El biólogo y divulgador,
azote de las religiones, se reafirma en sus memorias en el activismo
escéptico. “Es perverso instruir en falsedades”, asegura. Él solo
cree en Darwin
Richard Dawkins, en su domicilio de Oxford durante
la entrevista. / carmen valiño
Cuenta que de
niño ya se daba cuenta de que Papá Noel era un señor disfrazado que
se llamaba Sam. Al británico Richard Dawkins (Nairobi, 1941) no le
basta haber llegado a la conclusión de que no hay Dios: quiere que
todo el mundo lo entienda así. Sostiene alta la bandera del
escepticismo este biólogo (zoólogo) de la Universidad de Oxford,
estudioso de Charles Darwin, que saltó al primer plano cuando
escribió en El gen egoísta (1976) que no somos
más que vehículos de los genes, máquinas programadas para
que ellos sean casi inmortales. “El cuerpo del animal no es más que
un repositorio temporal”.
Desde
entonces Dawkins es un exitoso divulgador científico y ensayista,
habitual de los platós de televisión (ha producido documentales, al
estilo de su admirado Carl Sagan).
Lleva tiempo animando
la polémica, también en las redes sociales, donde dispara y le
disparan. Considera su misión combatir dogmas religiosos,
supersticiones y seudociencias. En 2006 publicó El espejismo de Dios,
un libro que aspira desde la primera página a conseguir que el lector
pierda la mucha o poca fe que le quedara, un arrebatado e irónico
texto que pretende desmontar uno a uno los argumentos del
cristianismo y las demás creencias religiosas. En Evolución. El mayor
espectáculo sobre la tierra, de 2009, Dawkins explica con
lucidez a cualquier profano las pruebas abrumadoras de que ha sido la
selección natural la que moldeó y sigue moldeando nuestra realidad.
Da así la batalla contra el creacionismo,
la idea de que el mundo se hizo en seis días y el hombre convivió con
los dinosaurios, que trata de colarse en el sistema
educativo de EE UU de la mano de sectores de la
derecha como
el Tea Party.
Más información
A sus 73 años,
Dawkins ha encontrado el momento de mirar atrás y abordar sus
memorias. Una
curiosidad insaciable es el título de la primera parte de
su autobiografía, editada por Tusquets. En ella explica cómo llegó a
ser quien es desde que nació en Kenia de una familia británica de
tradición técnica y científica y empleada del Imperio, lo que le
llevó por varios países africanos antes de regresar a Inglaterra cuando
tenía ocho años. Sabemos de su visión de la rígida escuela de los
años cincuenta, del matonismo de otros y de su tartamudez, de su paso
por las universidades de Oxford, clave en su carrera, y Berkeley,
donde vivió la explosión hippy.
Y conocemos los muchos nombres que cree importantes en su vida: los
de sus ancestros y familiares, los de profesores y compañeros de
clase, los autores que le influyeron. Y terminamos con la publicación
de El gen
egoísta. Habrá que esperar a la segunda parte de las
memorias para entender su faceta de activista ateo, la que le llevó
en el año 2009 a contratar publicidad en los
autobuses de Londres con el lema: “Probablemente no
hay Dios. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”.
Recibe en su
domicilio, un caserón tradicional en Oxford con un amplio salón lleno
de luz por los ventanales en los dos extremos, donde puede percibirse
cierto aroma del colonialismo que marcó su infancia. Grandes tallas
de madera de animales, máscaras, jarapas de estilo étnico sobre los
sofás. Un piano, un lienzo en su atril. Libros, algún cráneo en la
estantería. Dos perros pequeños y de pelo muy largo se alegran de la visita
y saltan a menudo sobre los periodistas; al entrevistado parece
relajarle acariciar a alguna de sus mascotas. De entrada se niega a
posar para la fotógrafa, lo que tiene por costumbre, pero no la
ignora y en más de una ocasión parece estar pendiente del objetivo de
su cámara.
La tribu y sus dioses
Estamos a horas
del referéndum que decidirá si
Escocia se independiza, y desata un efecto dominó en
Europa, o permanece en el Reino Unido. Pero Dawkins, apasionado en
los temas de los que quiere hablar, sabe escaparse de aquellos que
prefiere evitar.
