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domingo, 13 de febrero de 2011

El Rey y el marqués de Villar Mir

El Rey y el marqués de Villar Mir

Jesús Cacho

El  presidente de OHL, Juan Miguel Villar Mir (EFE)

El presidente de OHL, Juan Miguel Villar Mir (EFE)

“La destacada y dilatada trayectoria de don Juan Miguel Villar Mir al servicio de España y de la Corona merece ser reconocida de manera especial, por lo que, queriendo demostrarle mi Real aprecio, vengo en otorgarle el título de Marqués de Villar Mir para sí y sus sucesores, de acuerdo con la legislación nobiliaria española. Dado en Madrid, el 3 de febrero de 2011”. La sorpresa se adueñó del Elenco de Grandezas y Títulos Nobiliarios Españoles cuando, al día siguiente, se conoció la decisión de Juan Carlos I de embellecer el currículum del dueño del Grupo OHL. El celoso y selecto club nobiliario español, siempre dispuesto a la crítica soterrada con un Rey que desde la Restauración de 1975 ha “pasado” ampliamente de sus Pares, ha tardado varios días en reponerse de ese pintoresco título otorgado al tiempo a Vicente del Bosque, y sigue preguntándose perplejo qué motivos han aconsejado la concesión del marquesado al acaudalado empresario. “Supongo que le habrá hecho más de un favor”, aseguraba días atrás un Grande de España, “pero por la misma razón debería hacer a Florentino Marqués de Pérez, y lo mismo al resto de ricachos madrileños”.

No han sido uno sino muchos los favores dispensados por Juan Miguel Villar Mir (JMVM), 80 años el próximo septiembre, a Juan Carlos de Borbón a lo largo de las últimas décadas. Príncipe incierto en el tardofranquismo y después Rey sometido a los vaivenes de los poderes fácticos, militares por supuesto, tras la muerte de Franco, el Monarca, apodado el Breve por la única fuerza política organizada, el PCE, en vida del dictador, necesitó del favor de algunos hombres importantes dispuestos a sostener la Institución en la sombra hasta transformar tal brevedad en largueza, nada menos que 35 años ya. Uno de esos hombres clave tras las bambalinas de nuestra historia reciente fue Emilio Botín-Sanz de Sautuola y López (1903-1993), padre del actual presidente del Santander, cuyo importante papel en la transición sigue siendo ignorado por el gran público.

Fue Botín II quien regaló un millón de pesetas de la época a un Juan Carlos recién casado con Sofía de Grecia, para que los novios pudieran financiar la vuelta al mundo que emprendieron como viaje de bodas, porque el joven Príncipe no disponía de ese dinero. En realidad no tenía donde caerse muerto, de modo que Don Emilio hizo más, le fue haciendo una cartera de inversiones capaz de soportar el entonces nada ostentoso tren de vida de la pareja. Todo lo cocinaba el banquero y todo eran sorpresas para un Príncipe que paulatinamente iba descubriendo “sus” inversiones y que, en lugar de alegrarse, protestaba porque “no le gustaba tal o cual empresa…”, en palabras de un testigo de la época. El recuerdo de aquellos años de penuria, asociado a la escasez heredada de su padre, el conde de Barcelona, llevó a Juan Carlos a la subliminal emulación de la conocida frase de Scarlett O´Hara en Lo que el viento se llevó: “A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre…”

El banquero cayó de inmediato fulminado por los encantos del ingeniero, su mente cartesiana, su rapidez analítica, su ingenio, su chispa. Su inagotable capacidad de trabajo. Un tipo singular, casi un “hijo espiritual” para Botín II

