A juzgar por los últimos
acontecimientos, se diría que la política española se ha transformado
completamente, como si un rayo paralizante golpeara a unos dirigentes ya de por
sí lentos, torpes y desacertados. Pero nuestra política siempre fue así. Ni los
gobernantes han modificado su conducta ni los partidos su rumbo secular. Lo que ha cambiado es la percepción
del ciudadano. Pareciera que el andén retrocede pero se
trata de una ilusión óptica; es nuestro tren el que se ha puesto en marcha.
Los últimos años han
alterado radicalmente la conciencia de las gentes, descolocado completamente a
unos políticos desprovistos de capacidad de reacción. Encerrados en su burbuja,
se ven todavía en los días de vino y rosas, merecedores de vítores, aplausos y
admiración del respetable. Pero los
partidos fueron rebasados vertiginosamente por una radical revolución del
pensamiento, por un silencioso vendaval de nuevas ideas,
opiniones y percepciones. Quedaron rezagados, fuera de juego, incapacitados
para reaccionar, para adaptarse a las nuevas circunstancias. El camión les pasó
por encima, sin que se diesen cuenta, y quedaron atrás, en la cuneta, empleando
el mismo lenguaje obsoleto, demodé, repitiendo esas absurdas consignas propias
de adolescentes, esgrimiendo los acostumbrados ademanes rancios y grotescos,
anclados en otras épocas.
El régimen no era más que una insustancial
"nada con gaseosa", una maquinaria sólo eficiente para repartir
favores, ventajas, prebendas... y cobrar a cambio
Las arbitrariedades y
desafueros, toleradas antaño por el público, comenzaron a generar creciente
cabreo e indignación. Y la gente fue tomando conciencia de la verdadera
naturaleza del sistema que, sin pudor ni recato, se exhibía a los ojos de
todos: el régimen
no era más que una insustancial "nada con gaseosa", una maquinaria
sólo eficiente para repartir favores, ventajas, prebendas... y cobrar a cambio.
Poco ha cambiado pero el ciudadano reacciona ahora con ira y animosidad. ¿Por qué se ha transformado tan
radicalmente la percepción del público?
El régimen impuso una
espiral de silencio
Elisabeth Noelle-Neumann expuso en La Espiral del silencio (1977)
ciertos mecanismos que determinan los derroteros de la opinión pública, los
procesos capaces de dar un vuelco a las creencias. Para la politóloga alemana,
los individuos son mayoritariamente cobardes y carecen de un elevado grado de
confianza en sí mismos. Buscan
la aceptación del grupo, el sentido de pertenencia. Por ello, muchos
renunciarán a su propio juicio, o evitarán manifestarlo en
público, si éste no coincide con el de la mayoría. Enmudecerán, o abrazarán
planteamientos contrarios para no sentirse aislados, rechazados por el resto.
Algunos albergaran dos pensamientos contradictorios, una suerte de
esquizofrenia: el suyo privado, vergonzante, que va quedando arrinconado,
sometido a una espiral de silencio, y el mayoritario, ése que procura la aceptación
de otros. Un entorno donde se autocensuran quienes sienten inseguridad, miedo a
la soledad, al aislamiento.
El régimen de la
Transición funcionó con una bien estructurada espiral de silencio. Un terrible tabú protegía el entramado
identificando el concepto de democracia con la Constitución, el proceso
autonómico o la figura del Rey. Ponerlos en cuestión, o
criticar la generalizada arbitrariedad, la ubicua corrupción, conllevaba el
vacío, el ostracismo, el desprecio: la calificación de antidemócrata. La
dinámica de grupos condujo a un marco patológico que sustituía la libertad de
pensamiento por las consignas, los clichés, las frases hechas. Los controlados
medios difundían los enunciados aceptados, trazaban la frontera entre lo
tolerable y lo intolerable, mientras un porcentaje sustancial de la población
se limitaba a reproducirlos como papagayos, accionando inconscientemente la
espiral.
Durante demasiado tiempo, la gente no se
escandalizaba al enterarse confidencialmente, o escuchar rumores, de casos de
corrupción donde muchos colaboraban y todos callaban
Durante demasiado tiempo,
la gente no se escandalizaba al enterarse confidencialmente, o escuchar
rumores, de casos de corrupción donde muchos colaboraban y todos callaban.
Protestar o denunciarlo implicaba situarse en contra de la corriente principal,
con riesgo de censura o exclusión. Pero la cosa cambiaba cuando la prensa
aireaba y denunciaba el caso; era ya el momento de rasgarse las vestiduras pues
la opinión pública se posicionaba mayoritariamente contra ese manejo.
Así, la corrupción
silenciada generaba mucha menos indignación que los escándalos denunciados por
la prensa. A moro muerto... gran lanzada.
La espiral se ha quebrado;
el régimen no se sostiene
Pero la espiral de
silencio no es tan correosa como aparenta. A veces cambian las tornas, la
tortilla se voltea. Un porcentaje minoritario de individuos, con resistencia al
ostracismo, al aislamiento, a la desaprobación, mantiene siempre sus
planteamientos a contracorriente, aun en ambientes adversos y hostiles. Cuando
logran difundir sus ideas con convicción, y el poder es incapaz de ofrecer una
réplica creíble, el tabú se rompe con estrépito. La gente comienza a percibir
que esos nuevos planteamientos van ganando adeptos, que podrían convertirse en
mayoritarios. Aun con la prensa convencional controlada, los medios digitales divulgaron
eficazmente unas potentes ideas no neutralizables por los inocuos antídotos del
poder. El fuerte efecto arrastre condujo a muchos a
criticar con dureza el régimen de 1978 y a exigir una radical reforma para un
sistema completamente podrido.
El pensamiento ha
evolucionado de forma tan imparable, que los partidos mayoritarios quedaron desfondados, cerrados
al análisis, incapaces de acomodarse a las profundas transformaciones. No
llegan a comprender que las medidas antaño exitosas, como el intento de blindar
a Cristina a ultranza, hoy día sólo provocan desapego, irritación y crecientes
ansias de finiquitar el régimen.
Los pequeños partidos regeneracionistas
fueron también sobrepasados por la tremenda ola aunque todavía disponen de un
pequeño margen para reaccionar, para adaptar sus planteamientos
Los pequeños partidos
regeneracionistas fueron también sobrepasados por la tremenda ola aunque
todavía disponen de un pequeño margen para reaccionar, para adaptar sus
planteamientos. Esas reformas que, hace cuatro años parecían radicales, hoy
sólo ofrecen gusto y aroma a agua con gas. Si estos partidos no elevan con potencia el diapasón de
la crítica, decantándose por una reforma radical, contundente, que haga tabla
rasa del régimen del 78, menguarán hasta desaparecer en la irrelevancia.
Parecen no comprender la crucial diferencia entre cabalgar la revolución del
pensamiento, surfeando el rompiente de la espiral del silencio, y navegar a la
cola, arrastrados por el cable de un remolcador.
Atajemos las humillantes
espirales de silencio, ésas que se tejen con hilos de miedo e inseguridad. Es
necesario mantener la confianza en las propias convicciones, contrastar y discutir las propias
ideas pero nunca acomodarlas al "qué dirán" o al "qué
pensarán". Reducir la dependencia del grupo, de la tribu, reafirmando
nuestra independencia como personas. Y, en casos extremos,
practicar la sana recomendación de Groucho Marx: no adherirme a ningún grupo capaz de
admitirme como socio.
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