—Vivimos
tensiones nacionalistas en Escocia, en Cataluña, en Ucrania...
¿Observa un regreso a la tribu?
—Podemos decir
que el nacionalismo en esos lugares es una forma de tribalismo. Uno
se preguntaría por qué no van a algo más pequeño aún, como Cornualles
o Gales. Las ciencias sociales son complicadas, la política lo es...
Como biólogo no soy la persona adecuada para responder.
El nacionalismo es una forma
de tribalismo. Uno se preguntaría por qué no van a algo más pequeño
aún, como Cornualles o Gales
—Le pregunto como
biólogo, ensayista y activista. Ha escrito que la religión está en el
centro de muchos conflictos actuales, como el de Siria e Irak,
Palestina o Ucrania; antes en Yugoslavia o Irlanda. ¿No lucharán por
la tierra más que por su idea de Dios?
—No creo que los
conflictos estén motivados única y directamente por la religión. Por
ejemplo, en Irlanda del Norte es entre católicos y protestantes, pero
no creo que las personas que ponían una bomba estuviesen pensando en
el dogma de la transustanciación. Lo que hace la religión es poner
una etiqueta: en Irlanda del Norte se identifican como católicos y
protestantes a pesar de que hablan el mismo idioma y tienen el mismo
color. Te identifica hasta el nombre: si te llamas Patrick
seguramente eres católico, si William eres protestante. Eso se
convierte en la tribu: hay dos tribus en Irlanda del Norte. Y ha sido
así durante siglos.
—Cuenta en su
libro que era una persona muy religiosa, anglicana, cuando tenía 13
años. ¿Qué pasó? ¿Fue Darwin?
—Desde que yo
tenía unos nueve años me di cuenta de que existían distintas
religiones: el budismo, el islam, el hinduismo, el politeísmo de los
griegos, los vikingos… Cualquier niño pensaba que solo la suya era la
que estaba en lo cierto. Yo estaba preparado para ser antirreligioso.
No sé cómo me mantuve en el cristianismo, debió ser influencia de la
escuela. Pero sí, fue Darwin y fue el darwinismo el que nos salvó de
todo eso. Cuando tenía unos 15 años.
—Usted no es un
agnóstico, sino un ateo militante. ¿Por qué es necesario movilizarse
contra la religión?
—Eso depende de
su definición. Agnóstico significa “no sé”. Una definición que yo
apoyo dice que es quien no tiene creencias positivas en un dios. El
ateo siente una creencia positiva de que no hay Dios. Yo no tengo esa
creencia. Lo que tengo es una ausencia de cualquier razón para creer
en Dios, como tampoco en las hadas. Como científico, me conmueve la
belleza del mundo y del universo. Como educador, veo perverso que a
los niños se les eduque en falsedades cuando la verdad es tan
hermosa.
—¿Y el ateísmo no
puede ser también dogmático o intolerante?
—Siempre hay que
argumentar tu causa, no callar a la gente. Durante siglos, hemos
aceptado que no puedes criticar la religión. Hacerlo parece
intolerante pero no lo es.
Educando escépticos
En un pasaje de
su libro, Dawkins se muestra contrario a la forma en que la mayoría
de familias inculcan explicaciones mágicas a sus niños. “No puedo
evitar preguntarme si una dieta de cuentos de hadas repletos de
encantamientos y milagros, hombres invisibles incluidos, es dañina
desde un punto de vista educativo”, escribe. “¿Por qué los adultos
promueven la credulidad de los niños? ¿Es realmente un error tan
descabellado plantearles a los niños que creen en Papá Noel un
pequeño y simple juego de preguntas y respuestas que les haga pensar?
¿Cuántas chimeneas tendría que visitar en una noche? No se trata de
decirles que Papá Noel no existe, sino de fomentar el intachable
hábito del cuestionamiento escéptico”. Él asume que eso es impopular:
“Siempre que planteo esta cuestión me echan a patadas de los sitios
por querer interferir en la magia de la infancia”.
