Juan Manuel Blanco [en
Vozpopuli.com]
La acumulación de casos
de corrupción ha estallado a ojos de la opinión pública como bomba de racimo.
Explosiones multicolores abarcan todas las gamas del espectro político,
iluminando el firmamento en una noche poco estrellada. ¿Es la constatación de
que todos los políticos están podridos hasta la médula? ¿La prueba de que se
apunte donde se apunte siempre se abate un molesto roedor o se pesca un pez
bien gordo? ¿O es un síntoma de que el sistema funciona, de que es capaz de
corregir el error de haber nombrado a personas indignas, tal como declaró Mariano Rajoy?
¿Una señal de es posible eliminar las malas hierbas, dejando limpio y aseado
el jardín de la política? ¿La demostración de que, tal como afirman
vehementemente algunos tertulianos de radio, hay muchos políticos decentes?
Cada dirigente no se corrompe de forma
individual, no toma tal decisión aislado de su entorno, consultando en
solitario a su conciencia
En realidad, el intento
de separar los culpables de los honrados, el grano de la paja, responde a una
concepción errónea de nuestro sistema político. Un camino que lleva a
confundir las causas de este colosal latrocinio. Cada dirigente no se corrompe de
forma individual, no toma tal decisión aislado de su
entorno, consultando en solitario a su conciencia. Ni actúa en un imaginario
universo neutral donde coexisten en armonía buenos y malos, justos e infames,
como en el cole hay niños obedientes y traviesos.
El entorno político teje
una tupida malla donde casi nadie actúa por su cuenta y riesgo sino en
connivencia con muchísimos otros. O cubierto por acciones ajenas. Señalar con
el dedo a los corruptos, y exonerar a los justos, conduce al absurdo, a
estirar con fuerza de una cereza que arrastrará a todas las demás. La corrupción no se encuentra tanto
en las personas como en el sistema, en esas perversas e informales reglas. Y
en la nefasta organización institucional. En un entramado
donde, con muy diferentes grados de implicación, existen pocos inocentes. No
es que el sistema sea corrupto; es que la corrupción es el sistema.
Aunque la corrupción siempre fue endémica
en España, el nuevo régimen introducirá nuevos métodos
Un moderno sistema de
corrupción organizada
El régimen de 1978
surgió de un
pacto tácito entre los partidos y la Corona para repartirse el poder y, de
paso, financiarse vendiendo favores desde las estancias del Estado.
Las diferencias políticas e ideológicas no serían obstáculo mientras la vaca
diese leche suficiente para todos. Los suculentos ingresos se repartirían
alícuotamente entre formaciones, así nadie caería en la tentación de
descubrir el pastel. Para favorecer el opíparo banquete, los partidos
fundadores irían desactivando los controles, desmontando los contrapesos,
domesticando la prensa libre. Pavimentando un atajo que condujese
aceleradamente a un sistema clientelar, de intercambio de favores.
Aunque la corrupción
siempre fue endémica en España, el nuevo régimen introducirá nuevos métodos,
una moderna organización para aprovechar con eficacia las enormes
oportunidades que se abrían en el horizonte. Quedará atrás esa tradicional
corruptela de carácter individual y artesanal, donde el mismo
dirigente prevaricaba, cobraba y se beneficiaba del cohecho. Un procedimiento
arriesgado, demasiado fácil de descubrir pues dejaba muy expuesto el vínculo
entre favor otorgado y dinero recaudado.
Los nuevos tiempos
requerían una eficiente división del trabajo, modernas técnicas de corrupción
que se implantarán con el puntual asesoramiento de partidos hermanos de
Francia e Italia. El
nuevo método consistirá en separar adecuadamente en el espacio, e incluso en
el tiempo, la prevaricación del cohecho. Para ello, la
concesión de favor y el cobro de la comisión se llevarían a cabo por personas
distintas, sin conexión aparente entre ellas. Y el dinero llegaría a través
de complejas vías a las arcas del partido. Había nacido la corrupción
organizada, una era de ubicuas y complejas tramas que
cubrirán todos los rincones de la geografía. Si nadie se iba de la lengua,
resultaría casi imposible descubrir incluso la mera existencia del delito.
Sólo saldrán a la luz ciertos casos como fruto de la causalidad, de
conflictos personales. O de despiadadas luchas entre facciones, como las que
presenciamos ahora.
Distintos grados de
implicación
El novedoso sistema
empujó a la corrupción a muchos militantes de los partidos fundadores que,
probablemente, nunca se habrían involucrado en un episodio de corrupción
individual. Dado que no se benefician personalmente y sólo tienen acceso a
uno de los múltiples resortes del complejo proceso, carecen de visión de
conjunto. A duras penas perciben que se trata de un colosal latrocinio. Como
mucho de una limitada corruptela. Aun
tratándose de acciones intolerables, seguramente se justifican pensando que
los fines son justos, que están apoyando al partido que defiende sus ideas.
O se nubla su conciencia, su capacidad de discernimiento, al percatarse de
que la retorcida práctica es omnipresente: no puede ser tan perverso un juego
en el que participa todo el mundo, del Rey al concejal.
La financiación del partido no es el
único objetivo del esfuerzo corruptor, ni siquiera el principal
Con el tiempo estos
"bienintencionados" afiliados sufrirán una gran decepción al
comprobar que esa historia indulgente tampoco era cierta del todo. Que la
financiación del partido no es el único objetivo del esfuerzo corruptor. Ni
siquiera el principal. Buena
parte del formidable caudal fluía puntualmente a bolsillos privados, a
determinadas cuentas en Suiza. Ya no eran sólo
intermediarios, cobradores y tesoreros quienes detraían un pellizco. Los
altos dirigentes, apelando a la caridad bien entendida, consideraron de
justicia dedicar parte sustancial a ellos mismos. Una compensación por el
esfuerzo y los desvelos que garantizaría una holgada existencia al abandonar
la política. Otros, todavía más pícaros, organizaron tramas de enriquecimiento
al margen del partido, aprovechando un entorno especialmente propicio: no hay
mejor lugar para esconder un árbol que dentro de un tupido bosque.
No son honestos los que
se enriquecen personalmente ni los que contribuyen a la corrupción accionando
un resorte, ese pequeño mecanismo que les fue encomendado, aunque crean que
sólo ayudan a las finanzas del partido. Ni otros muchos que, sin tomar parte
en alguno de estos actos, están al corriente de las infamias que se perpetran
a su alrededor... y callan. Quizá pueda existir un último grupo, el formado
por quienes desconocen todo cuanto se cuece en el partido. Aceptemos
pulpo como animal de compañía: estos
ciegos y sordos serían los honrados. E inocentes... en todos
los sentidos.
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