Lugar, la sede que el PSOE tenía por entonces en la calle de García Morato (hoy,
Santa Engracia). No sería la única reunión de un gabinete que no había tomado
posesión. Testigos de aquella primera cita recuerdan que todavía no estaba claro
si Alfonso Guerra estaría en el Gobierno. Se trató algún tema de seguridad: si
querían vivir sin escolta durante unos días más, sería necesario que nada se
filtrara.
Hubo una segunda cita días después en la que
el número de futuros ministros aumentó. “Asistió un número sustancial de los
futuros ministros”, recuerda José María Maravall [ministro de Educación de aquel
primer Gabinete]: “No recuerdo que estuviera Solana porque entró tarde. Tampoco
Almunia por la negativa de Nicolás Redondo a que un hombre de la UGT entrara en
el Gobierno. Creo que iba a ser [el sindicalista José María] Zufiaur”. Javier
Moscoso hace cuentas de aquel segundo día: “Conocí a Julian Campo [Obras
Públicas] ese día, también a Fernando Ledesma. No estaba todavía Narcís Serra:
Hablamos de cómo se tomarían las decisiones en el Consejo de Ministros. No
habría votaciones. Las decisiones las tomaba el presidente. Se opinaba pero no
se votaba”.
“Pese a sus dudas, que yo creo que no las
tenía, Alfonso presidió aquella segunda reunión y fue quien nos dio todas las
instrucciones de cómo debía funcionar el Gobierno y el Consejo de Ministros.
Eran normas para darle un cierto estilo”, añade Carlos Solchaga [Industria y
Energía]. “Nos dijo que deberíamos llamarnos de usted y darnos el trato de
ministro”, explica José Barrionuevo. “Eran cuestiones de protocolo que sonaban
ridículas entonces”, dice Maravall, “nunca se me habría ocurrido llamarle a
Ernest, señor ministro de Sanidad”. Ese tratamiento se ha mantenido en
posteriores Gobiernos.
En dicha reunión se trató de la organización
interna del Gobierno, de estructuras como la comisión de subsecretarios, “se la
calificó como el Gobierno diésel”, apunta Enrique Barón [Transportes y
Comunicaciones], del perfil que sería recomendable a la hora de elegir al jefe
de gabinete de un ministro y de cómo los asuntos a tratar tendrían etiqueta
negra, etiqueta verde o etiqueta roja, según hubiera acuerdo total o
discrepancias entre los ministerios. “El orden del día del Consejo de Ministros
acabó limitándose al índice rojo del índice verde”, concluye Maravall.
Para entonces, mediados de noviembre, cada
ministro había recibido el encargo de labios de Felipe González, de muy
diferentes formas, en fechas dispares y, a veces, sin demasiado detalle. Unos a
escasos días de tomar posesión y otros, los elegidos, meses antes de celebrarse
las elecciones. A Javier Moscoso se lo propuso en una reunión con Paco Fernández
Ordóñez. Le ofreció la Fiscalía General del Estado o el Ministerio de la
Presidencia. “Comenté mi preferencia por lo segundo, pero no quedó cerrado en
ese momento”, recuerda. Solchaga recibió la propuesta tras verse con Felipe en
el entierro de la mujer de Ramón Rubial, entonces presidente del PSOE.
Barrionuevo pensó que se trataba de una broma cuando le llamó la secretaria de
González, entre otras cosas porque estaba detrás de gastársela a un compañero de
partido.
Julio Feo cuenta que le llamó Felipe a los ocho
días de la victoria electoral. Y no para ser ministro. “Vas a ser portavoz del
Gobierno”, me dijo. “Cuento contigo, así que ve haciendo los deberes’. Pero a
los cinco días me volvió a llamar. ‘¿Qué ha pasado?’, le pregunté. ‘Serás
secretario de la presidencia. ¿Y eso qué es? Hacerme la vida fácil. Entonces
¿quién va a ser el portavoz? Sotillos. Me parece bien. Entonces trago. Hubieras
tragado de todas maneras”. Feo vivió pegado a Felipe González a lo largo de toda
la campaña como experto en las encuestas y jefe de campaña, “y no se le escapó
ningún comentario. Felipe es muy hermético. No sé, quizá lo supiera gente muy de
su confianza como pudiera ser Tomás y Valiente. No sé. Yo la propuesta me la
quedé para mí. Con Felipe las filtraciones son jodidas”.
Si se pregunta a Eduardo Sotillos, la versión
no encaja, lo cual puede significar que Felipe González manejó la lista de forma
muy personal. “Felipe me dijo que quería que me viniera a Madrid a ser portavoz.
Cuando le pregunté quién me había recomendado, porque tampoco nos conocíamos
tanto, me dijo que Julio Feo”. Julio Feo (Aquellos años, Ediciones B) y
Eduardo Sotillos (1982. El año clave, Editorial Aguilar) son de los
escasos protagonistas, junto con José Barrionuevo (2.001 en Interior,
Ediciones B) y Alfonso Guerra (Cuando el tiempo nos alcanza y
Dejando atrás los vientos, Espasa), que han escrito sus memorias sobre
aquella época.
