Aunque tú no estés pensando, tu cerebro sí lo hace:
cómo educar el inconsciente. J. A. Marina (El Confidencial)
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18/11/2014
Tengo la convicción de que
pronto asistiremos a grandes cambios en el modo de concebir el aprendizaje y la educación.
Y, a riesgo de que me consideren un presuntuoso, añadiré que mi equipo y yo
esperamos contribuir a ellos. Desearíamos que en esta sección pudieran asistir
en directo a esa aventura. Por eso la hemos titulado La Nueva Frontera. Los
investigadores nos movemos siempre en el límite de lo conocido y lo
desconocido. Ampliamos el espacio habitable. La idea central de nuestro
modelo es que la fuente de nuestras ideas, de nuestra creatividad, de nuestros
sentimientos, de nuestras decisiones, no es consciente y que, por lo tanto, si
queremos tener mejores ocurrencias, experimentar sentimientos más adecuados o
tomar mejores decisiones, debemos educar
el inconsciente.
Me apresuro a decir que no
se trata del inconsciente que explotan los psicoanalistas. Estamos en las
antípodas de Freud,
porque este genio literario –que no se sometió nunca a criterios científicos–
creía que estábamos a merced de nuestro inconsciente, mientras nosotros creemos
que se puede educar. Supongo que esta afirmación herirá susceptibilidades, y
por supuesto estoy dispuesto a cualquier debate. La idea de “inconsciente”
con la que mi equipo trabaja procede de la neurociencia. Hay consenso
científico en afirmar que las operaciones neuronales no son conscientes. Sólo
conocemos algunos resultados de esas operaciones. Eric Kandel,
neurólogo premio Nobel, pensaba que no llegan al diez por ciento.
La creación
matemática, concluyó Poincaré, es inconsciente
Para aclarar este fenómeno,
les pondré el mismo ejemplo que pongo a mis alumnos más jovencitos. Respondan a
la siguiente pregunta: “¿Han estado en Marte?”. Estoy seguro de que ninguno de
ustedes ha tenido dificultad en contestarla. Lo habrán hecho con bastante
rapidez. No habrán tardado más de cien milisegundos. La pregunta interesante
viene ahora: “¿Cómo han sabido que no han estado en Marte?”. Supongo que
responderán “lo sé” o “mi memoria me lo dice”, respuestas que son claramente
insatisfactorias. Si queremos que un ordenador responda a la misma pregunta,
tendríamos que hacer lo siguiente: darle una relación de todos los lugares
donde hemos estado, introducir la palabra “Marte”, e iniciar un proceso
de matching,
de emparejamiento. Si “Marte” no encuentra pareja en la relación que hemos dado
al ordenador, este dirá que no hemos estado en Marte. ¿Opera de igual manera nuestro cerebro?
No lo sabemos, pero algo tiene que hacer.
Aunque tú no estés pensando, tu cerebro sí lo hace
Comencé a estudiar las
posibilidades del “inconsciente
cognitivo” a partir de una actividad de alto nivel intelectual:
las matemáticas. Son el paradigma del pensamiento racional, que debería ser
consciente hasta el escrúpulo, puesto que no puede dar ningún salto en el
vacío. Pero la historia de los descubrimientos matemáticos nos dice otra cosa. Gauss, el mayor
genio matemático de la historia, contó en una carta su descubrimiento de un
complejo teorema de la teoría de números: “Hace dos días, lo logré, no por mis
penosos esfuerzos, sino por la gracia de Dios. Como tras un repentino
resplandor de relámpago, el enigma apareció resuelto. Yo mismo no puedo decir
cuál fue el hilo conductor que conectó lo que yo sabía previamente con lo que
hizo mi éxito posible”. Hamilton,
otro gran matemático, describió así su descubrimiento de los cuaternios:
"Vinieron a la vida completamente maduros, el 16 de octubre de 1843,
cuando paseaba con la señora Hamilton hacia Dublín, al llegar al puente de
Brougham. Allí saltaron en mi interior como chispas las ecuaciones que
buscaba”. Henri
Poincaré recuerda que la solución al complicado problema de las
funciones fuchsianas
apareció de repente en su cabeza, cuando no estaba pensando en ellas, en el
momento de subir a un autobús para iniciar una excursión. Poincaré sacó de
estos fenómenos la conclusión obvia: él no estaba pensando en esas funciones,
pero su cerebro, sí. La creación matemática, concluyó, es inconsciente. El
gran matemático inglés G.H.
