LOS
GOBERNANTES BUSCAN SUS INTERESES Y SE CAGAN EN NOSOTROS
Autor: Florencio Garrido Profesor de
Seguridad, miembro de las FCSE en R.A. Y promotor del Movimiento Democrático de la Guardia Civil. VP.
Antes de nada, debo decir que siento
vergüenza ajena por escribir las gilipolleces que han promocionado estos
progres, progres que no llegan a la suela de zapatos a los verdaderos… esos que
luchaban por los derechos de los ciudadanos como Pablo Iglesias y los fundadores del partido PSOE en (1879) y la Unión
General de Trabajadores (1888).
Hoy esos buscan su
ego, su beneficio, su inseguridad
interior, no aceptan las críticas
constructivas, consideran que merecen todo, no escuchan a los que están en
desacuerdo con ellos, critican a espaldas de los demás, agrandan sus logros, la
falta de humildad…. Pedro Sánchez, los golpistas,
los que apoyan el régimen iraní, venezolano et…
A estas alturas
ya te habrás dado cuenta.
Las personas que
gobiernan el mundo nos desprecian profundamente.
Poco importa si son
gobernantes, políticos, grandes financieros, elitistas de toda índole o
miembros de la aristocracia.
La mayoría de ellos
tienen algo en común: el más descarnado desdén por el 95% de la población
mundial, aquello que de forma algo simplista venimos a llamarnos “el pueblo
llano”.
Lo podemos ver
claramente reflejado en todas y cada una de sus actividades: robos, saqueos,
crímenes y abusos perpetrados por gobiernos, multinacionales y grandes bancos a
lo largo y ancho del mundo, que se han hecho más evidentes que nunca con la
actual crisis.
Y como vemos en España,
de poco han servido ciertas manifestaciones de protesta de la población.
Nada parece alterar ni
sus planes ni sus actitudes.
Es evidente que al
menos el 95% de la población mundial no tiene ningún poder de decisión ni
ninguna influencia sobre el devenir de los acontecimientos.
Para aquellos que
gobiernan el mundo, ni tan solo somos personas; para ellos solo somos piezas de
colores sobre un tablero, sacrificables según convenga a sus intereses.
Tal es el desprecio que
sienten por nosotros.
Ha llegado la hora,
pues, de decidir de una vez por todas, si queremos seguir siendo las piezas de
su macabro juego o si, por el contrario, deseamos recuperar nuestra dignidad
como seres humanos.
Y eso implica
enfrentarse con dolorosas verdades que la mayoría de la población aún se niega
a aceptar.
¿Estás dispuesto@ a
hacerlo?
UNA VERDAD DOLOROSA
Muchas personas siguen
empeñadas en justificar la insensibilidad de los más poderosos, achacándola a
la “distancia” que los separa del pueblo llano.
Según este tipo de
percepción “buenista” de la realidad, los que nos gobiernan cambiarían sus
actitudes si entraran en contacto directo con los daños que provocan sus
decisiones. Dicho en otras palabras, si conocieran en persona a las víctimas de
sus actos, eso removería sus conciencias.
Alguna gente sin duda
tildará este punto de vista de “profundamente ingenuo”. Pero no nos engañemos:
en este punto de vista no hay nada de ingenuidad.
Lo que hay es cobardía,
directamente.
Y este es el gran
problema del que adolece la población en general en estos momentos de zozobra.
Somos todo@s unos
cobardes
Nos negamos a aceptar
la auténtica naturaleza de quienes nos gobiernan porque nos aterroriza la
realidad. Porque aceptarla nos
lleva al colapso de todas nuestras creencias, al derrumbe de todo aquello que
nos han dicho que es “bueno y correcto” desde que éramos pequeños. Y porque ante todo, nos
obliga a hacer cosas que exigen enormes cantidades de valor y sacrificio por
nuestra parte. Es por esta razón que
la mayoría de la población preferimos pensar que cambiaremos las cosas saliendo
a la calle con pancartitas, trompetitas, pitos y cánticos graciosos. En el fondo sabemos que
estamos haciendo el ridículo, pero preferimos auto convencernos de que esto es
lo “que se debe hacer” y pomposamente lo llamamos “expresión popular y
democrática”. Pero no es así: aunque
nos duela aceptarlo, a eso se le llama hacer el payaso. Y los hechos lo
demuestran cada día.
