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lunes, 11 de septiembre de 2017

El internet de las cosas nos deja desnudos


El internet de las cosas nos deja desnudos





Es ahora, cuando apenas empezamos a darnos cuenta de que gracias a los teléfonos móviles nos tienen hipercontrolados, cuando lo cierto es que eso pronto será una simple anécdota sin apenas importancia. Lo que ya empieza a conocerse como el internet de las cosas dejará en ridículo el potencial de espionaje y seguimiento de nuestras vidas que ya empezaban a tener los teléfonos inteligentes.

Definitivamente ha llegado el internet de las cosas

No solo los móviles y los ordenadores están conectados y acumulan información nuestra; también lo hacen los televisores, las neveras, los aparatos de calefacción, e incluso... ¡SÍ!, los consoladores, porque ya los hay inteligentes con su propia App; unos juguetes sexuales que registran los orgasmos de sus usuarios y el lugar donde ocurren y cómo. Esta vez le ha costado a la empresa cerca de tres millones de dólares en indemnizaciones por no haber informado de esa posibilidad a sus clientes, pero los nuevos televisores ya advierten en sus instrucciones de lo que son capaces de hacer, poco a poco los fabricantes se saltarán todas las cautelas para evitar ser demandados y en cuestión de pocos años estaremos rodeados por multitud de aparatos que nos estarán espiando a cada segundo y no podremos hacer nada por evitarlo. El impacto puede ser brutal.
Volviendo a los teléfonos inteligentes, que no son más que la punta de lanza de todo lo que se nos viene encima, podemos asegurar que hace apenas unas décadas, para poder tener vigilada a una persona las 24 horas al día se necesitaban ocho policías y cuatro vehículos patrulla; hoy basta con localizar el GPS del teléfono.
Es posible que nuestros datos no los estén pasando diariamente a la CIA, como más de uno ha temido ante las últimas filtraciones de WikiLeaks, pero es evidente que se almacenan y se venden. Dicen que «a granel» como BigData y sin que nos pueda perjudicar, pero hemos de ser conscientes que cada vez resulta más fácil individualizar esos datos, y puede que no nos importe, e incluso nos guste, que algunas empresas nos conozcan lo suficiente como para ofrecernos solo lo que queremos y librarnos así de publicidad que no nos aporta nada, pero eso es solo un primer paso hacia el abismo porque esos datos tienen muchas más utilidades que la de clasificar nuestros gustos musicales.
Y si algo es evidente es que no habrá marcha atrás.
Ramón Cerdá

 
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