Su escepticismo
no se dirige solo contra la religión: también contra la superstición
y las seudociencias (astrología, videncia, tarot o ufología), a las
que dedicó su ensayo Destejiendo
el arco iris (1998). Es más prudente sobre la llamada
medicina alternativa: si se prueba su eficacia deja de ser
alternativa. Pero no es el caso de la homeopatía: “Es interesante:
con el método de doble ciego [ni el paciente ni el investigador saben
cuál es el fármaco y cuál el placebo] no hay diferencias. Ambos son
placebo”.
En su libro,
Dawkins critica el modelo educativo según el cual el profesor dicta
la lección a los alumnos, que la memorizan, en vez de incentivar sus
habilidades para instruirse e investigar por su cuenta. “De
estudiante, una vez se me olvidó llevar bolígrafo y yo era entonces
demasiado tímido para pedir uno a mi compañera sentada al lado. Así
que simplemente me senté y escuché, y cuando llegué a casa me di
cuenta de que es una forma mejor de aprender. El propósito del
profesor no debe ser impartir información sino inspirar a las
personas”.
ampliar
foto
Richard Dawkins. / carmen valiño
Quemándose en las redes
Dawkins es un
pertinaz usuario de Twitter (@RichardDawkins), donde se esfuerza
en ser provocador y en replicar o retuitear mensajes de otros
usuarios. Ha pisado más de un charco. “Twitter es un sitio extraño
porque hay mucha gente que grita. Si vas por la calle, un borracho o
un tonto te pueden insultar. En Internet tienes un multiplicador de
ese efecto. Hay que tener caparazón”. Él lo tiene, sin duda.
—¿Se ha
arrepentido de algún tuit?
—Sí, porque son
fácilmente malinterpretados. A veces veo que lo pude evitar.
Uno de sus
mensajes desató una tormenta: “La violación en una cita está mal. La
violación por un extraño es peor. Si usted piensa que esto es una
aprobación de la violación en una cita, váyase a aprender cómo
pensar”, escribió en 140 caracteres.
—En un país como
el suyo, conmocionado por escándalos de abusos sexuales, esa frase
parece una falta de sensibilidad hacia las víctimas.
—Creo que es
estúpido negar que hay diferentes grados de crímenes sexuales. Hay
gente que por motivos emocionales quiere que todos los crímenes sean
considerados del mismo nivel. Es como si alguien te roba la cartera y
piensas que es lo mismo que robar un banco a punta de pistola. Son
delitos ambos, pero uno más grave que esto. ¿No le parece así?
—Me parece que
cualquier violación tiene efectos graves a largo plazo.
—Yo también lo
creo.
—Y me cuesta
pensar en un grado moderado o leve de violación.
—No dejaré que se
escape con esto. Está acompañado por muchos estúpidos en Twitter.
Cuando uno dice que algo es peor que otra cosa, no lo está aprobando.
El tuitero
Dawkins también ofendió a muchos cuando alguien le pidió consejo
sobre qué hacer si el hijo que esperaba fuera a tener síndrome de
Down. “Aborte e inténtelo otra
vez. Sería inmoral traerlo al mundo si tiene
elección”, respondió.
—¿De verdad cree
una obligación moral el aborto en caso de síndrome de Down?
—Yo dije que
personalmente me parecía inmoral tenerlo. No que fuera una regla
universal, pero sí lo es para mí y para el 90% de mujeres que lo
haría en esa circunstancia. ¿Sabe lo que les sucede? Mueren muy
jóvenes, tienen terribles enfermedades, deficiencia mental. Creo que
cuando el feto no está suficientemente desarrollado, y no tiene un
sistema nervioso, es mejor abortar. Me han bombardeado en Twitter
enviándome fotografías de niños con Down y diciéndome: quiere usted
matar a mi hijo. Claro que no quiero matar a su hijo, sino detener la
posibilidad de que vengan más niños como él al mundo cuando no son
más que un renacuajo.