Dejemos pues de meter
la cabeza en un agujero y enfrentemos la realidad tal y cual es: estamos en
guerra y si realmente queremos ganarla, lo primero que debemos hacer es
comprender y aceptar la auténtica naturaleza de nuestro enemigo.
CÓMO SON LOS PODEROSOS
Simplificando mucho,
podríamos dividir a las personas que ostentan el poder en el mundo en 2 grandes
categorías:
1-Aquellos que han heredado
las posiciones de privilegio
2-Aquellos que han alcanzado
las posiciones de privilegio
Los primeros se
caracterizan por tener un marcado sentimiento de exclusividad y preeminencia
sobre el resto de seres humanos. No es difícil entender porqué se sienten así.
En la mayoría de casos han crecido en un ambiente aislado del resto de la
población y son descendientes de generaciones y generaciones de individuos
imbuidos de ese mismo sentimiento de “excelencia”. Además, para ellos, el mero
hecho de conseguir retener el poder generación tras generación ya representa
una demostración de su presunta superioridad. El suyo, pues, es un elitismo
genético que deriva en un desprecio absoluto hacia todos aquellos a los que
consideran “populacho”. En la segunda
categoría, sin embargo, deberíamos situar a los que, partiendo de posiciones
menos privilegiadas, han conseguido subir en el escalafón del poder hasta
alcanzar las posiciones superiores. El suyo es un elitismo basado en la
competitividad y en el desprecio hacia los “derrotados”, hacia aquellos que en
supuesta igualdad de condiciones no supieron competir como ellos y alcanzar el
poder.
Como podemos ver, a
pesar de tener procedencias muy diferentes, ambos tipos de poderosos tienden a
sentir el mismo desprecio hacia lo que ellos consideran “las masas”, a pesar de
haber alcanzado su posición a través de caminos casi opuestos.
Y esto nos lleva a
concluir que el desprecio hacia el pueblo proviene en gran parte de la posición
final alcanzada: es decir, es inherente a la propia estructura del sistema y
concretamente, a los escalones superiores de la pirámide.
Y es que realmente es
así.
La estructura
competitiva del propio sistema imposibilita que en las grandes organizaciones,
sean partidos políticos o grandes empresas, las personas con valores morales,
solidarias y empáticas alcancen los puestos de poder. Solo lo consiguen los
individuos más astutos y con menos barreras éticas a la hora de competir con
los demás. Aquellos a los que
podríamos calificar como depredadores natos. Y esto es lo que
precisamente se niega a aceptar la mayoría de la población. Que las personas que
ostentan el poder y aquellos que nos gobiernan, tienen una actitud depredadora
y albergan por todos y cada uno de nosotros la misma empatía que alberga un
depredador por su presa.
Es decir, ninguna. Y es que la visión del
mundo que tienen los poderosos es bien simple: gana el más fuerte y punto. Para ellos, el mundo se
divide entre los que devoran y los que son devorados, entre los fuertes y los
débiles. El suyo no es un mundo
de “buenos y malos”, como el que nos han inculcado a todos nosotros desde
pequeños. En su mundo solo hay
ganadores y perdedores. Y de alguna manera,
disponen de la naturaleza en pleno para justificar su filosofía de vida.
Su modo de actuación
tampoco comporta grandes complicaciones éticas: simplemente, cuando se fijan un
objetivo, utilizan todos los instrumentos a su disposición para conseguirlo,
eludiendo cualquier traba que se interponga en su camino. Incluidas las trabas
legales, morales e ideológicas.
¿Habéis visto alguna
vez a un depredador desaprovechar la oportunidad de devorar al miembro más
débil de una manada? Ellos actúan igual. Nunca desaprovechan una oportunidad. En su mundo las
palabras mentira, engaño o traición no tienen sentido. Conocen la naturaleza
de las cosas y saben que son conceptos inventados por el hombre, relacionados
con otras creaciones humanas como el honor, los derechos, la igualdad, la
justicia o el pacifismo. Meros códigos
abstractos que pueden ser ignorados si se interponen entre ellos y sus
objetivos y que no existen más que en la psique de las personas, condicionando
y limitando sus actos. Y precisamente por eso
los valoran tanto: son las trabas mentales que necesitan inculcar en aquellos a
los que pretenden dominar…es decir, nosotros.