De acabar con las miserias se han encargado en las últimas décadas muchos hombres con posibles, algunos más importantes que otros: Botín II en los primeros tiempos; Alfonso Escámez (presidente que fue del Banco Central) después; Mario Conde más tarde; Alberto Alcócer en fecha más reciente. Y siempre Manolo Prado y Colón de Carvajal como administrador (“intendente real”) y comisionista de lujo. Otros muchos han desfilado de forma más o menos constante –caso de Javier de la Rosa- por la Zarzuela ajustando los radios de la rueda de la notable fortuna que hoy atesora el Rey, pero ninguno lo ha hecho de forma tan discreta como Villar Mir, un hombre que, a tono con el impresionante currículo académico que le distingue, ha demostrado su talento huyendo siempre de los focos, siempre amparado en la sombra. A diferencia de tantos otros personajes rehenes del virus de la fama, JMVM sació su apetito de popularidad con una breve estadía, apenas seis meses, como vicepresidente Económico y ministro de Hacienda de Arias Navarro, primer Gobierno de la Monarquía, año 1976. A partir de aquella experiencia, decidió retirarse a la cartuja donde se pergeñan los grandes negocios lejos de testigos incómodos.

Ya antes de su fugaz paso por la política le había conocido Emilio Botín López. El banquero cayó de inmediato fulminado por los encantos del ingeniero, su mente cartesiana, su rapidez analítica, su ingenio, su chispa. Su inagotable capacidad de trabajo. Un tipo singular, casi un “hijo espiritual” para Botín II. Fue él quien lo recomendó a Juan Carlos y quien de forma paulatina lo fue metiendo en Palacio casi con calzador. El patronazgo del banquero sobre JMVM llegó a ser casi absoluto. Se vio con claridad con motivo de la privatización, año 1986, de la división inmobiliaria de Rumasa, el imperio expropiado a Ruiz-Mateos por Miguel Boyer, 10.500 millones de las antiguas pesetas en juego, donde el empresario competía con Gerald Ronson, (Grupo Heron). Don Emilio quiso poner paz y forzó una cena en la mansión del nuevo marqués en Puerta de Hierro: “Tenéis que poneros de acuerdo”. El ágape, del que fue testigo el también ex ministro Alberto Oliart, hoy presidente incorrupto de TVE, terminó como el rosario de la aurora.

Una fortuna cercana a los 6.000 millones de euros

El británico acudió al día siguiente a contarle a Botín el final de la aventura: “los puentes han saltado por los aires”, lapidaria frase que éste ratificó con un resignado “me lo temía”, agua destilada del profundo conocimiento que el cántabro había ido haciendo de un hombre cuya agresividad, cuya dureza a la hora de cerrar un trato, a menudo no ha conocido prejuicio ni norma moral en cuyo altar sacrificar un buen negocio. “Eso sí, si ganáis la operación la tenéis que hacer con el Santander”, pidió el banquero. Como tantos otros empresarios de éxito, como uno más de los Florentinos que pueblan la piel de toro, JMVM es un convencido de que en España todo el mundo tiene un precio. No lo tuvo fácil con el Gobierno de Felipe González. A Ronson se lo dijo Claudio Boada, a la sazón presidente del Banco Hispano: “A Juan Miguel los socialistas no le darán nunca ni agua”. Felipe, muy crítico con su pasada gestión al frente de Hidronitro y Altos Hornos de Vizcaya, lo consideraba un ejemplo de especulador, un cazador de gangas sin escrúpulos, engalanado por la prensa bobalicona de “reflotador de empresas en crisis”, y otrosí opinaba su ministro Solchaga.

La división inmobiliaria de Rumasa fue para Heron, y Villar se dejó en el camino los 23.000 millones de beneficios fiscales, auténtico meollo de la operación. No importa, el señor marqués ya estaba levantando una fortuna con la compra-venta de empresas en crisis y negocios inmobiliarios varios, de la mano de su socio José Luis García-Villalba, ingeniero de Caminos también, recientemente fallecido. Tras dar en 1987 el gran salto con la adquisición por una peseta de Obrascón, que más tarda fusiona con Huarte y Laing, origen del Grupo OHL, JMVM aparece en diciembre de 1993 en el balance del Banesto expropiado con créditos por importe de 17.500 millones de pesetas que él y su mujer habían avalado con su fortuna personal –indicio de la fortaleza ya del grupo familiar- y que sin embargo el Banco de España dio como fallidos. Un chollo para Emilio Botín Ríos, Botín III, que cobró por partida doble: del FGD que dotó esos créditos, y del propio JMVM que los pagó religiosamente.

