El internet de las cosas nos deja desnudos |
Es ahora, cuando apenas
empezamos a darnos cuenta de que gracias a los teléfonos móviles nos tienen
hipercontrolados, cuando lo cierto es que eso pronto será una simple anécdota
sin apenas importancia. Lo que ya empieza a conocerse como el internet de las cosas
dejará en ridículo el potencial de espionaje y seguimiento de nuestras
vidas que ya empezaban a tener los teléfonos inteligentes.
Definitivamente ha llegado el internet de las cosas
No solo los móviles y los
ordenadores están conectados y acumulan información nuestra; también lo hacen
los televisores, las neveras, los aparatos de calefacción, e incluso... ¡SÍ!,
los consoladores, porque ya los hay inteligentes con su propia App; unos juguetes
sexuales que registran los orgasmos de sus usuarios y el lugar donde ocurren y
cómo. Esta vez le ha costado a la empresa cerca de tres millones de dólares en
indemnizaciones por no haber informado de esa posibilidad a sus clientes, pero
los nuevos televisores ya advierten en sus instrucciones de lo que son capaces
de hacer, poco a poco los fabricantes se saltarán todas las cautelas para
evitar ser demandados y en cuestión de pocos años estaremos rodeados por
multitud de aparatos que nos estarán espiando a cada segundo y no podremos
hacer nada por evitarlo. El impacto puede ser brutal.
Volviendo a los teléfonos
inteligentes, que no son más que la punta de lanza de todo lo que se nos viene
encima, podemos asegurar que hace apenas unas décadas, para poder tener
vigilada a una persona las 24 horas al día se necesitaban ocho policías y
cuatro vehículos patrulla; hoy basta con localizar el GPS del teléfono.
Es posible que nuestros
datos no los estén pasando diariamente a la CIA, como más de uno ha temido ante
las últimas filtraciones de WikiLeaks, pero es evidente que se almacenan y
se venden. Dicen que «a granel» como BigData y sin que nos pueda perjudicar, pero
hemos de ser conscientes que cada vez resulta más fácil individualizar esos
datos, y puede que no nos importe, e incluso nos guste, que algunas empresas
nos conozcan lo suficiente como para ofrecernos solo lo que queremos y
librarnos así de publicidad que no nos aporta nada, pero eso es solo un primer
paso hacia el abismo porque esos datos tienen muchas más utilidades que la de
clasificar nuestros gustos musicales.
Y si algo es evidente es
que no habrá marcha atrás.
Ramón Cerdá
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