Si les preguntáramos
nos dirían que “esas limitaciones son para los débiles mentales”… Así pues, es absurdo
apelar a los valores morales de un depredador. Es ridículo hablarle de
justicia, derechos, igualdad o pacifismo. Y es patético pretender
que escuche tus reclamaciones, comprenda tus necesidades y cumpla con la
palabra dada. Los depredadores no
pierden el tiempo con tonterías.
CÓMO ES EL PUEBLO
Como hemos visto, los
depredadores no se ven limitados por códigos morales de ningún tipo. En su mente
solo hay deseos y metas y una inteligencia completamente focalizada en
alcanzarlas. Y en contraposición a
esto, ¿qué actitud tenemos nosotros, el pueblo? Exactamente la
contraria.
Desde pequeños, nuestra
mente es moldeada como un laberinto repleto de muros, trabas y barreras que
solo nos conducen a callejones sin salida.
Desde la más tierna
infancia somos condicionados para acatar todo tipo de leyes y reglas de
conducta; limitaciones morales; obediencia ciega a la autoridad y ante todo, y
lo más importante, somos programados para que jamás, bajo ningún concepto, nos
defendamos con nuestros propios medios.
Como un mantra de
programación mental nos repiten, una y otra vez a lo largo de los años: “no
puedes tomarte la justicia por tu mano”, “no puedes usar la fuerza”, “no puedes
juzgar por ti mismo”, etc, etc, etc…
El objetivo está claro:
arrebatarnos la capacidad de defendernos de las agresiones y delegarla en
terceras personas asociadas a la autoridad, es decir, delegarla en los propios
depredadores. Una jugada maestra. Así es como han
conseguido convertirnos en un rebaño dócil, fácilmente conducible al matadero
cuando convenga. Y no sólo han levantado
muros en el interior de nuestro cerebro. También han construido
muros entre nosotros. Han dividido el rebaño
en multitud de grupos enfrentados entre sí. Cada uno con su color, su bandera,
su religión, su equipo de futbol. Millones de ovejas
divididas en pequeños grupos fácilmente depredables. Millones de borregos
insolidarios, recelosos de sus iguales y seguidores fervientes de los
diferentes lobos que los devoran. Así es el pueblo en
realidad. Tan bajo hemos caído
que incluso le pedimos permiso al lobo para balar en señal de protesta. ¿Se puede ser más
miserable?
UN DESPRECIO
JUSTIFICADO
No es extraño pues, que
nos desprecien profundamente. Nos ven como
consumidores descerebrados, mezquinos y desnaturalizados. Porque para un
depredador no hay nada más menospreciable que un animal que no se defiende y no
lucha por su vida. “Tal actitud va en
contra de las leyes de la naturaleza y no merece ningún respeto” Así pues, no es difícil
imaginar lo que deben sentir cuando ven las mareas humanas manifestándose por
las calles, suplicándoles por su vida y por sus derechos con actitud
pusilánime. ¿Alguien se imagina a
un grupo de gacelas manifestándose enmedio de las praderas africanas, ante no
se sabe quién y clamando al cielo por los abusos de los felinos? Los leones se morirían
de risa. Eso es exactamente lo
que está haciendo el pueblo en estos momentos, lo que estamos haciendo todos
ahora mismo. Damos risa. Por no
decir pena.