Eduardo Sotillos, a pesar de su condición de
periodista, guardó el secreto sobre las deliberaciones del aquel Consejo de
Ministros. Una parte interesante de su libro es el detalle de hasta qué punto
Gregorio Peces-Barba mantuvo la independencia que exigió a Felipe González para
aceptar la presidencia de las Cortes. Peces-Barba impidió que Felipe González
leyera un discurso en el acto de la mayoría de edad del príncipe Felipe
celebrado en el hemiciclo. González tuvo que leerlo en un segundo acto celebrado
en el Palacio Real.
“Se sabía desde hacía tiempo que ganaríamos las
elecciones, pero teníamos un documento sobre lo peligroso que sería descontar
una victoria. Todo lo que decían las encuestas se tomaba con mucho escepticismo:
era desconocida la repercusión que tendría en el voto la dimisión de Suárez y el
ruido de sables. Quizá la fecha clave fuera la de abril de 1982. Hasta ese
momento se había mantenido una oferta de coalición con el Gobierno de Calvo
Sotelo y, con el último rechazo, se tomó mayor conciencia de que la victoria iba
a ser un hecho. Porque Calvo Sotelo hizo algo muy poco partidista: salvaguardar
a la oposición y asumir para él y su Gobierno todo el desgaste. Fue entonces
cuando se consideró la idea de gobernar en solitario”. Hecho este preámbulo,
José María Maravall manifiesta su convencimiento de que hubo tres personas que
supieron que serían ministros con una antelación de varios meses. “Hubo tres
personas que pasaron un verano poco tranquilo: Miguel Boyer, Fernando Ledesma y
yo”.
Esta apreciación de Maravall no coincide con el
testimonio de Fernando Ledesma, quien afirma que fue convocado por Felipe “no
mucho después” de la victoria electoral, pero era evidente para muchos otros
protagonistas de aquellos días que el peso de toda la parcela económica recaería
sobre Miguel Boyer, un hombre que lo mismo estaba al lado de Felipe González en
la visita a un Bilbao inundado por las riadas como parecía desaparecido, “un
hombre con una historia muy oscilante”, como dice Julián Campo [Obras Públicas].
Para todos fue evidente que Boyer se convertiría en un foco de tensión con
Guerra.
“Boyer se incorporó de forma muy clara”,
recuerda Maravall, que hace un largo elogio sobre su excompañero de Gabinete.
“Tenía información al minuto. Se estaba produciendo una salida de capitales muy
fuerte. Conocía la evolución de las reservas. Una información muy rica. Hizo una
gestión espectacular. Era alguien que llevaba las riendas de la economía.
Recuerdo una viñeta de Peridis que decía: ‘Yo lo que diga Boyer’. Mandaba. Tenía
un rumbo. No sé si ahora tenemos la misma sensación”.
Solchaga entendió a primeros de noviembre cuál
sería el papel de Boyer, porque cuando Felipe González le propuso ser ministro
de Industria, “me habló de Boyer y Alfonso Guerra. Hablaba también de Serra,
tenía alguna duda sobre su ubicación, pero me pidió que hablara con Boyer y
tratara de entenderme con él”.
“Yo sabía que no tendríamos problemas de
entendimiento. Éramos amigos desde los años sesenta”, continúa en su relato
Solchaga: “Le llamé. Cenamos. No teníamos diferencias importantes. Él tenía
buenas fuentes en el Banco de España. La situación era peor de la que pensábamos
íbamos a heredar. Teníamos un déficit del 6% y no del 3%. La UCD no había
querido subir los precios de la gasolina, que entonces era un monopolio del
Estado, y estaba provocando un déficit”. Solchaga acudió a las reuniones
secretas en García Morato presididas por Alfonso Guerra, donde conoció a quienes
serían sus compañeros de Gabinete, pero hacia las mismas fechas, quizá en la
misma semana, tuvo otra cita muy reservada en el chalet que Boyer tenía en la
colonia de El Viso: “Nos reunimos el gobernador del Banco de España (Álvarez
Rendueles) y el subgobernador (Mariano Rubio), Miguel Ángel Fernández Ordóñez
[que sería secretario de Estado de Economía], Boyer y yo. Y ahí decidimos la
devaluación”.
El sábado 4 de diciembre de 1982, tres días
después de haber tomado posesión el nuevo Gobierno, el ya denominado
superministro Boyer (que agrupaba las carteras de Economía, Hacienda y Comercio)
anunció la devaluación de la peseta en un 8%. El martes, día 7, el primer
Consejo de Ministros decidió, entre otros asuntos, la subida de la gasolina en
15 pesetas el litro.
