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miércoles, 26 de febrero de 2014

Liquidación Final, por Manuel Meiriño, Abogado de los Guardias Civiles Democráticos.


Liquidación final

Hace unos días estuvo en un instituto de Santiago el escritor Petros Markaris, el cual, a través de su trilogía de novelas policíacas, relata la situación de corrupción, desesperación, caos económico, frustración ciudadana y rabia de su país. El escritor y periodista siciliano Leonardo Sciascia desveló en una rigurosa trama policíaca (El día de la lechuza) los poderosos mecanismos de coerción y de ejercicio del poder por parte de la Mafia en los ayuntamientos a través de la construcción y de las concesiones municipales; y en su última novela, Una historia sencilla, detalla de manera complicada, pero breve, las relaciones entre la Mafia, el narcotráfico y la corrupción, derivados a su vez de su íntima relación con el poder político y económico. Sciascia mantenía que el Estado italiano no existía como tal. El sustento son los grupos de poder. Polemista empedernido, Sciascia afirmó: «Si no hay Estado, no hay razones de Estado, salvemos pues a Aldo Moro».
Un periodista de investigación, Antonio Salas, publicaba hace pocos meses una extensa novela, Operación Princesa; un relato crudo y terrorífico con múltiples historias simultáneas del mundo de la droga, blanqueo de dinero, asesinatos, tráfico de armas y mujeres, así como las altas tramas de corrupción en las esferas del Estado y de la Administración. El autor, por medio de un personaje, de manera soterrada, le hace un homenaje a la titular de un juzgado de instrucción de Lugo. Esperemos que Antonio Salas no siga el mismo camino de Roberto Saviano, quien manifestó recientemente a la prensa que había arruinado su vida.
No quiero olvidarme de otra gran novela, Pan e coitelo, de un excelente escritor ourensano, Bieito Iglesias, que describe los comportamientos del poder de nuestras instituciones autonómicas en el epílogo del fraguismo.
Un país como España, donde casi el 100 % de su ciudadanía cree que la corrupción está extendida por todo el aparato de la Administración del Estado y que sus políticos, como gestores del interés público, son una carga y no una solución a sus problemas, un país así, tiene una grave crisis.
Conocedores de esta realidad, nuestros dirigentes nos dan soluciones inspiradas en el gatopardismo: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie».
España tiene un problema muy grave y su solución está en la enseñanza de padres y abuelos: honestidad, humildad, honradez y, sobre todo, sentido común. Si eso nos falta el día de mañana, nuestros hijos y nietos nos señalarán como responsables de haber heredado no una sociedad democrática, sino una inmensa cloaca. Volveríamos a la emigración -cualificada, pero emigración-, el máximo desgaste de una sociedad, al desgarro de un país que se hundiría definitivamente y sin una segunda oportunidad.

 
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