UN LOBO (gobernante) EN
LA HABITACIÓN
Esta es la situación
que vivimos.Estamos encerrados en
una pequeña habitación, con un lobo gobernante hambriento. Nos han inculcado que bajo ningún concepto podemos
hacerle daño a ningún animal.Y somos tan cobardes y
estúpidos, que cuando vemos que el lobo nos enseña los dientes queremos pensar
que nos sonríe. De hecho, nos auto convencemos de ello. Pero el lobo se acerca,
paso a paso, salivando, con la mirada fija en nosotros y su gruñido cada vez es
más amenazador. Y la pregunta clave es
¿qué vamos a hacer? ¿Le vamos a recitar al
lobo la Carta Internacional de los Derechos Humanos para que no nos devore? ¿Le pediremos que
recapacite y le diremos que su actitud es muy negativa y que “así no se va a
ninguna parte”? ¿Qué tal si le
recitamos un poema o le cantamos una bonita canción? ¿Y si hacemos una
sentada de protesta y leemos un manifiesto de repulsa? De poco servirá. El
lobo tiene hambre. El lobo tiene fuerza. Y le encanta desgarrar con sus
mandíbulas la carne fresca, masticar los músculos y partir los tendones. Es lo
que más le gusta. Así pues, aceptémoslo
de una vez. Solo nos quedan 3 opciones: La primera es cerrar
los ojos y dejar que el lobo haga su trabajo. Eso es exactamente lo que estamos
haciendo en la actualidad. La segunda es
enfrentarnos al lobo con las armas de las que dispongamos y convertir la lucha
en un baño de sangre. Quizás ganemos la contienda, pero las secuelas serán
terribles. Y nos queda una tercera
opción. La opción de aquellos que no quieren hacerle daño al lobo, pero tampoco
quieren ser devorados. La tercera opción es
CAUSARLE MIEDO. Demostrarle al
depredador cuál es nuestro poder y el daño terrible que podemos infringirle. Hacerle entender al
lobo que si da un paso más, vamos a acabar con él. Y eso solo será creíble
si ve que realmente estamos dispuestos a hacerlo.
HA LLEGADO LA HORA DEL
MIEDO
Es el momento de
admitir que la realidad es la que es y no la que desearíamos que fuera. Y eso
implica ser valientes.
Mirarnos directamente
al espejo y aceptar que hemos sido engañados, programados y manipulados durante
toda la vida y que muchos de los valores que nos han inculcado y en los que
creíamos, no son válidos en situaciones extremas como la actual.
Entender que en estos
momentos no hallaremos más ayuda que nuestra propia fortaleza y que no podremos
delegar en nadie la responsabilidad de luchar por nuestros derechos.
Que nuestro enemigo no
negocia y no alberga ni compasión ni humanidad. Que solo conoce la fuerza y el
sometimiento.
Y que si no queremos
ser devorados o caer en la violencia extrema, solo conseguiremos doblegarlo
infundiéndole auténtico pavor.
UNA DEMOSTRACIÓN DE
FUERZA
Lo primero que debemos
hacer es demostrarle al depredador que tenemos fuerza suficiente como para
infringirle terribles daños. Muchas personas
considerarán que es precisamente lo que hacemos cuando salimos a la calle a
manifestarnos por nuestros derechos y las mareas de indignados inundan las
calles y las plazas.
Bien, eso ciertamente
es una manifestación de fuerza. En ese aspecto, una
manifestación es muy parecida a un desfile militar o a lo que hacen muchos
animales en determinadas situaciones.Por poner un ejemplo
muy próximo, es lo que vemos cuando un gato callejero eriza su pelo y nos bufa.Nos está mostrando su
enojo y su disposición a defenderse si violamos su espacio vital. Curiosamente
y a pesar de que el gato es un animal ridículamente pequeño y débil al lado de
un humano, a nadie se le ocurre meter la mano cuando lo ve así. Sabemos que nos vamos a
llevar un buen arañazo o incluso un mordisco.
Es pues una manifestación
de la fuerza y la disposición a defenderse del gato, que viene respaldada por
las miles de demostraciones en forma de arañazos que nos han brindado
los gatos a lo largo y ancho del mundo, a pesar de que nosotros seamos mucho
más grandes y fuertes. ¿Pero qué sucedería si
los gatos jamás nos arañaran ni mordieran? Pues que,
sencillamente, cada vez que viéramos a un gato bufar, nos echaríamos a reir,
porque sabríamos que todo es “teatro”. Y eso es precisamente
lo que sucede con las miles de manifestaciones a lo largo y ancho del mundo:
son una representación teatral de poder popular que no viene respaldada por
ninguna amenaza real. Son como un gran
desfile militar en el que todos supiéramos que los tanques y misiles son de
cartón y que los soldados saben desfilar pero no saben disparar una arma. Sería algo ridículo y
sin sentido. Una payasada. Así pues, no nos engañemos más. Todos sabemos que una
manifestación representa una exhibición de fuerza, un acto ofensivo y una
amenaza de actuación si no son atendidas determinadas reclamaciones. Y esa fuerza que se
exhibe, debe demostrarse. Evidentemente, no
estamos hablando de actos violentos, como romper cristales, quemar contenedores
o enfrentarse a la policía. Eso es un acto de
estupidez, que siempre, sospechosamente, favorece a las autoridades. Solo una
panda de idiotas descerebrados puede caer en una trampa como esa.Estamos hablando de
demostrar el auténtico poder que representa esa manifestación. Hablamos de completa
desobediencia a la autoridad, manifestándola de la forma más conveniente en
cada caso; de poner en peligro los múltiples intereses de aquellos contra los
que te manifiestas, de forma audaz y efectiva; de mostrar fehacientemente que
esa masa de personas no desean llegar a las “últimas consecuencias”, pero que
si no les queda más remedio, lo harán. Y lo repetimos de
nuevo: no estamos hablando de usar la violencia. Hablamos de usar la
fuerza y provocar miedo en el oponente.
