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sábado, 29 de enero de 2011

Una batalla en una guerra Perdida, la de los nacionalsocialistas del PSOE contra España

José Luis y Alfredo

José Antonio Zarzalejos

"Mi futuro no dependerá de las circunstancias, sino de las convicciones”

J.L. Rodríguez Zapatero

Manuel Rico es un periodista con opiniones que no suelo compartir, pero cuyos textos leo con frecuencia por su agudeza y capacidad analítica. Rico es subdirector del diario Público y el pasado 22 de enero firmó un interesante texto en su periódico que tituló “Las encuestas y las prisas” en el que constataba que los medios del grupo Prisa –El País y la cadena SER— habían publicado sendas encuestas quehan provocado asombro entre dirigentes socialistas”. Semejante impresión se derivaba de que El País (en una encuesta publicada el 9 de enero) pronosticaba al PSOE una importante derrota con Zapatero al mando, que se transformaba en victoria si era sustituido por su vicepresidente”. Continúa Rico relatando que “pocos días después, el 17 de enero, la cadena SER ensanchaba aún más la diferencia entre ambos líderes socialistas: con Zapatero como cartel electoral, el PSOE perdería por 5,3 puntos, mientras que con el vicepresidente ganaría por 8,5. Un vuelco de casi… ¡14 puntos! Y lo más asombroso: Rubalcaba incluso desmovilizaría a parte del electorado del PP.

Proseguía el subdirector de Público subrayando que “el milagro electoral que los medios de Prisa atribuyen a su político preferido se ha convertido en la comidilla por excelencia entre los dirigentes socialistas” planteándose un debate entre los partidarios de Pérez Rubalcaba -que entienden que estas encuestas en realidad perjudican al vicepresidente- y los del presidente del Gobierno que “atribuyen a la difusión de los sondeos la función de crear ese escenario donde solo hay un único posible sucesor. Eso sí, todos están de acuerdo en que las encuestas sirven para remachar el clavo del desprestigio del presidente”. El periodista recogía las palabras de una “persona de la ejecutiva” según la cual “todo lo que crece Rubalcaba, decrece Zapatero”. En definitiva, Manuel Rico, desde una posición favorable al presidente del Gobierno, venía a denunciar la demolición de Zapatero, reconociendo que la operación recambio está diseñada.

Ante Dios y ante la Historia

Para entender y analizar lo que ocurre hay, en ocasiones, que prestar atención a líneas de crónicas aparentemente inocuas que transmiten mensajes de mucho valor. A partir de las que escribió Manuel Rico el pasado 22 de enero, los medios de izquierda y centro-izquierda (Público y El País) podrían perfectamente estar reflejando lo que comienza a constituir un serio problema en el seno del PSOE: una tensión interna a propósito de la sugerida, y por el momento no confirmada, retirada de Rodríguez Zapatero que se “inmolaría” en el impulso de las reformas estructurales para salir de la crisis (“Zapatero acabará y se irá” tituló, contundente, La Vanguardia el pasado jueves) y daría luego un paso atrás imantando en su persona toda la impopularidad y malestar que el Gobierno y el PSOE han creado con su giro copernicano, sumiso a los mercados y al directorio europeo. Ese desprendimiento del actual secretario general del Partido Socialista le estaría haciendo inmune a cualquier crítica -“me cueste lo que me cueste”- y le convocaría, como a los caudillos de antaño, a responder ante Dios y ante la Historia– en mayúsculas- pero no ante un electorado furiosamente decepcionado con su comportamiento.

En palabras del comentarista de El País, Josep Ramoneda, el presidente del Gobierno “se ha dado cuenta de que su descrédito es tal que su reelección sería imposible aunque lloviera dinero sobre España” y por ello habría decidido “renunciar a la reelección y reformar todo lo que le pidan con la esperanza de que, dentro de algunos años, la historia, o más bien su letra pequeña, reconozca que durante el segundo mandato de Zapatero se llevaron a cabo las reformas que permitieron que la economía española entrara fortalecida en una nueva etapa” de lo que Ramoneda deduce que lo que le ocurra al PSOE en 2012 ya no es su principal preocupación”.

Estos son los términos de la cuestión: Zapatero estaría ya desahuciado como aseguraban, abriendo edición, varios periódicos el pasado jueves, tomando nota de una conversación al parecer off the record de varios periodistas con Ramón Jáuregui, después de que, con alguna cautela, el día anterior José Blanco, vicesecretario general del PSOE y ministro de Fomento, mantuviese en público que “Alfredo es una opción” para el caso de que Zapatero no repitiese candidatura. Porque, como con instinto un tanto depredador señaló en público Felipe González, el presidente del Gobierno sólo puede decidir por sí mismo marcharse, pero no quedarse, asunto que corresponde a su partido, cuya militancia comienza a deslizarse por el peor de los desconciertos.