Emilio Botín y Don Juan Carlos charlan amistosamente (EFE)

Emilio Botín y Don Juan Carlos charlan amistosamente (EFE)

Hoy la fortuna del empresario ennoblecido, centrada en el grupo que lleva su nombre –con negocios de energía, siderometalurgia, fertilizantes, construcción e inmobiliario- ronda los 6.000 millones de euros, un billón de las antiguas pesetas. Solo OHL vale en Bolsa 2.400 millones de euros. Argumentos más que sólidos para un marquesado, en la mejor y más antigua tradición borbónica de ennoblecer a empresarios y banqueros. En 1789, mientras en Francia la Revolución se disponía a conducir al patíbulo a Luis XVI, en España Carlos IV convertía en conde al francés Francisco Cabarrús, fundador del Banco Nacional de San Carlos, precedente del Banco de España. De aquellos años procede el condado de la Reunión de Cuba o el marquesado de Santa Rita, ejemplo de burgueses que, enriquecidos en las Antillas, fueron ennoblecidos por decreto tras poner sus fortunas a los pies del Rey. En 1829, el pérfido Fernando VII hacía marqués de las Marismas del Guadalquivir al financiero de origen judío Alejandro Aguado. El entonces ministro de Hacienda, Luis López Ballesteros, aconsejó aludir en la carta ejecutoria a los “enormes recursos económicos aportados por Aguado para el fomento de la agricultura y la industria”, eludiendo el más pedestre argumento de los servicios pecuniarios prestados al Monarca. Más o menos como ahora. Pura tradición borbónica.

Trasiego de comisiones

JMVM es uno de los hombres que más ha ayudado financieramente al Rey. En los últimos tiempos el Grupo OHL se muestra particularmente activo en las monarquías de la península Arábiga y el Golfo de Pérsico, donde Juan Carlos I es considerado como un hermano. Este mismo mes, el grupo se ha adjudicado en consorcio un contrato en Kuwait por importe de 645,5 millones. Más importante es la construcción y explotación de la línea de alta velocidad Medina-La Meca en Arabia Saudí -6.000 millones que OHL compartirá con Renfe y Adif-, obras todas en las que se suelen trasegar importantes comisiones. La relación es tan estrecha que Juan Miguel recogió en su seno en fecha reciente al responsable de relaciones con los medios de la Casa Real, Juan González Cebrián, un tipo de una pieza. Sellando el abrazo entre el empresario (que ha declinado atender las llamadas de quien esto firma) y Palacio está su yerno, Javier López Madrid, un ex Goldman, hoy consejero delegado del Grupo, por quien JMVN siente una estima perfectamente descriptible. Casado con Silvia Villar-Mir, hablamos de un miembro destacado de la reducida pandilla de amigos de Felipe de Borbón.

En Zarzuela defienden el nombramiento. “Decir que el empresariado merece este tipo de distinciones es hoy algo obvio. En este caso se trata del más antiguo relacionado con las grandes infraestructuras que tenemos en España, a quien nos encontramos por todas partes cuando viajamos por el mundo. Un hombre de antiquísima amistad con el Rey y un ejemplo para todos, además, porque a su edad sigue plenamente operativo”. Operativo y con mando en plaza. Todo lo vigila, todo lo supervisa, todo lo decide, “porque, aunque mi carné dice que voy a cumplir 80, mi verdadera edad genética son 70 años…” Enérgico, duro, vital. Dispuesto, más Botín II que nunca, a seguir haciendo favores a quien le ha ennoblecido. Unidos ambos ya por una terca capacidad de lucha contra ese implacable tiempo biológico que urge la retirada. El uno al frente de la Dinastía, rechazando las presiones del Príncipe y su entorno para un traspaso ordenado de poderes; el otro descartando de plano ceder la dirección del imperio familiar a su hijo Juan Villar-Mir Fuentes. En la desierta plaza mayor española, he ahí dos hombres dispuestos a seguir manejando el timón. Dos resistentes.

 
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