EL USO DE LA FUERZA
Nos han tratado de
inculcar, por activa y por pasiva, que el uso de la fuerza no lleva a ninguna
parte. Y esa es la mayor
mentira que habremos escuchado a lo largo de nuestras vidas. El universo entero se
rige por la fuerza. En todos los aspectos, desde las dinámicas microscópicas
subatómicas, hasta cualquier dinámica animal o social. Es ridículo pensar lo
contrario. Y es que hay una
tendencia simplista a relacionar el uso de la fuerza con el uso de la
violencia. Pero en realidad, hay
muchos tipos de fuerza. La inteligencia, la
astucia, la solidaridad, el amor, la necesidad, la independencia individual, el
sacrificio desinteresado por los demás, todas ellas son representaciones de
fuerza. Simplemente, deben
utilizarse de la forma adecuada en el momento adecuado. (Por ejemplo, es
absurdo sentir solidaridad con el lobo cuando estás luchando con él: eso solo
te conducirá a la tumba) Y es que todos y cada
uno de nosotros debería sentir vergüenza ante la situación que estamos
viviendo. Nos hemos convertido en
seres dominados y esclavizados por aquellos que dependen completamente de
nosotros. Nosotros les damos de
comer, les confeccionamos los vestidos, fabricamos sus coches, sus aparatos
electrónicos, construímos sus casas y las limpiamos, les curamos cuando están
enfermos y les protegemos de los intrusos. Nuestros depredadores
dependen al 100% de nosotros. ¿Es posible, pues,
tener más fuerza? ¿No deberían estar
absolutamente aterrorizados ante cualquiera de nuestras acciones?Bien, pues de eso se
trata. De poner las cosas en el lugar que les corresponde. Y para hacerlo, se debe
usar la fuerza de la que se dispone y de la forma que sea necesaria. Sin
vacilaciones ni remordimientos. Hasta que nuestros
depredadores comprendan que si no retroceden, van a perderlo TODO.
Ha llegado la hora de
que el miedo cambie de casa. De que abandone las
fábricas y los talleres, las tiendas y los mercados, las calles y los parques y
los humildes salones de nuestros hogares. Démosle al miedo una
nueva residencia en la que se sienta cómodo para siempre. Ha llegado la hora de
que el miedo se instale en las más suntuosas mansiones, en las suites mas caras
de los hoteles de lujo y en las islas privadas. Ha llegado la hora de
que deje de viajar en clase turista o en utilitario y lo haga en jet privado y
en limusina. Ha
llegado la hora de que el miedo recorra eternamente los pasillos de los
palacios, como un espectro amenazador, hasta que vivir en ellos sea un infierno
y ya no les salga a cuenta.
FUENTES: Las
propias, ministerios, diarios locales, nacionales, diversos blogs y páginas
especializadas
EN LA ELABORACIÓN DE ESTE ESCRITO SE HA UTILIZADO ALGUNA
INFORMACIÓN Y MATERIAL OBTENIDO EN INTERNET. EN EL CASO DE QUE SE HAYA
USADO CONTENIDO QUE PUEDA INCUMPLIR ALGUNA LEY DE DERECHOS DE
AUTOR, ROGAMOS SE NOS COMUNIQUE Y SERÁ RETIRADO INMEDIATAMENTE.
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