El profesorado que hace
innovación educativa ha
vencido la terrible losa de las leyes educativas, donde el esfuerzo
en hacer innovación no tiene prácticamente repercusión en la mejora
profesional.
Al profesorado que hace
innovación educativa no
le ha importado la pérdida de tiempo libre y dinero propio
invertidos en el desarrollo de la experiencia.
La inmensa mayoría de las
experiencias educativas tienen
resultados positivos sobre el aprendizaje.
Prácticamente todas las
universidades y la mayoría de los centros educativos tienen programas para potenciar
que su profesorado haga innovación educativa.
El número de profesores y
profesoras que comienzan a aplicar innovaciones en sus asignaturas está creciendo exponencialmente.
No hay prácticamente una
semana en la que no haya un curso,
seminario o congreso sobre innovación educativa en algún centro
educativo. Ni un solo día en que no se cree información divulgativa en las redes sociales.
Las revistas científicas
han pasado de considerar las experiencias de innovación educativa como simples
entretenimientos a trabajos
científicos publicables.
Si todo esto es cierto ¿por
qué no se ha transformado la educación?
Desde luego no es por falta
de profesorado que haga innovación, no es por falta de apoyo local y tampoco lo
es por las equivocadas leyes que no reconocen la innovación educativa. Tampoco
lo es por el gran esfuerzo que invierte el profesorado, ni por que haya malos
resultados ni, desde luego, por los escasos recursos de apoyo que recibe el
profesorado que innova. Hay que reconocer que todo lo citado son verdaderos
frenos a la transformación de la educación y que deberían cambiar sobre todo
las leyes y la escasez de recursos de apoyo. Sin embargo con lo que se ha
conseguido hasta la fecha, se tendría que haber conseguido una pequeña
transformación.
La razón para que no haya
transformación es la prácticamente nula utilización de las experiencias
realizadas por otro profesorado (la transferibilidad).
Las experiencias de
innovación educativa se comparten, sí, pero mal. No basta con publicar en
internet los resultados. Debemos ser capaces de compartir unos indicadores
comunes que nos permitan valorar, clasificar y organizar las experiencias de
innovación educativa. También debemos ser capaces de estructurar la descripción
de las experiencias de tal forma que destaquen los aspectos comunes que nos
unen a todo el profesorado (normalmente se suelen destacar los pormenores de la
asignatura particular donde se aplica la innovación).
Cuando consigamos
estructurar, clasificar y organizar las experiencias de innovación educativa
con una visión compartida globalmente, entonces conseguiremos un mayor impacto
en la transformación de la educación.
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