Ética de ciencia ficción
Cuando se le
pregunta por dilemas éticos que podrán surgir en el futuro, Dawkins
admite el juego aunque avisa de que entramos en el terreno de la
ciencia ficción. La cacareada vida artificial en que
trabaja el genetista Craig Venter le deja frío. “Creo
que estoy en lo correcto cuando digo que solo está intentando crear
nuevas versiones de una bacteria que ya existe. Como las bacterias se
reproducen o clonan tan rápidamente, si las empleas para algo útil,
como por ejemplo convertir un despojo cárnico en petróleo, estás haciendo
un bien real”.
—¿Y le
preocuparía la clonación de humanos?
—Un escenario
como el de Un
mundo feliz, de Huxley, con esas líneas de producción de
miles de copias de seres humanos idénticos creados para ser
jardineros o cualquier trabajo me horroriza, porque soy un producto
del siglo XX y eso es muy lejano al mundo al que estoy acostumbrado,
a mis valores. Si alguien me quisiera clonar a mí me interesaría
mucho, tendría mucha curiosidad, pero no quisiera que mi clon fuera
el primero porque iba a ser víctima de una horrible publicidad.
En un programa de
televisión se propuso a Dawkins un experimento que no llegó a ser
viable. Pretendían aislar su genoma y enterrarlo en el panteón de su
familia, ante las cámaras, con el objetivo de que alguien lo recupere
y resucite
dentro de, pongamos, mil años. Era una excusa para debatir sobre la
clonación, y le preguntaron a Dawkins si su clon del futuro sería él.
“Por supuesto que no sería yo. Es como si preguntas a dos gemelos
idénticos si son dos personas o si uno es persona y el otro zombi.
Otra cosa que iban a pedirme es que escribiera consejos para mi clon,
para que, ya que iba a tener los mismos genes, no cometa los mismos
errores que yo”.
Estaría muy interesado en una
clonación, pero no sería bueno para mi clon ser el primero y tener
esa horrible publicidad
—En su libro
usted cuestiona el concepto de identidad personal, dado que las
células que tenemos no son las que estaban al nacer. Entonces solo
somos la memoria.
—Es una cuestión
interesante para la filosofía. Imagine que usted pudiera hacer una
réplica perfecta de su cuerpo, no un clon en sentido genético sino
una copia de cada átomo. Esto no se puede hacer científicamente, pero
sí filosóficamente. Probablemente la réplica tendría su cuerpo, todos
sus recuerdos, los mismos pensamientos. ¿Cuál de los dos sería usted?
Pero una vez que están ahí, se empezarían a separar, tendrían nuevas
experiencias y entonces ¿cuál eres? Son cuestiones que no se pueden
responder de una manera experimental pero que son filosóficamente
fascinantes.
—No creo que la
filosofía haya muerto, sí que ha perdido terreno.
—Usted ha escrito
que la Segunda Guerra Mundial no habría ocurrido si el padre de
Hitler hubiera estornudado en un momento determinado. Y en otro
capítulo apunta que en otro siglo usted habría sido un clérigo.
¿Somos azar hasta ese punto? ¿Es usted escéptico o ateo debido al
azar?
—La realidad
depende de detalles muy pequeños. Sabemos que todos los mamíferos
vienen de un individuo que existía en la época de los dinosaurios. Si
ese pequeño mamífero hubiera muerto antes de reproducirse, quizás
también estarían aquí los mamíferos pero serían completamente
distintos. Quizás ese mamífero sobrevivió por un estornudo del
dinosaurio. Respecto al ejemplo de Hitler, cada uno de nosotros
cobramos existencia porque uno entre muchos millones de
espermatozoides fertilizó el óvulo. El movimiento más ligero mientras
sus abuelos estaban copulando, que un perro ladrara y perdieran la
concentración o se movieran, haría que el resultado hubiera sido
otro. De ahí que diga que con un estornudo años antes no habría
habido guerra. Y ninguno de nosotros existiría ahora si no hubiera
existido Adolf Hitler.
Una curiosidad insaciable. Los años de formación de un
científico en África y Oxford. Richard Dawkins. Traducción de Ambrosio García Leal.
Tusquets. Barcelona, 2014. 311 páginas. 21 euros (en digital, 12,34
euros).
|