Mariano Rajoy, que es sagaz, dígase lo que se diga, en los corrillos informales de la convención popular en Sevilla el pasado fin de semana comentó que Zapatero estaría siendo “humillado” dentro del PSOE, palabras del presidente del PP dichas para ser oídas primero, y publicadas después, y que muy diplomáticamente hurgaban en la tensión interna que se vive entre las distintas familias socialistas. ¿Cuáles son esas familias? Fundamentalmente dos: la que forma los restos de la plataforma Nueva Vía que llevó a Zapatero a la secretaria general del PSOE en 2000 y el neo-felipismo que representa el propio Pérez Rubalcaba. La diferencia entre ambas residiría en la solvencia ideológica y la experiencia de los segundos sobre la banalidad “republicanista” y la bisoñez de los primeros. Y la visualización de esas diferencias la habría proporcionado el mismo Zapatero al entregar a su ministro del Interior una efectiva copresidencia con poderes exorbitantes. Y así entre las exigencia de los mercados y del directorio europeo y la generación de dirigentes socialistas anterior a la del zapaterismo, el presidente estaría siendo echado del cargo casi a empellones (“humillado” en versión de Rajoy) sin que él pudiera evitarlo.

La operación no cuadra

Algo de cierto hay en todo esto. Es cierto que el descrédito de Zapatero es enorme como atestiguan las encuestas publicadas en los medios de las más diferentes obediencias editoriales; es cierto también que el propio presidente ha transitado de la pesadumbre personal de mayo cuando cercenó pensiones y sueldos públicos a la gracilidad con la que anuncia ahora reformas que implican - Cajas, pensiones, negociación colectiva - constantes desmentidos a su perfil ideológico y a su discurso político de antaño. Es cierto, por fin, que ha sido él y sólo él quien ha puesto en circulación la verosimilitud de una decisión de retirada y quien ha entregado facultades copresidenciales a Pérez Rubalcaba. Éste, en síntoma inequívoco de considerarse un primus inter pares con el presidente, se refiere a él –incluso en las entrevistas de televisión, véase la que le hizo Iñaki Gabilondo el último día de emisión de CNN+- como “José Luis”, no como presidente, no como José Luis Rodríguez Zapatero, simplemente como “Jose Luis”. Más aún, cuando fue nombrado se trajo para el Ministerio de Presidencia a Ramón Jáuregui, notoriamente reñido con Moncloa y exportado en su momento de eurodiputado a Bruselas. Por su parte, Blanco imita a Pérez Rubalcaba refiriéndose al vicepresidente siempre, en público y en privado, como “Alfredo”. Y esa forma coloquial remite más a un cierto compadreo que a una comunicación política rigurosa. Señal de que en el Gobierno se han perdido las jerarquías. Mal asunto.

Blanco imita a Pérez Rubalcaba refiriéndose al vicepresidente siempre, en público y en privado, como “Alfredo”. Y esa forma coloquial remite más a un cierto compadreo que a una comunicación política rigurosa

Sin embargo, algo -o muchas cosas- no cuadran. La primera es que Zapatero, en palabras de un miembro de un buen observador, “podrá ser una tragedia como gobernante pero como aparatich no tiene rival”. O sea, que se mueve en la urdimbre del partido como pez en el agua y puesto a recabar apoyos, a pasar de su actual quietud interna a una proactividad misionera, tendría no pocas bazas. La segunda cosa que no cuadra es que si Zapatero está quemado -y lo está- ¿cómo llegará de chamuscado un Pérez Rubalcaba que le avala en todas las reformas, absorbe todas las colisiones y se sienta sobre asuntos tan delicados como el caso Faisán que le preocupa más de lo que aparenta? La tercera cosa que tampoco encaja en esta “operación recambio” estriba en su publicitación intempestiva, al tiempo en el que se anuncia el único éxito -bien que tardío- del Gobierno con el “pacto global” con los sindicatos y los empresarios. Y la cuarta -hay otras más- que sigue sin encajar en este puzle estriba en que la generación zapaterista de dirigentes socialistas -del corte de Leire Pajín, Bibiana Aido, Eduardo Madina o Trinidad Jiménez- sin el presidente quedaría a la intemperie por lo que venderá cara su piel. Es un grupo que ha perdido espacios importantes -la secretaría de organización del partido en manos del barón Marcelino Iglesias, sustituyendo a Leire Pajín, recolocada en el Ministerio de Sanidad- y no está por la labor de perder más.

Podemos, por ello, estar asistiendo a una gran performance política que tanto puede ser cierta como constituir un monumental montaje por más que Manuel Chaves, vicepresidente del Gobierno, utilizando mal un tiempo verbal “hubiera preferido” la continuidad de Zapatero lo que disparó la certeza de que su retirada estuviese decida. Es verosímil cualquiera de las dos hipótesis. Si Aznar gobernó años sabiendo el electorado, los mercados y su partido que se retiraría al concluir la segunda legislatura, ¿qué problema existe para que Zapatero comunique ya su decisión de irse -la de quedarse no le corresponde- aportando así una certidumbre beneficiosa para todos? Pudiera ser también que estuviésemos ante una táctica de retranqueo de Zapatero, de un paso atrás para coger impulso, o, en último término, ante una batalla interna en ciernes en el PSOE por el control de los restos de un naufragio que con más o menos ahogados en la tempestad, se dará tanto en mayo de este año como en las legislativas de 2012, sea Zapatero, sea Pérez Rubalcaba el candidato. Por el momento, asistimos a un episodio abracadabrante de la política española digno de figurar en el género valleinclanesco de la astracanada. Y todo esto con el paro más alto desde 1997 (llega ya al 20,3%) y en puertas de la cumbre bilateral Alemania-España con Merkel en Madrid, a la que Zapatero, no obstante tratará de seducir con la desproporcionada reforma de las Cajas y el pacto sobre la reforma de las pensiones

 
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