Vox intentó abandonar este domingo la política marginal que se ejerce en las afueras del Congreso de los Diputados con un acto multitudinario en el Palacio de Vistalegre. Por unos momentos lo consiguió. Llenó la plaza de toros, preparó un mitin a la manera de cualquier otra formación, con música en los prolegómenos y un buen cañón de luz para enfocar a su presidente, el ex diputado del PP, Santiago Abascal. Todo normal, gente normal en las gradas. Pero hubo un sólo elemento diferencial, que convierte casi en anecdótico el resto: que el discurso de Vox está a años luz de cualquiera que ha defendido un partido político en los 40 años de democracia.
La formación de Abascal presentó a la opinión pública un proyecto contra la inmigración, que defiende la supresión de las autonomías y la ilegalización de todos los partidos y asociaciones "que quieran destruir la unidad territorial". En un lugar emblemático para el PSOE, donde Podemos intentó en los últimos años "asaltar el cielo", Vox inició su carrera para conseguir representación en las próximas elecciones europeas e intentar también arañar algún escaño en el Congreso. Lo hizo con el respaldo de gente muy heterogénea, prácticamente inclasificable, mayores y jóvenes, mujeres y hombres, familias, de distinta clase y condición, capaces de aplaudir a un proyecto político que se declara en contra de la "inmigración ilegal que ataca nuestras fronteras", que "no viene a España a engrandecerla sino a recibir prebendas que muchos españoles no tienen". Porque, pese a la dureza de estas palabras y a la naturalidad con que se pronunciaron, no se podría decir que las personas que estaban sentadas en Vistalegre eran ultras.