Por entonces, Juan Antonio Yáñez llevaba días
trabajando como fontanero (un término con mucho predicamento periodístico en
esas fechas) del Gobierno en ciernes. Su encargo era llevar la agenda
internacional del presidente González. Debía preparar la visita de George
Shultz, el secretario de Estado norteamericano, y comenzar a desbloquear la
negociación para el ingreso en la Comunidad Europea, “que estaba congelada”.
Yáñez se encontró una Moncloa con una “estructura muy ligera”, heredada de la
época de Adolfo Suárez, y un edificio con graves deficiencias de seguridad:
“Para empezar había una carretera que bordeaba el recinto y que pasaba casi al
lado del despacho que ocuparía Alfonso Guerra”. Recuerda que una de las primeras
decisiones fue que Guerra se encargara de renegociar el contrato de gas con
Argelia.
González y Guerra. Eran las dos figuras de ese
Gabinete, con permiso de Boyer. En un principio se repartieron las competencias.
Los llamados ministros de Estado, que eran Economía, Exteriores, Interior y
Defensa despachaban directamente con el presidente, que prefería el despacho
individual frente al colectivo de Guerra. Las primeras discrepancias fueron
evidentes entre Boyer y Guerra. Boyer quería ser vicepresidente. Era agresivo
con Guerra. Lo constatan los testigos de aquel gabinete. “A Guerra se le
escapaba Defensa, porque Serra era muy astuto. La gestión de Serra era poco
explícita en el Consejo de Ministros. Era prudente y precavido, pero
extremadamente eficaz”.
Los consejos fueron “densos”, “larguísimos”,
“técnicos”. A veces duraron más de una jornada. “¿Se puede hablar de política en
este consejo?”, dijo una vez Ernest Lluch. “Había pocos debates. La gente
callaba”, sostiene Julián Campo [Obras Públicas]: “Hice de jefe administrativo y
de miembro del Gobierno. Como jefe me lo pasé bien y como miembro del Gobierno
mis desacuerdos eran crecientes”. A pesar de eso, Julián Campo asegura que aquel
Gobierno “hizo cosas importantísimas y pagó deudas pendientes de siglos”. Luego,
afirma: “El proyecto socialista se fue vaciando”.
¿Estaban preparados para gobernar? Antes de las
elecciones de octubre de 1982, el PSOE contaba con 105.000 afiliados y 11.789
cargos públicos, entre ellos 1.125 alcaldes. La ejecutiva del PSOE tenía una
media de edad de 38 años y en ella solo había 3 mujeres, un 12%. Entre los
elegidos para formar parte del Gabinete, una mayoría había cursado estudios en
universidades extranjeras. “Era un Gobierno de una competencia demostrable”,
asegura Solchaga.
Sin embargo, a pesar de su juventud (Almunia,
con 34 años, era el más joven, Felipe tenía 42), no entró en ese Gabinete
ninguna mujer. Eran 17 hombres. Enrique Barón [Transportes y Comunicaciones]
asegura que cuando fue llamado por Felipe para ser ministro, en el pasillo
circular del Parlamento, conocido como la M-30, le preguntó a González si habría
alguna mujer. “Tengo dificultades”, “me dio a entender”, dice Barón.
Solo hubo dos mujeres, dos secretarias de
Estado, Carmina Virgili (Universidades) y María Izquierdo [Comunidades
Autónomas]. “No había recomendación de género en aquellos momentos”, asegura hoy
María Izquierdo, “lo urgente estaba en otros sitios”.
“Todo era inseguro”, cuenta María Izquierdo.
“El golpe era una losa y había miedo en los electorados de izquierda”. Izquierdo
estaba en la Ejecutiva del PSOE y recibió la llamada de Tomás de la Quadra
[Administración Territorial]: “Me diría después que Felipe había seleccionado
con él a los secretarios de Estado. Era consciente de que éramos las primeras
mujeres y que se valoraba mucho que no fuéramos a sitios de florero. Eran dos
secretarías duras. Yo despachaba con Guerra. Era un Gobierno que tenía mucha
decisión. Nos íbamos a comer el mundo. Había que modernizar las Fuerzas Armadas
y había que romper el aislamiento de España. No teníamos horas para trabajar.
Entrábamos a las 8.00 y salíamos a las 24.00 los días que hiciera falta. No
habíamos sido preparados para ser políticos, pero era un Gobierno de una gran
generosidad. La clandestinidad nos educó en la solidaridad. La fiebre de cargos
empezó después. Nosotros estábamos vacunados por la represión. Estábamos
decididos a cambiar España, sin exclusiones. Queríamos dar derechos a todos. Y
ahora vivo el negativo de todo aquello”.
María Izquierdo habla con solidez. Ha tenido
una vida intensa. Analiza el presente con franca naturalidad: “Ya andados los
años, no me gustó nunca el PSOE español. El nuestro era un corte de partido más
lúdico, más a ras de suelo, como presumo que será el próximo”.
O
--
Publicado por José Carlos: para La verdad en tu asesoria EIA el 12/02/2012 01:16:00 p.m.
|