Os dejo, a partir del excelente aporte de
Carol
Dweck, psicóloga en Stanford, algunas reflexiones sobre la mentalidad de
crecimiento. Las formula en el ámbito del deporte pero se aplica a muchos
otros:
“Muchos jóvenes atletas lo son de forma temprana, destacando por encima de
sus pares desde muy pronto. Incluso puede ocurrir que no necesiten demasiada
práctica o entrenamiento. Llega un momento, sin embargo, en que la habilidad
natural no es suficiente y otros pueden empezar a adelantarles. El hecho de
aprender a esforzarse es crítico para su éxito futuro pero en muchos casos no
son capaces de hacerlo.”
Así que “No es cuestión de suerte”, como me dijo un profesor hace años al
pedírsela para pasar una entrevista, sino que el tema depende más bien de lo que
la autora denomina “Mentalidad de crecimiento”, que entiende que el esfuerzo es
la mejor forma de mostrar la habilidad. No es que no exista el talento natural
pero más que de genio, de lo que se trata es de esfuerzo para realizar un
potencial.
Volviendo a nuestro título, la gente que piensa como campeona no solo cree en
el poder del esfuerzo sino que mantiene que el esfuerzo es un valor. Un estudio
sobre actitudes así lo muestra y los atletas que creían que su éxito se debía a
la práctica y el trabajo duro más que a talentos naturales tenían mejores
resultados. Incluso (alerta para “coachers”) si eran sus entrenadores los que
creían que era la práctica y el trabajo duro lo que llevaba al éxito, o sus
organizaciones las que así lo creían y potenciaban, obtenían mejores
resultados.
Dicho desde distintas metáforas (en internet es bastante conocida la de
Gladwell y los Outliers,
genios que lo son por haber podido dedicar 10.000 horas de su vida a lo que
realmente les apasionaba), lo importante es, como decía Picasso, que cuando
llegue la inspiración nos pille trabajando. Sigamos convirtiéndonos en lo que
queremos en lugar de regocijarnos en lo que somos. “Becoming is better than
being.”, dice Dweck.
En fin… a propósito de la falta de esfuerzo y sus consecuencias, terminar con
una reflexión que me regala una lectora muy especial (no quiere que diga su
nombre). Habla, a partir de un post
reciente, sobre los distintos tipos de envidia y sobre la envidia sana, que
también puede llevarnos a ser campeones:
“La envidia también es atrevida…y apasionada.Solo es un instante el que se necesita para encender la chispa de la envidia…una ejecución brillante, una felicitación que no va dirigida a nosotros, una popularidad inesperada…y nuestro organismo se pone en marcha. Los ojos se empequeñecen, comienzan a vacilar, un ligero enrojecimiento en el rostro, un leve apretar de mandíbula, el pensamiento se nubla, se centra en el otro, sentimos dolor y el cuerpo se nos queda pequeño…deseamos estar fuera de nosotros, donde está “el otro”. Y es que envidia viene de “envie” que significa deseo en francés.Pero en el mundo virtual todo esto es inapreciable. Y es la expresión escrita y la actitud online la que delata la emoción…alianzas con otros envidiosos, preguntas difíciles, ironía, descrédito, y crítica hacia el otro envidiado, que no deja de ser nuestro objeto de deseo.Aunque no siempre tiene que ser así. Los que aún no se encuentran en un estado grave de escasez interior, típico del envidioso, pueden canalizar esa emoción de forma positiva, convirtiéndose en un motor de mejora: me comparo, me disgusta mi posición, deseo mejorar…y trabajo para conseguirlo. “
Simplemente magistral.
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