Hardy escribió la historia de Srinivasa Ramanujan, un
intrigante matemático indio, gran experto en teoría de números, que desconocía
cómo descubría sus teoremas. Atribuía la tarea a la diosa Namagiri. Por
cierto, Hardy escribió un delicioso libro tituladoApología de un matemático, que para Graham Greene era
la descripción más completa del trabajo creador.
El miedo está
producido por el esquema no consciente productor del miedo, y lo mismo sucede
con la furia, la tristeza, el entusiasmo o el amor
Esto me permite pasar del
campo de las matemáticas al del arte,
donde la ignorancia acerca de la fuente de las ocurrencias está mejor aceptada.
Los creadores siempre han hablado de “inspiración”, de una voz que soplaba a
los creadores sus ideas. Durante siglos no se supo que esa voz venía de
dentro. Es el cerebro el que comunica el poema al poeta. El genial Rimbaud lo expresó
en un misterioso texto: Je
est un autre. El yo que escribe es otro que el que inventa el poema
(que también soy yo). Cuando alguno de mis alumnos quiere ser escritor, le digo
que tiene que empezar por construirse un inconsciente
de escritor, es decir, debe poner a punto esa impresionante máquina
de producir formas literarias. Estudié este tema con más detenimiento en
el libro La creatividad
literaria, que escribí con el gran escritor Álvaro Pombo.
Nuestras
ideas, sentimientos y decisiones emanan del mismo lugar. (iStock)
El mecanismo para educar el inconsciente es
laborioso pero sencillo. Consiste en automatizar operaciones que primero
vigilábamos atentamente. Aprender a conducir, o aprender un idioma, son
procesos de este tipo. Al principio nos exigen una atención agotadora, pero,
poco a poco, conducir o hablar se va convirtiendo en un hábito, y lo hacemos
sin esfuerzo gracias al entrenamiento. Pues bien, crear, sea en matemáticas o
en poesía, es un hábito y como tal se puede aprender también.
No sólo sabemos de dónde surgen
las ideas. También sabemos de dónde brotan nuestros sentimientos. Son el
resultado de unos esquemas generadores cuya acción desconocemos. En inglés se
distingue entre emotion y
feeling. Este
es la emoción que
se ha vuelto consciente, lo que implica que otras no lo hacen. El miedo está
producido por el esquema no consciente productor del miedo, y lo mismo sucede
con la furia, la tristeza, el entusiasmo o el amor.
Las decisiones que tomamos fuera de la conciencia
Todavía hay un papel del
inconsciente que nos resulta más extraño. Nuestras decisiones –que parecen ser
lo más propio nuestro, porque en ellas se manifiesta nuestra libertad– también
suceden fuera de nuestra conciencia. Los neurólogos lo saben muy bien desde que
los experimentos de Benjamin
Libetdemostraron que unos doscientos milisegundos antes de
que tomemos la decisión de hacer un movimiento, ya se han activado las zonas
premotoras correspondientes. Es decir, el cerebro ha tomado su decisión y nos
la comunica. El gran neurólogo Joaquín
Fuster, en su reciente libro Libertad
y cerebro,indica que en el cerebro hay una permanente pugna entre
redes neuronales para hacerse cargo de la acción. La que triunfa, decide.
Su cerebro es más
inteligente que usted, pero usted puede ponerlo a trabajar a su servicio
Estos descubrimientos, que
aparentemente reducen nuestra capacidad de obrar, que nos convierten en
autómatas, abren en realidad un fascinante campo al aprendizaje y a la
libertad. Lo hacen por un camino indirecto: a través de la educación del
inconsciente, es decir, de las estructuras cerebrales no conscientes
que producen las
ideas, los sentimientos, las decisiones. Rafael Nadal juega
prodigiosamente porque es dirigido por sus automatismos musculares, por su
inconsciente fisiológico. Pero ese inconsciente lo ha construido él, libre y
esforzadamente, mediante el entrenamiento.
Me cuesta
trabajo frenar mi entusiasmo ante las posibilidades que se nos
ofrecen y que podemos trasladar a la vida de nuestros niños o a la nuestra
propia. Podemos aprender a pensar mejor, a crear, a tener mejores sentimientos,
a comportarnos de modo más eficiente, a ser más libres. Su cerebro es más
inteligente que usted, pero usted puede ponerlo a trabajar a su servicio. Este
es el campo en que trabajamos. ¿Les interesaría seguir estando informados de
nuestros progresos?
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